EI Señor te muestre su favor y te conceda la paz (Números 6:26).
Vamos a extirpar la mitad de la tiroides junto con el nodulo que se formó en ella. Pero si es maligno, tendré que extirparla toda», fueron las palabras del médico. Dios me había guiado de manera asombrosa hacia este médico, ya que como la voz es mi instrumento de trabajo, necesitaba de un especialista, cirujano de cabeza y cuello. Habíamos entablado una consulta por medio de Internet. Él no me conocía personalmente, sin embargo, se hicieron todos los arreglos para la operación. Cuando llegué por primera vez a su consultorio expresó su extrañeza y asombro ante la situación, porque aunque no cree en Dios, sentía que algo extraño sucedía con el caso. Hacía dos años que esta enfermedad me había sido diagnosticada; yo no sentía nada, pero el médico observó una protuberancia en mi garganta y al realizar estudios descubrió este nodulo. Tuve dos semanas duras, de lucha con Dios, rogando por salud. También estudié la Biblia, encontré promesas que reclamaba para mí. Entonces, un sábado de tarde, sentí esa paz que únicamente Dios puede dar al alma que está en lucha. Dejé de pelear con Dios, salí de la depresión en la que había caído y empecé a experimentar paz, y confianza en las promesas divinas. Llegó el día y se realizó la operación. Al salir de la anestesia, todavía en la sala de recuperación, el doctor se acercó y al oído me dijo que habían encontrado cáncer, el cual se había extendido a los ganglios y que había tenido que extirpar la tiroides completa, ganglios, nervios, etcétera. La noticia era mala y buena a la vez. Me dijo que habían sacado todo y que creía que se había erradicado el mal, aunque todavía había que esperar, asimilar la noticia y pasar por tratamiento de radiación. El médico me instaba a llorar para así desahogar el miedo a la enfermedad, pero no sentía necesidad de hacerlo pues la paz de Dios seguía allí en mi vida. ¡Hasta yo me extrañaba de la serenidad que me embargaba! Hoy puedo testificar del gran amor de Dios pues no perdí la voz, puedo seguir cantando. Después de un año y otros estudios, el médico me ha dado de alta. Me dijo que no quedó rastro del cáncer. Aunque enfrento luchas a diario, aprendí a agradecer por las pruebas y a confiar en sus promesas. Tú también reclámalas. La paz de Dios llenará tu corazón.
Vamos a extirpar la mitad de la tiroides junto con el nodulo que se formó en ella. Pero si es maligno, tendré que extirparla toda», fueron las palabras del médico. Dios me había guiado de manera asombrosa hacia este médico, ya que como la voz es mi instrumento de trabajo, necesitaba de un especialista, cirujano de cabeza y cuello. Habíamos entablado una consulta por medio de Internet. Él no me conocía personalmente, sin embargo, se hicieron todos los arreglos para la operación. Cuando llegué por primera vez a su consultorio expresó su extrañeza y asombro ante la situación, porque aunque no cree en Dios, sentía que algo extraño sucedía con el caso. Hacía dos años que esta enfermedad me había sido diagnosticada; yo no sentía nada, pero el médico observó una protuberancia en mi garganta y al realizar estudios descubrió este nodulo. Tuve dos semanas duras, de lucha con Dios, rogando por salud. También estudié la Biblia, encontré promesas que reclamaba para mí. Entonces, un sábado de tarde, sentí esa paz que únicamente Dios puede dar al alma que está en lucha. Dejé de pelear con Dios, salí de la depresión en la que había caído y empecé a experimentar paz, y confianza en las promesas divinas. Llegó el día y se realizó la operación. Al salir de la anestesia, todavía en la sala de recuperación, el doctor se acercó y al oído me dijo que habían encontrado cáncer, el cual se había extendido a los ganglios y que había tenido que extirpar la tiroides completa, ganglios, nervios, etcétera. La noticia era mala y buena a la vez. Me dijo que habían sacado todo y que creía que se había erradicado el mal, aunque todavía había que esperar, asimilar la noticia y pasar por tratamiento de radiación. El médico me instaba a llorar para así desahogar el miedo a la enfermedad, pero no sentía necesidad de hacerlo pues la paz de Dios seguía allí en mi vida. ¡Hasta yo me extrañaba de la serenidad que me embargaba! Hoy puedo testificar del gran amor de Dios pues no perdí la voz, puedo seguir cantando. Después de un año y otros estudios, el médico me ha dado de alta. Me dijo que no quedó rastro del cáncer. Aunque enfrento luchas a diario, aprendí a agradecer por las pruebas y a confiar en sus promesas. Tú también reclámalas. La paz de Dios llenará tu corazón.
Sara Laura Ortiz de Murillo
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor.
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor.