viernes, 21 de septiembre de 2012

INDESTRUCTIBLES


«Más bien amontonen riquezas en el cielo, donde la polilla no destruye ni las cosas se echan a perder ni los ladrones entran a robar» (Mateo 6:20).

Hoy estamos caminando de noche otra vez. Esta noche es muy especial porque es nuestra primera aventura en el Nuevo Testamento de la Biblia.
Hoy estamos buscando algo que aparte de hermoso es especial. Estamos buscando polillas. A muchas polillas les gusta volar alrededor de las luces. ¡Mira! Algunas son realmente grandes y hermosas. Pero a pesar de su belleza las polillas pueden ser muy destructivas.
Las polillas a veces ponen sus huevos en los abrigos de lana o en los suéteres guardados en los armarios de las casas. Cuando nacen los gusanitos aspirantes a polillas comienzan a abrir agujeros en la costosa ropa.
En nuestro versículo de hoy Jesús dice que no debemos darle mucha importancia a la ropa ni a las cosas materiales que tengamos. Él sabe que algo tan pequeñito como el gusanito de una polilla las puede destruir.  Nosotros debemos poner nuestra confianza en Jesús y atesorar riquezas en el cielo.  Nadie puede apartarnos de su amor ni destruir las mansiones que él está preparando para nosotros, pues son indestructibles.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

UN REFUGIO EN LA TORMENTA


Él les dijo: «¿Por qué teméis, hombres de poca fe?» Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza. (Mateo 8:26).

Ya era de día. Con temor escuchábamos el rugido de la tormenta, porque se nos había advertido que aquel huracán era de categoría cinco y que podría causar grandes daños. Tomamos todas las precauciones necesarias, mientras que nos dispusimos a esperar el paso del meteoro.
Anteriormente nos habíamos reunido en el círculo familiar pidiéndole a Dios que nos protegiera de cualquier daño. Aunque creíamos que muchos techos iban a ser afectados por los vientos, sentíamos una gran paz, pues confiábamos en que Dios protegería nuestras vidas y propiedades. Cuando llegó el ojo del huracán la lluvia y los vientos disminuyeron, por lo que salimos fuera de la casa para reconocer los daños causados. Aparte de algunas ramas quebradas todo parecía estar en regla. Pero de repente, todo cambió. El viento y la lluvia comenzaron de nuevo. Cuando finalmente se calmó, salimos una vez más y le dimos gracias a Dios porque nuestra casa estaba intacta.
Al día siguiente caminamos por el vecindario y observamos que muchas casas habían perdido el techo y que muchas antenas y alambres estaban en el suelo. Recordamos el temor de los discípulos al encontrarse en medio de una tempestad nocturna mientras que Jesús dormía. Ellos sintieron un inmenso pánico, por lo que despertaron al Maestro diciendo: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!» (Mat. 8:25). Jesús calmó aquella tormenta y eso nos ayuda a confiar en que podrá calmar cualquier tormenta del presente.
Tal vez tú no estés experimentando tormentas de tipo físico, sino conflictos y problemas de diversa índole como peleas o desencuentros en tu hogar, o alguna dificultad financiera fuera de tu control que te esté haciendo pasar estrecheces. Aprendamos a confiar en Dios, porque no hay tormenta que él no pueda calmar, ni montaña que no pueda conquistar. Recordemos que él tampoco nos dará una prueba mayor de la que podamos soportar y que nada es imposible para Dios. ¡Nuestro Señor encuentra soluciones donde no parece haber ninguna!
Él ciertamente calmará las tormentas de nuestras vidas.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Shirnet Wellington

UN TESORO EN LOS BOLSILLOS


El hombre que tiene amigos ha de mostrarse amigo.  Proverbios 18:24, RV 1960

Mucho se ha escrito de Alejandro Magno, el gran conquistador macedonio: de sus proezas militares, de la rapidez con la que se convirtió en el hombre más poderoso de su tiempo, y de su enorme riqueza. Sin embargo, hay un aspecto destacado de su persona del cual poco se ha dicho, según se desprende de los siguientes relatos, ambos del Diccionario de anécdotas, por María E. Álvarez del Real, (pp. 18,19).
Se cuenta que en cierta ocasión alguien le preguntó a Alejandro dónde guardaba sus tesoros. Como si hubiera estado preparado para esa clase de preguntas, el conquistador dio la orden de que trajeran a sus generales. Cuando estuvieron en su presencia, se limitó a decir, mientras los señalaba: «Estos son mis tesoros».
Otro relato cuenta que cuando Alejandro estaba en su lecho de muerte, uno de sus generales le preguntó de qué manera pensaba repartir sus riquezas.
—Te ruego, Alejandro, que me digas dónde guardas tus tesoros —inquirió el general.
—Con mucho gusto —respondió Alejandro.
—¿Dónde? —preguntó con interés el general.
—En los bolsillos de mis mejores amigos.
Muy interesante. Un líder militar tan famoso, tan rico y tan poderoso como Alejandro Magno consideraba a sus amigos como su mayor tesoro. No sorprende, por lo tanto, saber que sus soldados estuvieran dispuestos a dar la vida por su amado general.
¿Son realmente un tesoro los verdaderos amigos? El sabio Salomón, por ejemplo, así lo da a entender cuando escribe que en tiempos de angustia un amigo es como un hermano (Prov. 17:17); y cuando admite que aunque «algunas amistades se rompen fácilmente», «hay amigos más fieles que un hermano» (Prov. 18:24).
¿Cómo consideras a tus verdaderos amigos? ¿Son un tesoro para ti? ¿Puedes pensar ahora mismo en algunos de ellos? Si ya lo hiciste, te hago una propuesta: da gracias a Dios por esos amigos verdaderos, cuídalos como un valioso tesoro, y esfuérzate por ser también tú un tesoro para ellos. He aquí una buena manera de lograrlo: comparte las tristezas de tus amigos y multiplica sus gozos, ¡comenzando hoy mismo!
Padre celestial, quiero tratar a mi verdaderos amigos como un valioso tesoro.  Ayúdame a lograrlo, comenzando a partir de hoy.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

UNA CUESTIÓN DE VIDA O MUERTE


«Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba» (Marcos 1:35).

A todo el mundo le encantan los bebés; bueno, a casi todo el mundo. Nacen indefensos. Alguien tiene que suplir sus necesidades. Y, sin embargo, eso es parte de su atractivo.
No obstante, aunque los demás tienen que hacer mucho para que vivan sanos, los bebés tienen que hacer ciertas cosas por sí mismos. Una de ellas es respirar. Es posible que, durante un corto espacio de tiempo, una máquina bombee oxígeno en sus pequeños pulmones, pero, tarde o temprano, el bebé tendrá que empezar a respirar por sí mismo.
«La oración es el aliento del alma. Es el secreto del poder espiritual. No puede ser sustituida por ningún otro medio de gracia, y conservar, sin embargo, la salud del alma. La oración pone al corazón en inmediato contacto con la Fuente de la vida, y fortalece los tendones y músculos de la experiencia religiosa. Descuídese el ejercicio de la oración, u órese espasmódicamente, de vez en cuando, según parezca propio, y se perderá la relación con Dios. Las facultades espirituales perderán su vitalidad, la experiencia religiosa carecerá de salud y vigor» (La oración, cap. 1,pp. 12,13).
Nuestra vida espiritual es como un bebé. Aunque el pastor puede estimularnos, los demás miembros de nuestra familia pueden orar por nosotros y los amigos pueden animarnos, si queremos seguir vivos espiritualmente, hay una cosa que tenemos que hacer por nosotros mismos: respirar; en definitiva, orar.
Un cristiano sano es un cristiano que siempre ora. El descuido de la oración lleva inevitablemente a la decadencia espiritual. Quizá al principio sea difícil de observar pero, al final, los síntomas serán inequívocos:
  • La oración sincera pronto se convierte en un acto formal lleno de palabras vacías.
  • Los valores de la persona se asemejan a los del mundo.
  • Cada vez habla menos de Dios y de asuntos espirituales.
  • Cada vez pasa menos tiempo a solas con Dios hasta que, al final, ya no pasa ni un minuto con él.
  • La resistencia al pecado pierde importancia de manera paulatina y solo se produce cuando sus consecuencias podrían ser muy graves.

La oración es asunto de vida o muerte. No contenga la respiración.  Basado en Lucas 18:1-8

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

EL AMOR VALORA


Así también deben amar los maridos a sus mujeres, como a sus propios cuerpos (Efesios 5:28).

Considera estas dos situaciones. Un hombre posee un auto viejo que comienza a tener problemas serios; así que lo lleva al mecánico. Luego de una evaluación, le dicen que necesitará una reparación completa, lo cual es demasiado para su presupuesto limitado. Debido a las costosas reparaciones, el hombre decide deshacerse del auto y gastar su dinero en un nuevo vehículo. Parece razonable, ¿no es así? Otro hombre, un ingeniero, tiene un accidente y una máquina le aplasta la mano. Corre al hospital, le sacan una radiografía y descubre que se le han roto varios huesos. Aunque se siente frustrado y dolorido, usa de buena gana sus ahorros para que lo traten, le coloquen un yeso y luego, con esmero cuida la mano durante los meses siguientes hasta que se restaura. Es probable que esto también te parezca razonable. El problema en nuestra cultura es que al matrimonio a menudo se lo trata como en la primera situación. Cuando hay problemas de relación, te animan a cambiar a tu cónyuge por un "modelo más nuevo". Sin embargo, los que tienen esta visión no comprenden el lazo importante que existe entre el esposo y la esposa. La verdad es que el matrimonio se parece más a la segunda situación. Forman parte el uno del otro. Si te lastimaras la mano, nunca te la cortarías, sino que pagarías todo lo que estuviera a tu alcance para obtener el mejor tratamiento médico posible, porque tu mano es invalorable para ti. Es parte de ti.
Tu pareja también hace parte de ti. El matrimonio es un misterio hermoso creado por Dios, en el que se unen dos vidas en una. No solo sucede a nivel físico, sino también a niveles espiritual y emocional. Comienzan compartiendo la misma casa, la misma cama y el mismo apellido. Sus identidades como individuos se unen. Cuando tu cónyuge atraviesa una tragedia, los dos la sienten. Cuando tienes éxito en tu trabajo, los dos se alegran; pero en algún momento del camino, te desilusionas y piensas que te casaste con una persona imperfecta, cuando no es la persona, sino tu mismo(a).
Reflexión: Hoy daré todo de mí para ser considerada o considerado con mi pareja sin medidas.
PRESÉNTALE A DIOS TU CASO EN ORACIÓN, HOY.

Tomado del 50 días de Oración
Por Pr. Juan Caicedo Solís
Secretario Ministerial, Dir. Hogar y Familia
Unión Colombiana del Sur