El Señor ama a los que odian el mal. Salmo 97:10
Cuando ni tú ni yo habíamos nacido, a un sociólogo norteamericano se le ocurrió rastrear la pista a los descendientes de un tal Martín Kalikak, un borracho empedernido que vivió en el siglo XVIII y que se casó con una mujer tan mala como él.
Durante los ciento cincuenta años que cubrió el estudio, el investigador logró ubicar 480 descendientes de los esposos Kalikak. De ese total, 143 tuvieron problemas mentales, 82 murieron en la infancia, 36 fueron hijos ilegítimos, 24 fueron alcohólicos, tres sufrieron de epilepsia y tres recibieron la pena de muerte por sus delitos (Denis Duncan, Day by Day with William Barclay [Día a día con William Barclay], p. 165). ¡Vaya herencia!
Tiempo después se realizó un estudio similar con los descendientes de Maximiliano Jukes, un incrédulo que se casó con una mujer también incrédula. De 1,026 descendientes de esta pareja, se encontró que trescientos murieron en forma prematura, cien fueron encarcelados por varios delitos, 109 fueron adictos a algún vicio o a algún tipo de inmoralidad, y 102 fueron borrachos empedernidos (Enrique Chaij, Dicha y armonía en el hogar, pp.179, 180).
¿Se les habrá ocurrido a estas parejas pensar que lo que hacemos con nuestra vida también afecta a otros? Muy probablemente no. Lo más seguro es que eran de esa clase de gente que aún podemos escuchar hoy día. Son los que dicen: «¡Hago con mi vida lo que me da la gana!».
¡Cuán diferente fue el legado de Jonathan Edwards! Edwards (1703-1758), un hijo de pastor que se casó con una joven cristiana, es hoy recordado por su contribución al Gran Despertar Religioso del siglo XVIII en los Estados Unidos. De los 729 descendientes que un estudio logró ubicar, se encontraron trescientos predicadores, 65 profesores, trece rectores de universidades, seis escritores, tres diputados, y un vicepresidente de la Nación (Ibíd.).
¿Qué lecciones nos enseñan estas investigaciones? Al menos dos. Una es que cosechamos lo que sembramos. Tus actos, tus palabras, aun tus pensamientos, tienen consecuencias. Te afectan y afectan a otros. Como bien lo expresó Newton en su tercera ley del movimiento: por cada acción hay una reacción. La segunda lección es que, cuando te llegue la hora de escoger a tu futuro esposo, o esposa, ¡más vale que escojas bien!
Tu puedes hacer que el mundo sea mejor o peor. Vive de la manera que sea mucho mejor.
Dios mío, que en este día mis actos, palabras y pensamientos glorifiquen tu nombre.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala