Pero tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna (Santiago 1:4).
A veces pedimos a Dios que nos conceda esa noble virtud de la paciencia, pero lo hacemos como quien espera que el Señor nos toque con su varita mágica y, abracadabra, seamos pacientes: lo hacemos como quien echa un frijol a la olla y espera un manjar. ¿Te parece que es así como actúa Dios? Tal vez nos gustaría que así fuera, pero lo cierto es que no funciona de este modo y, aunque todos reconocemos nuestras necesidad de adquirir paciencia, no hacemos los esfuerzos pertinentes ni damos los pasos necesarios para alcanzar ese objetivo.
Retornemos la historia de ayer. Juan continuaba cumpliendo el trato que había hecho con su padre. Aunque lo hacía a regañadientes, a medida que pasaba el tiempo la cerca iba mostrando un progreso considerable en el carácter de Juan. Eran cada vez menos los clavos que introducía cada día, hasta que por fin, llegó el momento de la victoria. Rebosando alegría el pequeño fue junto a su padre y le mostró la cajita casi vacía. «i Qué bueno, hijo! Veo que has mejorado considerablemente. Pero tengo otra encomienda para ti». El muchacho se quedó inmóvil mientras escuchaba: «Ahora quiero que cada vez que logres controlar tu enfado, saques uno de los clavos de la cerca».
Parecía una petición absurda, pero Juan aceptó de nuevo el reto y, después de algún tiempo, le mostró a su padre una cerca completamente libre de clavos. «¿Ves, hijo? —le dijo el padre mientras lo rodeaba con sus brazos -, has vencido tu mal genio, pero debes aprender que las cosas que haces tienen consecuencias que van mucho más allá de lo que crees. Ya no hay clavos, pero sus marcas han quedado en la cerca».
La paciencia no solo produce beneficios físicos, sino que nos libera de una vida de remordimientos y de las posibles consecuencias de nuestra falta de dominio propio. En su gran misericordia, Dios saca cada clavo cuando vences el mal genio, pero desgraciadamente tú tienes que lidiar con las consecuencias de tus acciones.
«Todo lo que el hombre siembre, eso también segará» (Gal. 6: 7).
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
A veces pedimos a Dios que nos conceda esa noble virtud de la paciencia, pero lo hacemos como quien espera que el Señor nos toque con su varita mágica y, abracadabra, seamos pacientes: lo hacemos como quien echa un frijol a la olla y espera un manjar. ¿Te parece que es así como actúa Dios? Tal vez nos gustaría que así fuera, pero lo cierto es que no funciona de este modo y, aunque todos reconocemos nuestras necesidad de adquirir paciencia, no hacemos los esfuerzos pertinentes ni damos los pasos necesarios para alcanzar ese objetivo.
Retornemos la historia de ayer. Juan continuaba cumpliendo el trato que había hecho con su padre. Aunque lo hacía a regañadientes, a medida que pasaba el tiempo la cerca iba mostrando un progreso considerable en el carácter de Juan. Eran cada vez menos los clavos que introducía cada día, hasta que por fin, llegó el momento de la victoria. Rebosando alegría el pequeño fue junto a su padre y le mostró la cajita casi vacía. «i Qué bueno, hijo! Veo que has mejorado considerablemente. Pero tengo otra encomienda para ti». El muchacho se quedó inmóvil mientras escuchaba: «Ahora quiero que cada vez que logres controlar tu enfado, saques uno de los clavos de la cerca».
Parecía una petición absurda, pero Juan aceptó de nuevo el reto y, después de algún tiempo, le mostró a su padre una cerca completamente libre de clavos. «¿Ves, hijo? —le dijo el padre mientras lo rodeaba con sus brazos -, has vencido tu mal genio, pero debes aprender que las cosas que haces tienen consecuencias que van mucho más allá de lo que crees. Ya no hay clavos, pero sus marcas han quedado en la cerca».
La paciencia no solo produce beneficios físicos, sino que nos libera de una vida de remordimientos y de las posibles consecuencias de nuestra falta de dominio propio. En su gran misericordia, Dios saca cada clavo cuando vences el mal genio, pero desgraciadamente tú tienes que lidiar con las consecuencias de tus acciones.
«Todo lo que el hombre siembre, eso también segará» (Gal. 6: 7).
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera