Esto es lo que pido en oración: que el amor de ustedes abunde cada vez más en conocimiento y en buen juicio (Filipenses 1: 9).
Hija —me dijo mi madre mientras llenaba el formato de participación en la iglesia—, ¿no señalaste en qué quieres ayudar? —No importa, si Dios quiere que le sirva, él me lo hará saber —le contesté. Ese sábado sentí algo de tristeza al verme sentada en las bancas de la iglesia todo el tiempo. Pero miré a mi alrededor y entonces me pregunté: «¿Cuándo participaría alguien como yo en las actividades de la iglesia, si hay tantas personas talentosas? ¿En qué podía participar?» Hablé con Dios y le comenté mis profundos deseos de servir en su iglesia. Suspiré y quedó allí mi anhelo. No recuerdo cuánto tiempo pasó,-pero un sábado de mañana, durante la Escuela Sabática, una hermana me mandó llamar. De una manera amable se presentó, me sonrió y me preguntó mi nombre. Luego dijo que había estado observándome y que quería invitarme a servir al Señor en el diaconado. Inmediatamente vino a mi mente aquel pensamiento de varios sábados atrás. Entonces sentí una gran emoción, un gran nudo en la garganta me impedía hablar. ¡Dios respondió mis oraciones! ¡No podía creer que llegara tan rápido! Ese día me sentí muy especial, además comprendí que cuando te pones en las manos de Dios de todo corazón, siempre te dará una respuesta. Ha pasado el tiempo y hasta el día de hoy he servido a Dios como diaconisa durante tres años. Para mí, servir a mi Padre celestial es como una ofrenda de agradecimiento por todo lo que me ha dado. Me he dado cuenta que la disposición humana en las manos de Dios hace maravillas. Te invito a ponerte en las manos de Dios para prestar un servicio de agradecimiento a él.
Hija —me dijo mi madre mientras llenaba el formato de participación en la iglesia—, ¿no señalaste en qué quieres ayudar? —No importa, si Dios quiere que le sirva, él me lo hará saber —le contesté. Ese sábado sentí algo de tristeza al verme sentada en las bancas de la iglesia todo el tiempo. Pero miré a mi alrededor y entonces me pregunté: «¿Cuándo participaría alguien como yo en las actividades de la iglesia, si hay tantas personas talentosas? ¿En qué podía participar?» Hablé con Dios y le comenté mis profundos deseos de servir en su iglesia. Suspiré y quedó allí mi anhelo. No recuerdo cuánto tiempo pasó,-pero un sábado de mañana, durante la Escuela Sabática, una hermana me mandó llamar. De una manera amable se presentó, me sonrió y me preguntó mi nombre. Luego dijo que había estado observándome y que quería invitarme a servir al Señor en el diaconado. Inmediatamente vino a mi mente aquel pensamiento de varios sábados atrás. Entonces sentí una gran emoción, un gran nudo en la garganta me impedía hablar. ¡Dios respondió mis oraciones! ¡No podía creer que llegara tan rápido! Ese día me sentí muy especial, además comprendí que cuando te pones en las manos de Dios de todo corazón, siempre te dará una respuesta. Ha pasado el tiempo y hasta el día de hoy he servido a Dios como diaconisa durante tres años. Para mí, servir a mi Padre celestial es como una ofrenda de agradecimiento por todo lo que me ha dado. Me he dado cuenta que la disposición humana en las manos de Dios hace maravillas. Te invito a ponerte en las manos de Dios para prestar un servicio de agradecimiento a él.
Grícelda Bustamante Echavarrí
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor.
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor.