"Este mismo Jesús, que ha sido llevado de entre ustedes al cielo, vendrá otra vez de la misma manera que lo han visto irse" (Hech. 1:11).
A mis familiares alemanes les costaba mucho despedirse. El tío Bruno, la tía Elsie, la tía abuela Blondina y mis primas, Heidi y pasaban sus vacaciones con nosotros, cada verano, en la casa de mis abuelos. Cuando llegaba el día en que tenían que partir, se amontonaban en su camioneta, pesada de sillas de playa apiladas sobre el techo y una conservadora de alimentos llena de sobras.
Entonces, mientras el tío Bruno comenzaba a conducir muy lentamente por la avenida Yorkshire, el resto de la familia se asomaba por las ventanillas abiertas, llorando, saludando y tirando besos. La tía abuela Blondina siempre agitaba su pañuelo mojado por las lágrimas. Avanzando a no más de 10 km por hora, el viejo vehículo tardaba unos seis minutos en llegar al final de la calle. Durante todo ese tiempo, saludaban y tiraban besos mientras mis abuelos, mis padres, mi hermana y yo nos quedábamos parados en el medio de la calle haciendo lo mismo.
Saludábamos hasta que veíamos que las luces de freno se prendían en la señal de Pare. Entonces, justo cuando el tío Bruno doblaba a la izquierda para subir a la autopista, tocaba la bocina dos veces, señalando el final de la despedida. No entrábamos en nuestra casa hasta que no escuchábamos ese sonido.
Cuando los visitábamos en su hogar en Long Island, nos despedíamos de un modo similar. Un día, cuando nos alejábamos, mi madre se enjugó las lágrimas y dijo: "Creo que lo mejor del cielo será no tener que despedirnos nunca más".
El siguiente viernes de noche, en el culto familiar, mi mamá tocaba himnos en el piano mientras el resto de la familia cantaba. Como de costumbre, tocó uno de sus favoritos: "Nunca más adiós" (Himnario adventista, N° 337). Y, como de costumbre, yo entonaba las conocidas palabras: "¡Qué! ¿Nunca más adiós? No, ¡nunca más adiós! Reinaremos siempre allí con él y nunca habrá separación".
Desde aquellos veranos de mi niñez, hemos enterrado a mi madre, a mis abuelos, al tío Bruno, a la tía Elsie y a la tía abuela Blondina. Nos hemos despedido de ellos por última vez.
No, no por última vez. Ellos despertarán con una señal diferente: la trompeta de Dios. Entonces, las lágrimas serán de felicidad y nunca más nos separaremos.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADOLESCENTES
“UNA IDEA GENIAL”
Por: Kim Peckham
Lecturas Devocionales para Adolescentes en 2020.