Porque al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. Mateo 25:29.
Quienes aceptan a Jesús como su Salvador personal vivirán vidas de humildad, paciencia y amor. No se entregaron al Señor por la ganancia que recibirían. Han llegado a ser uno con Cristo, al igual que Cristo es uno con el Padre, y diariamente reciben su recompensa al ser partícipes de la humildad, el reproche, la abnegación y el sacrificio de Cristo. Encuentran su alegría en observar las ordenanzas del Señor. Encuentran esperanza, paz y alivio en el servicio genuino; y con fe y valor avanzan en el camino de la obediencia, siguiéndole a él que dio su vida por ellos. Por su consagración y devoción revelan al mundo la verdad de las palabras "ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí" (Gal. 2:20).
El profeta Malaquías escribió: "Entonces los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre" (Mal. 3:16). ¿Hablaron palabras de queja, para buscar faltas o para felicitarse? No; en contraste con los que hablan contra Dios, quienes le temen hablan palabras de valor, gratitud y alabanza. No cubren el altar de Dios con lágrima y lamentos; vienen con rostros iluminados con los rayos del Sol de Justicia, y alaban a Dios por su bondad.
Tales palabras hacen que todo el cielo se regocije. Los que las pronuncian pueden ser pobres en posesiones mundanales, pero al darle fielmente a Dios la porción que él reclama, reconocen su deuda con él. Los capítulos de la historia de su vida no incluyen el egoísmo. Con amor y gratitud, con cantos de gozo en sus labios, traen sus ofrendas a Dios, diciendo como David: "De lo recibido de tu mano te damos" (1 Crón. 29:14). "Y serán para mí especial tesoro, ha dicho Jehová de los ejércitos, en el día en que yo actúe; y los perdonaré, como el hombre perdona a su hijo que le sirve" (Mal. 3:17)...
Los que sirven verdaderamente a Dios lo temerán, pero no como el siervo infiel, que escondió su talento en la tierra porque tenía miedo que el Señor exigiera lo suyo. Sentirán temor de deshonrar a su Hacedor al descuidar la mejora de sus talentos.— Review and Herald, 5 de enero de 1897.
Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White