Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron (Apocalipsis 21:4).
Era joven y estaba confundida. Me arrodillé al lado de la cama de mi padre en el hospital. Él era un hombre fuerte que rara vez se enfermaba, pero había tenido un ataque cardíaco y estaba pálido y semiconsciente. No me reconocía.
Como yo estaba en la escuela cuando él tuvo el ataque, no había podido ir con él hasta el hospital.
Mi padre hablaba mientras yo le sostenía la mano. Sus palabras reflejaban lo que había ocurrido hacía mucho tiempo, antes de que yo naciera. Su hijo se llamaba Johnny, de quien solo había visto fotos felices en el álbum de familia. Era un niño pequeño con una gran sonrisa, y zapatos negros y brillantes, Johnny había muerto cuando tenía 4 años de edad. Mi padre casi nunca había hablado de él, pero ahora lo estaba llamando.
Me partía el corazón. Lo único que podía hacer era sostener su mano. No le podía traer a Johnny. Ni siquiera podía decirle que lo amaba. Estuve sentada a su lado por un rato, con lágrimas rodando por mis mejillas. Entonces escuche que se abría la puerta. Me di vuelta y vi a una enfermera joven, no mucho mayor que yo, con un uniforme claro. Tenía ojos marrón oscuro; los ojos más grandes y expresivos que jamás he visto. Se paró justo en frente de la puerta, como si no quisiera interrumpir ese momento precioso; claramente no estaba acostumbrada al dolor que a menudo se encuentra en una habitación de hospital. Nos miramos la una a la otra por largo rato; ninguna de las dos dijo nada. Entonces vi que una lágrima corría lentamente por su mejilla. Esa lagrima me dijo que ella se preocupaba por mí y me comprendía.
¿Me abrazó? ¿Se marchó de la habitación para darme privacidad? No recuerdo lo que ocurrió después, pero cuarenta años más tarde todavía la recuerdo: la enfermera de hermosos ojos oscuros y esa única lágrima que rodó lentamente por su mejilla.
A menudo la Biblia nos habla de lágrimas y de que algún día Dios las enjugará. Mientras tanto, podemos ministrar por medio del cariño y la ternura.
Alabo a Dios porque mi padre se recuperó del ataque cardíaco y regresó a un hogar, con mi madre y conmigo.
Era joven y estaba confundida. Me arrodillé al lado de la cama de mi padre en el hospital. Él era un hombre fuerte que rara vez se enfermaba, pero había tenido un ataque cardíaco y estaba pálido y semiconsciente. No me reconocía.
Como yo estaba en la escuela cuando él tuvo el ataque, no había podido ir con él hasta el hospital.
Mi padre hablaba mientras yo le sostenía la mano. Sus palabras reflejaban lo que había ocurrido hacía mucho tiempo, antes de que yo naciera. Su hijo se llamaba Johnny, de quien solo había visto fotos felices en el álbum de familia. Era un niño pequeño con una gran sonrisa, y zapatos negros y brillantes, Johnny había muerto cuando tenía 4 años de edad. Mi padre casi nunca había hablado de él, pero ahora lo estaba llamando.
Me partía el corazón. Lo único que podía hacer era sostener su mano. No le podía traer a Johnny. Ni siquiera podía decirle que lo amaba. Estuve sentada a su lado por un rato, con lágrimas rodando por mis mejillas. Entonces escuche que se abría la puerta. Me di vuelta y vi a una enfermera joven, no mucho mayor que yo, con un uniforme claro. Tenía ojos marrón oscuro; los ojos más grandes y expresivos que jamás he visto. Se paró justo en frente de la puerta, como si no quisiera interrumpir ese momento precioso; claramente no estaba acostumbrada al dolor que a menudo se encuentra en una habitación de hospital. Nos miramos la una a la otra por largo rato; ninguna de las dos dijo nada. Entonces vi que una lágrima corría lentamente por su mejilla. Esa lagrima me dijo que ella se preocupaba por mí y me comprendía.
¿Me abrazó? ¿Se marchó de la habitación para darme privacidad? No recuerdo lo que ocurrió después, pero cuarenta años más tarde todavía la recuerdo: la enfermera de hermosos ojos oscuros y esa única lágrima que rodó lentamente por su mejilla.
A menudo la Biblia nos habla de lágrimas y de que algún día Dios las enjugará. Mientras tanto, podemos ministrar por medio del cariño y la ternura.
Alabo a Dios porque mi padre se recuperó del ataque cardíaco y regresó a un hogar, con mi madre y conmigo.
Edna Maye Gattington
Tomado de Meditaciones Matinales para la mujer
Mi Refugio
Autora: Ardis Dick Stenbkken
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