viernes, 24 de febrero de 2012

¿QUÉ ES ESTO?

«El maná era parecido a la semilla del cilantro; tenía un color amarillento, como el de la resina» (Números 11:7).

Ya hemos estado caminando junto a los israelitas durante un tiempo y hemos notado que hay muchas quejas entre el pueblo. Hemos hablado mucho de vegetales estos últimos días porque los hijos de Israel están cansados del maná. Añoraban los vegeta-les que comían en Egipto. Bueno, es comprensible, porque los vegetales son deliciosos, aparte de lo buenos que son para la salud. Sin embargo, creo que deberían estar agradecidos por el maná. ¿No le parece?
¿Y qué es el maná?, preguntarás tú. Maná es una expresión hebrea que significa «¿qué es esto?». Eso fúe lo que los israelitas dijeron cuando el maná cayó del cielo por primera vez. Dios les dio el maná desde de que comenzó su travesía en el desierto, y según Josué 5: 12 dejó de dárselo justo cuando entraron en la Tierra Prometida, donde comenzaron a alimentarse con los alimentos que allí abundaban.
El tiempo de Dios es perfecto. Él siempre sabe qué hacer y cuándo hacerlo. A veces nos impacientamos y nos quejamos ante Dios por las cosas, pero debemos recordar que Dios, a diferencia de nosotros, lo sabe todo. Así que seamos pacientes y recordemos la experiencia con el maná. Si Dios está al control de nuestra vida, no hay nada de qué preocuparnos.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

EVITA LA SORDERA

Mi Dios los desechará porque ellos no lo oyeron, y andarán errantes entre las naciones. (Oseas 9:17).

Hace algunos meses sufrí una infección de oídos que me impedía oír bién. Al leer el versículo de hoy he pensado que muchas veces el pueblo de Dios también ha sufrido de algún trastorno de los oídos.
El Señor nos habla una y otra vez en forma paciente. Sin embargo seguimos prestando oídos sordos a sus palabras y no escuchamos su voz. Dios desecha a quienes no lo escuchan, aunque él no abandona a nadie, a menos que sea uno quien lo abandone a él para seguir sus propios caminos.
A lo largo de la historia encontramos que muchas personas desoyeron las amonestaciones divinas. Si comenzamos por Adán y Eva comprobaremos que algunos personajes cedieron ante las costumbres del mundo que los rodeaba, dejando de escuchar la voz de Dios.
Salomón fue un rey que recibió de Dios la sabiduría que había pedido, así como riquezas y honores. Sin embargo, se llenó de orgullo para luego ceder a las tentaciones que llegan de la mano de la prosperidad económica. Cerró sus oídos a las amonestaciones del Señor y se entregó a los placeres del mundo, olvidándose de Dios por algún tiempo. (ver 1 Rey. 11:1-8).
El rey Ezequías fue un fiel siervo de Dios que en cierto momento sufrió una grave enfermedad. Tras orar, el Señor le concedió quince años más de vida. Pero su corazón se llenó de vanidad. Dios envió a varios mensajeros desde Babilonia para que escucharan el testimonio de su milagrosa curación, sin embargo, Ezequías únicamente les enseñó sus posesiones, sin mencionar lo que Dios había hecho por él. (Ver 1 Rey 18-20).
Estas experiencias sirven de advertencia para nosotras, que muchas veces cerramos nuestros oídos para no escuchar al Señor. Satanás sabe lo que debe hacer para que caigamos en sus engaños y para que dejemos de cumplir la voluntad de Dios. Procuremos no caer en las trampas del maligno, evitando que nos cieguen y ensordezcan las cosas materiales que hay a nuestro alrededor. Pongamos nuestros ojos en Cristo. Abramos nuestros oídos y nuestros corazones a sus divinas enseñanzas y sigamos el camino que él nos ha trazado mediante su muerte en la cruz.
Hermana, la decisión es nuestra. Sin embargo, yo haré mías las palabras de Josué: «Yo y mi casa seguiremos a Jehová»

Toma de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Rosita Val

¿UN MILLÓN DE SAPOS?

Por mucho que uno se preocupe, ¿cómo podrá prolongar su vida ni siquiera una hora? Mateo 6:27.

Wayne Rice, escritor de temas para jóvenes, cuenta la historia de un granjero que fue al restaurante del pueblo y ofreció vender un millón de sapos. Al escuchar la oferta, el dueño del negocio, asombrado, preguntó:
—¡Un millón! ¿Y dónde conseguirá usted tantos sapos?
—En un pozo que hay cerca de mi casa —respondió el granjero—. Cuando cantan de noche, me vuelven loco.
Los dos hombres acordaron la entrega de quinientos sapos por semana, para comenzar.
Al cabo de unos días el granjero regresó al restaurante. Con rostro avergonzado, colocó sobre el mostrador dos sapitos tan escuálidos que cabían en la palma de su mano y todavía sobraba espacio.
—¿Y qué pasó con el millón de sapos? —preguntó el dueño del restaurante. Pues, verá... Solamente había dos, ¡pero hacían tanto ruido como un millón! (More Hot Illustrations for Youth Talks [Más ilustraciones actuales para charlas con los jóvenes] p. 23).
Me pregunto si no nos pasa a veces como al granjero de la historia. ¿Te ha ocurrido? Donde hay apenas dos miserables sapos, crees escuchar un millón. No jugaste bien en el partido de fútbol, y ya crees que el mundo se derrumba. El muchacho que te gusta no te presta atención, y ya piensas que la vida es cruel contigo. Tienes problemas con una materia en el colegio, y sientes que careces de suficiente materia gris para los estudios.
Quizá ahora mismo tengas algún problema con tus padres, tu novio, tu mejor amiga o tu salud. No le des más importancia de la que tiene. Quizás es un escuálido sapito al que le estás prestando demasiada atención, y en las noches se escucha como si fuera un millón. Por lo demás, ¿no tienes acaso en el cielo a un Padre amante, que conoce la carga que oprime tu corazón en este mismo Instante?. Si este es el caso, ¿qué tal si haces lo que dice el himno? «Cuando estés cansado y abatido dilo a Cristo, dilo a Cristo...»
Padres celestial, ayúdame a dar a cada cosa la importancia que tiene. Y cuando los problemas parezcan abrumarme, recuérdame que nunca estoy solo.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

«MÍA ES LA VENGANZA»

«No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios, porque escrito está: "Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor"» (Romanos 12: 19).

Había una vez un importante hombre de negocios que escuchó que un conocido suyo estaba en la cárcel. Decidió visitarlo. Tras varias horas de conversación, el empresario quedó muy impresionado. Cuando se iba, fue a ver al director de la cárcel y le preguntó si iba a recomendar el indulto para su amigo. Prometió al director que, si su amigo salía indultado, respondería por él y le daría empleo en una de sus fábricas.
El director de la cárcel accedió a recomendar el indulto. A la siguiente visita del hombre de negocios, le entregó un documento. El indulto había sido concedido. El director sugirió que no le entregara el indulto al preso hasta después de haber hablado un poco más con él y así lo hizo. Cuando el benefactor le preguntó al preso qué deseaba hacer con más ganas cuando estuviera en libertad, el hombre se puso en pie y, mirando a través de los barrotes, dijo: «Solo hay dos cosas que quiero hacer cuando salga. Una es matar al juez que me encerró aquí y la otra es matar al hombre que dijo a la policía dónde podían encontrarme». El empresario rompió el indulto y se marchó.
Jesús dijo: «Oísteis que fue dicho: "Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra"» (Mat 5:58,39). En otras palabras, no tratéis de vengaros.
En la vida cotidiana es raro que recibamos una bofetada, pero se nos insulta de otras maneras. El mandato de Jesús de «poner la otra mejilla» se puede aplicar perfectamente a esas situaciones de la vida diaria. ¿Acaso hay quien hable de usted a sus espaldas? No haga lo mismo con él. ¿Un compañero de trabajo habla mal de usted a su jefe? No le pague con la misma moneda.
Dios nos manda: «No te vengarás ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lev. 19:18). Jesús es nuestro ejemplo. «Cuando lo maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino que encomendaba la causa al que juzga justamente» (1 Ped. 2:23). (Basado en Mateo 5:38-42).

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill