martes, 19 de marzo de 2013

LA BILLETERA PERDIDA


Lugar: Michigan, EE.UU. 
Palabra de Dios: Lucas 15:10.

Pero el día anterior a que saliéramos de viaje, mi esposo perdió su billetera. Tenía que estar en alguna parte de la casa, pero ¿dónde? buscamos y buscamos y buscamos, pero no apareció. A medida que el momento de partir se acercaba, comenzamos a asustarnos. ¿Cómo iba a abordar el avión? ¿Cómo podría alquilar un auto? ¿Cómo iba a pagar el hotel? En la billetera perdida estaba su carnet de conductor, sus tarjetas de crédito; hasta su tarjeta de identificación.
De alguna manera nos las arreglamos en ese viaje usando mi tarjeta de crédito y el pasaporte de mi esposo como documento de identificación. Pero, cuando volvimos, continuamos la búsqueda. Mi esposo sacó su linterna grande y comenzó a recorrer de nuevo la casa. Una vez más, miró debajo de la cama, en los roperos, detrás de las bibliotecas, debajo del sillón; en todos los lugares donde podría estar la billetera. Hasta revisó la basura. Pero, no pudimos encontrarla por ninguna parte.
-Debí haberla perdido por ahí -dijo mi esposo finalmente.
Pero, siguió buscando.
Desesperado, se dirigió a la cocina, y con su linterna encendida comenzó a abrir cajones y alacenas... ¡y allí estaba, debajo de la pileta de la cocina! Todavía no sabemos cómo llegó allí pero, obviamente, mi esposo estaba contentísimo.
Esta historia me recuerda la parábola de la mujer que perdió una de sus diez monedas de plata. Encendió una lámpara y revisó cuidadosamente toda la casa. Cuando encontró la moneda perdida, invitó a sus amigas y vecinas a alegrarse con ella.
Luego, Jesús continuó diciendo: "Así mismo se alegra Dios con sus ángeles por un pecador que se arrepiente". Así de preciosos somos para Jesús. Él no quiere que ninguno de nosotros se pierda, y cuando estamos a salvo en sus brazos, ¡hay mucha alegría en el cielo!

Tomado de Devocionales para menores
En algún lugar del mundo
Por Helen Lee Robinson

ALABA, ALMA MÍA, AL SEÑOR


¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor! Alaba, alma mía, al Señor. Alabaré al Señor toda mi vida; mientras haya aliento en mí, cantaré salmos a mi Dios. Salmo 146:1-2

La alabanza es una expresión que surge del alma y del espíritu, y nos lleva a reconocer la grandeza y las bondades de Dios. Es prácticamente increíble que alguien tan magnífico como Dios se digne a mirar a las criaturas terrenales, y además las cuide con tan tierna solicitud como lo hace con nosotros. Por ese simple hecho, brotan de nuestros labios expresiones y sonidos en acción de gracias al Creador.
Cuando reconocemos la grandeza de Dios, nos damos cuenta también de cuan pequeños somos nosotros, los seres humanos. Entonces surge de lo profundo del corazón la alabanza que se traduce en himnos de honra, adoración, exaltación por sus obras, y contrición del corazón. Podemos expresar: «Alaba, alma mía, al Señor; alabe todo mi ser su santo nombre. Alaba, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios» (Sal. 103:1-2).
La persona que alaba a Dios se coloca, sin darse cuenta, en una posición de humildad que la hace sensible a la voz del Espíritu Santo. Entonces es capaz de reconocer todos sus favores, experimentar gozo y gratitud que se convierten en salud abundante. La alabanza es una actitud que podemos desarrollar con voluntad, hasta que la hagamos parte de nuestra manera de ser. Al cantar un himno, al leer un salmo o al orar, estamos alabando al Señor, y en estas acciones tenemos el privilegio de sentir al Espíritu Santo, que nos ayuda a tener comunicación directa con el Creador. Amiga, te invito a que sientas la presencia del Señor en tu vida diaria mediante la alabanza; haz de ello un hábito. Alabemos a Dios con el intelecto y con el espíritu, lo que significa reflexionar sobre la gracia y la misericordia de que somos objeto y, por otro lado, permitamos que nuestro espíritu libere las expresiones de contentamiento y alabanza por todas sus bondades.
Hoy es un buen día para alabar al Señor. El primer paso para llevarlo a cabo es comenzar a sentir su presencia dondequiera que vayamos. Así desarrollaremos comunión con él y seremos renovadas y vivificadas. Ojalá hoy puedas decir: «Mi boca rebosa de alabanzas a tu nombre, y todo el día proclama tu grandeza» (Sal. 71:8).

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado

EL MAL NEGOCIO DEL PICADOR


Pido también que les sean iluminados los ojos del corazón para que sepan a qué esperanza él los ha llamado, cuál es la riqueza de su gloriosa herencia entre los santos (Efesios 1:18).

Pablo Ruiz Picasso nunca dejó de ir a las corridas de toros, desde su natal Málaga en España, hasta las últimas, ya en el exilio, en Francia. El célebre pintor también se vistió de torero. Como Goya, tuvo amigos toreros, entre los que figuró Luis Miguel Dominguín. Por los toros, nació la amistad de Picasso con Eugenio Arias, un español que llegó ser su barbero predilecto durante su estancia en Vallauris, Francia. Fue una amistad que se mantuvo hasta la muerte, del artista. Asistieron juntos a muchas corridas de toros, y muchas también fueron las vivencias y anécdotas que protagonizaron.
Una tarde, en el transcurso de una corrida que presenciaban Picasso y Arias, un picador brindó la faena a don Pablo, lanzándole su sombrero. Picasso se lo devolvió con un dibujo que había improvisado durante el transcurso de la corrida.
Más tarde, al terminar el espectáculo, el picador comentó a Eugenio Arias que uno de los toreros que participaban en la fiesta le había ofrecido, nada más y nada menos, que cincuenta duros por su sombrero. Arias le aconsejó que lo recuperara porque había hecho un negocio muy malo.
Años más tarde, se volvieron a encontrar el barbero y el picador, y este le agradeció efusivamente el consejo que Arias le había dado en aquella ya lejana ocasión, ya que gracias a la venta del «famoso» sombrero había podido comprarse una casa.
Claro, Picasso era Picasso. Hoy sabemos que todo el dinero que existe en el negocio del arte no alcanzaría para comprar su producción artística entera. Con mucha más razón podemos decir de Cristo, que dejarlo o negarlo es un mal negocio.
El apóstol usa la sorprendente frase «ojos del corazón» para enfatizar la importancia de aferramos a las riquezas inescrutables que están escondidas en el nombre de Cristo. Como señala el Comentario bíblico adventista, en realidad «ojos» quiere decir «perspicacia y visión clara, conocimiento espiritual y entendimiento moral».
Lo que sucede es que valoramos muy poco nuestra condición de cristianos, cuando en realidad, otros pagarían una fortuna por las grandes verdades que Dios nos ha revelado. La asistencia a la iglesia, los programas juveniles, los clubes, representan grandes tesoros que muchos jóvenes no aprecian en su justo valor. ¿Y sabes qué es lo que le da una inmensa valía a cada una de estas actividades? El toque celestial de Jesucristo. Solo por el hecho de contar con la bendición de Dios, adquieren un altísimo valor.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez

LA TEMPERANCIA CRISTIANA


Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. Romanos 12:1.

Estamos viviendo en una era de intemperancia. La salud y la vida son sacrificadas por muchísimos para gratificar su apetito por indulgencias dañinas. Estos últimos días están caracterizados por una moral depreciada y por debilidad física, como consecuencia de estas indulgencias y la indisposición general a ocuparse en la labor física. Muchos están sufriendo de inacción y hábitos equivocados hoy día...
Cuando practicamos un régimen de comida y bebida que disminuye el vigor mental y físico, o somos hechos presa de hábitos que tienden hacia ese resultado, deshonramos a Dios porque le robamos el servicio que él exige de nosotros. Los que adquieren y fomentan el apetito artificial por el tabaco, lo hacen a expensas de la salud. Están destruyendo energía nerviosa, cercenando fuerza vital y sacrificando fortaleza mental.
Los que profesan ser seguidores de Cristo y tienen este terrible pecado en la puerta, no pueden tener una elevada apreciación de la expiación y una alta estima de las cosas eternas. Las mentes que están ofuscadas y parcialmente paralizadas por sustancias malsanas, son vencidas fácilmente por la tentación y no pueden gozar de la comunión con Dios.
Los que usan tabaco pueden apelar muy pobremente a los ebrios por el licor. Dos tercios de los borrachos en nuestro país crearon un apetito por el licor por el uso del tabaco. Quienes aseguran que el tabaco no les hace daño pueden convencerse de su error cuando se abstienen del vicio por unos pocos días; los nervios temblorosos, la cabeza mareada, la irritabilidad que sienten, les demostrarán que esta indulgencia pecaminosa los ha atado a la esclavitud. Ha vencido el poder de la voluntad...
De esta manera se están malgastando medios que ayudarían en la buena obra de vestir al desnudo, alimentar al hambriento y enviar la verdad a las pobres almas sin Cristo. ¡Qué registro aparecerá cuando se cierren las cuentas de la vida en el libro de Dios! ¡Entonces se mostrará que se han gastado vastas sumas de dinero en tabaco y licores! ¿Para qué? ¿Para asegurar la salud y prolongar la vida? ¡Oh, no! ¿Para contribuir a la perfección del carácter cristiano y la aptitud para vivir en la compañía de los ángeles santos? ¡Oh, no! Sino para servir a un apetito depravado y antinatural por aquello que envenena y mata no solo a sus usuarios, sino también a quienes les transmiten su legado de enfermedad e imbecilidad.— Signs of the Times, 6 de enero, 1876; parcialmente en La temperancia, p. 57.

Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White