Jesús iba por iodos las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios. Lo acompañaban los doce. (Lucas 8:1).
El capítulo 9 de Lucas sugiere que después del incidente ocurrido en la casa de Simón, el ex leproso, Jesús continuó su misión por todas las aldeas y ciudades, pero esta vez no eran solo sus discípulos los que lo acompañaban, El registro bíblico dice que «algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios. Juana, mujer de Chuza, intendente de Heredes, Susana y otras muchas ayudaban con sus bienes» (Luc. 8: 2, 3).
¡Qué cambio tan radical! Mujeres que habían sido sanadas de enfermedades y liberadas de demonios ahora, como el endemoniado gadareno, podían sentarse al lado de Jesús y servirlo, no solo con sus manos, sino también con sus recursos económicos. Este grupo de mujeres aparentemente desconocidas o poco nombradas ocuparon un lugar importante en el avance de la predicación del evangelio. Por aliviar las cargas del Maestro y suplir las necesidades de los discípulos, aquellas manos ayudadoras han quedado registradas en los anales de la historia del cristianismo.
Siempre me ha impactado la generosidad de algunos hermanos que nos han ayudado cuando hemos sido trasladados a un nuevo lugar de servicio. Muchos llegan a nuestra nueva vivienda, todavía desordenada, para ayudarnos a poner las cosas en orden, y suplen nuestras necesidades de alimento. Esas manos son ángeles que alivian nuestras cargas. Creo que Jesús apreció mucho la ayuda brindada por estas agradecidas mujeres. El hecho de que aparezcan en los evangelios demuestra la importancia que el cielo les concedió. ¿Eres tú una de esas mujeres? Cristo quiere ser tus manos, tus pies y tus labios. Los ángeles pueden hacer grandes obras a través de tu vida. Cuando Jesús llame «benditos de mi Padre» a los redimidos, les recordara lo que hicieron por sus hermanos más pequeñitos, y lo considerará como sí se lo hubieran hecho a él mismo. ¿Quieres estar en el bando de los redimidos? Entonces recibirás la recompensa: «Entra en el gozo de tu Señor».
Señor, tómame como enteramente tuya y haz de mi una sierva fiel.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
El capítulo 9 de Lucas sugiere que después del incidente ocurrido en la casa de Simón, el ex leproso, Jesús continuó su misión por todas las aldeas y ciudades, pero esta vez no eran solo sus discípulos los que lo acompañaban, El registro bíblico dice que «algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios. Juana, mujer de Chuza, intendente de Heredes, Susana y otras muchas ayudaban con sus bienes» (Luc. 8: 2, 3).
¡Qué cambio tan radical! Mujeres que habían sido sanadas de enfermedades y liberadas de demonios ahora, como el endemoniado gadareno, podían sentarse al lado de Jesús y servirlo, no solo con sus manos, sino también con sus recursos económicos. Este grupo de mujeres aparentemente desconocidas o poco nombradas ocuparon un lugar importante en el avance de la predicación del evangelio. Por aliviar las cargas del Maestro y suplir las necesidades de los discípulos, aquellas manos ayudadoras han quedado registradas en los anales de la historia del cristianismo.
Siempre me ha impactado la generosidad de algunos hermanos que nos han ayudado cuando hemos sido trasladados a un nuevo lugar de servicio. Muchos llegan a nuestra nueva vivienda, todavía desordenada, para ayudarnos a poner las cosas en orden, y suplen nuestras necesidades de alimento. Esas manos son ángeles que alivian nuestras cargas. Creo que Jesús apreció mucho la ayuda brindada por estas agradecidas mujeres. El hecho de que aparezcan en los evangelios demuestra la importancia que el cielo les concedió. ¿Eres tú una de esas mujeres? Cristo quiere ser tus manos, tus pies y tus labios. Los ángeles pueden hacer grandes obras a través de tu vida. Cuando Jesús llame «benditos de mi Padre» a los redimidos, les recordara lo que hicieron por sus hermanos más pequeñitos, y lo considerará como sí se lo hubieran hecho a él mismo. ¿Quieres estar en el bando de los redimidos? Entonces recibirás la recompensa: «Entra en el gozo de tu Señor».
Señor, tómame como enteramente tuya y haz de mi una sierva fiel.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera