viernes, 3 de mayo de 2013

MENSAJE INDESEADO

Lugar: Uganda
Palabra de Dios: Isaías 6:8

Un sábado de tarde, el joven Timeteo se detuvo en la casa de Omwami Mukasa, un hombre adinerado de la aldea que se oponía al cristianismo. Cuando un chico atendió a la puerta, Timeteo le entregó un pequeño folleto acerca del sábado, y le pidió que se lo entregara a su padre.
Esa noche, cuando el señor Mukasa volvió a su hogar, su hijo le dio el folleto.
-Uno de los muchachos de la escuela de la misión del sábado trajo esto - le dijo a su padre.
Inmediatamente, Mukasa le arrebató el folleto y lo arrojó al fuego, que estaba encendido en el patio. Pero, no se dio cuenta de que el viento había alejado el papel de las llamas.
A la mañana siguiente, la señora Mukasa comenzó a barrer el patio. Al encontrar las hojas arrugadas, decidió guardarlas; podría usar el papel para envolver los huevos que llevaba al mercado. La siguiente vez que tuvo huevos para vender, la señora arrancó una página tras otra del folleto, y envolvió con cuidado cada huevo.
Un hombre llamado Mwanje le compró una docena de huevos. Cuando desenvolvió los huevos en su casa, una frase del papel le llamó la atención, luego otra, y otra. Rápidamente desenvolvió todos los huevos, estiró las hojas y las puso en orden.
Lo que leyó lo fascinó. Sacó su vieja Biblia y buscó los textos. Y, por cierto, ¡eso era lo que decía la Biblia! Impresionado, llenó una encuesta de interés y la envió. Pronto, Mwanje recibió más información, y lo visitó alguien de la escuela de la misión, para estudiar con él. Al final, Mwanje decidió bautizarse, y todo porque Timeteo había hecho su parte.
Tú y yo también podemos tomar parte en compartir las buenas noticias. Quizá nunca sepamos cómo Dios nos utilizará, pero, al igual que el profeta Isaías, podemos decir: "Aquí estoy. ¡Envíame a mí!."

Tomado de Devocionales para menores
En algún lugar del mundo
Por Helen Lee Robinson

NECESITAS DESEAR QUE TE LLENEN

En seguida la mujer dejó a Eliseo y se fue. Luego se encerró con sus hijos y empezó a llenar las vasijas que ellos le pasaban. Cuando ya todas estuvieron llenas, ella le pidió a uno de sus hijos que le pasara otra más, y él respondió: «Ya no hay». En ese momento se acabó el aceite. 2 Reyes 4:5-6

Las vasijas de fe fueron llenadas una a una por la mano de Dios. ¡Qué maravillosa imagen! ¡Qué maravillosa experiencia para aquella viuda y para sus hijos! Sin lugar a dudas, el resto de sus vidas estuvo marcado por aquel momento único y revelador del carácter de Dios.
Me atrevo a sugerir que, en medio de la alegría, tal vez experimentaron un poquito de culpa por no haber hecho acopio de más vasijas. Posiblemente fue la voz de la madre la que dijo: «Estas son suficientes». O quizá los hijos, cansados de correr de casa en casa, no quisieron continuar con una tarea tan agotadora. Quizás ya no había más en todo el pueblo, o Dios había considerado la cantidad exacta, al igual que conoce el número de cabellos que hay en nuestra cabeza. No importa cuál haya sido la razón, lo que importa es que, gracias a ese increíble suceso, podemos damos cuenta de que los maravillosos recursos del cielo están a nuestra disposición, y de que a veces no disfrutamos de ellos en toda su plenitud por causa de nuestra limitada fe. Nos cuesta creer sin límites y actuar sin límites para recibir la plenitud que Dios anhela para nosotras.
Puedo imaginar la angustia de aquella madre al pensar que sus hijos corrían el riesgo de tener que vivir bajo el yugo de la esclavitud de un amo implacable y vengativo. Posiblemente también, agobiada ante la posibilidad de perder las pocas pertenencias que tenía, por las noches perdía el sueño y, con gemidos que solo las mujeres sabemos emitir, pedía al Señor que interviniera. ¡Y Dios intervino!
Amiga, si vives en una condición de gran necesidad, esta mañana, antes de salir de tu recámara, cierra la puerta y di a Dios con humildad: «Señor, genera en mi interior el deseo de estar llena de ti. Limpia las vasijas de mi corazón y de mi mente y derrama en ellas el aceite del Espíritu Santo». Luego levántate con la plena convicción de que él responderá tu petición. El Señor nunca dejará tu vasija a medio llenar; su obra es perfecta y completa. Entonces, serás ungida, tus deudas quedarán saldadas y tu miseria se convertirá en prosperidad.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado

SIN PERDÓN NO HAY FUTURO

No seas vengativo con tu prójimo, ni le guardes rencor. Ama a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor (Levítico 19:18).

Una de las ofensas más grandes que puede experimentar un ser humano es ser discriminado por el color de su piel, la raza o la etnia a la que pertenece. Estos malos tratos son especialmente ofensivos porque atentan contra la definición más íntima y esencial del ser y denigran su dignidad.
Uno de los ejemplos más tristes fue el sistema de apartheid que imperó en Sudáfrica desde 1948 hasta 1994. El apartheid era un sistema legal que restringía los derechos de la población negra del país a la vez que garantizaba el poder de la minoría blanca. Este sistema separaba por ley los lugares donde las personas podían vivir, la educación que podían recibir, las playas que podían disfrutar y los servicios que recibían del gobierno. Todo basado en la raza del individuo.
Cuando finalmente este sistema cayó, Sudáfrica eligió a su primer presidente de raza negra, Nelson Mándela, quien había experimentado en carne propia la injusticia del apartheid y estuvo preso injustamente durante muchos años. Este cambio se produjo en medio de muchos temores y prejuicios entre las razas. Muchos de aquellos que habían sufrido discriminación pensaron que había llegado el momento para vengar los ultrajes recibidos. Mándela sabía, sin embargo, que la venganza daría nuevo impulso al ciclo de la violencia y llevaría finalmente a la destrucción de la nación. Era imperativo perdonar. Mándela pidió, entonces, al obispo anglicano Desmond Tutu, otro ilustre ciudadano de raza negra, que dirigiera una comisión para la reconciliación y la verdad. Más tarde Desmond Tutu escribió el libro No Future Without Forgiveness [No hay futuro sin perdón]. Allí dijo lo siguiente: «Perdonar es sin duda la mejor forma de procurar el bien por uno mismo porque la ira, el resentimiento y la venganza corroen el "summum bonum", el bien mayor».
Cuando Jesús nos pide que perdonemos a aquellos que nos han hecho mal lo hace porque le interesa nuestro bien. Aquellos que no perdonan quedan atrapados en sucesos del pasado que los han denigrado y les causan dolor. Los recuerdos del pasado se convierten en un lastre que ata el alma, la enceguece y le quita la capacidad de orientarse hacia el futuro. Aquel que perdona, sin embargo, ha sido liberado de las ataduras del pasado y es libre para crecer.
Pídele a Dios que te ayude a perdonar. Recuerda, sin perdón no hay futuro.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez

LAS BENDICIONES DE LA BENEVOLENCIA


El alma generosa será prosperada; y el que saciare, él también será saciado. Proverbios 11:25.

En el plan de salvación, la sabiduría divina estableció la ley de la acción y de la reacción; de ello resulta que la obra de beneficencia, en todos sus ramos, es doblemente bendecida. El que ayuda a los menesterosos es una bendición para ellos y él mismo recibe una bendición mayor aún...
Para que el hombre no perdiese los preciosos frutos de la práctica de la beneficencia, nuestro Redentor concibió el plan de hacerle su colaborador... Por un encadenamiento de circunstancias que invitan a practicar la caridad, otorga al hombre los mejores medios para cultivar la benevolencia y observar la costumbre de dar, ya sea a los pobres o para el adelantamiento de la causa de Dios. Las apremiantes necesidades de un mundo arruinado nos obligan a emplear en su favor nuestros talentos, dinero e influencia, para hacer conocer la verdad a los hombres y mujeres que sin ella perecerían... Al dispensar a otros, los bendecimos; así es como atesoramos riquezas verdaderas...
La cruz de Cristo es un llamamiento a la generosidad de todo discípulo el Salvador. El principio que proclama es de dar, dar siempre. Su realización por medio de la benevolencia y las buenas obras es el verdadero fruto de la vida cristiana. El principio de la gente del mundo es ganar, ganar siempre; y así se imagina alcanzar la felicidad. Pero cuando este principio ha dado todos sus frutos, se ve que solo engendra la miseria y la muerte...
Cristo les asignó a los seres humanos la obra de esparcir el evangelio. Pero mientras algunos salen al campo a predicar, otros le obedecen sosteniendo su obra en la tierra por medio de sus ofrendas... Este es uno de los medios por los cuales los eleva al hombre. Es exactamente la obra que conviene a este, porque despierta en su corazón las simpatías más profundas y lo mueve a ejercitar las más altas facultades de la mente...
Dios ha establecido el sistema de la beneficencia para que el hombre pueda llegar a ser semejante a su Creador, de carácter generoso y desinteresado...
Los que creen en Cristo deben perpetuar su amor... Juntaos alrededor de la cruz del Calvario dominados por un espíritu de sacrificio personal y de completa abnegación... Al contemplar al Príncipe del cielo que muere en la cruz por vosotros, ¿podéis cerrar vuestro corazón, diciendo: "No, nada tengo para dar"?  Dios os bendecirá si hacéis lo mejor que podéis.— Review and Herald, 3 de octubre 1907; parcialmente en Consejos sobre mayordomía cristiana, pp. 15-18.

Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White