Cuando Josué oyó el clamor del pueblo que gritaba, dijo a Moisés: Hay gritos de pelea en el campamento. (Éxodo 32:17).
Como crecí en un ambiente musical, me resulta a veces difícil concebir que haya personas que no puedan distinguir la diferencia entre un sonido y otro, o al menos darse cuenta de cuando son distintos. Pero lo cierto es que Dios no le ha dado un buen oído musical a todo el mundo, como también es cierto que no todo el que recibe este talento lo valora y lo agradece honrando a Dios con él. Hay personas, sin embargo, que con su voz, aun sin pulir, alaban y honran mejor a Dios que muchos profesionales.
En cierta congregación había un hermano muy ferviente que, aunque tenía una buena voz, no tenía nada de oído. Para el todos los sonidos eran iguales, pero cantaba con tanto entusiasmo, con tanto amor, que a pesar de ser criticado por los demás, era valorado en el cielo, donde los ángeles se encargaban de transformar su melodía en algo sublime.
Mientras leía el pasaje de hoy, pensaba en estas cuestiones. Por una parte Josué, aunque escuchaba el sonido que llegaba del campamento, no tenía muy buen oído. Para el, el sonido de la guerra y el del alboroto desenfrenado de las pasiones sensuales sonaban absolutamente igual. Moisés, sin embargo, distinguió rápidamente la diferencia y se dispuso a actuar.
Tal vez no hayas recibido ningún tipo de educación musical, pero estoy segura de que puedes diferenciar la voz divina de cualquier otra voz. ¿Cómo? Acostumbrándote a escuchar la música que te acerca a él, no la que enaltece el egoísmo o resalta las pasiones. No creo que en el cielo se cante ninguna de las canciones que son tan populares en la tierra. Los ángeles tienen que hacer un buen trabajo para que nuestro degradado talento musical pueda ser disfrutado por los oídos del más grande de todos los músicos. Mi pregunta es: ¿Estas dispuesta a escuchar o a interpretar música en la presencia de Dios? ¿Podrá escuchar él lo que tu cantes?
La alabanza del corazón es para Dios, y la que exteriorizas, ¿para quién es?
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
Como crecí en un ambiente musical, me resulta a veces difícil concebir que haya personas que no puedan distinguir la diferencia entre un sonido y otro, o al menos darse cuenta de cuando son distintos. Pero lo cierto es que Dios no le ha dado un buen oído musical a todo el mundo, como también es cierto que no todo el que recibe este talento lo valora y lo agradece honrando a Dios con él. Hay personas, sin embargo, que con su voz, aun sin pulir, alaban y honran mejor a Dios que muchos profesionales.
En cierta congregación había un hermano muy ferviente que, aunque tenía una buena voz, no tenía nada de oído. Para el todos los sonidos eran iguales, pero cantaba con tanto entusiasmo, con tanto amor, que a pesar de ser criticado por los demás, era valorado en el cielo, donde los ángeles se encargaban de transformar su melodía en algo sublime.
Mientras leía el pasaje de hoy, pensaba en estas cuestiones. Por una parte Josué, aunque escuchaba el sonido que llegaba del campamento, no tenía muy buen oído. Para el, el sonido de la guerra y el del alboroto desenfrenado de las pasiones sensuales sonaban absolutamente igual. Moisés, sin embargo, distinguió rápidamente la diferencia y se dispuso a actuar.
Tal vez no hayas recibido ningún tipo de educación musical, pero estoy segura de que puedes diferenciar la voz divina de cualquier otra voz. ¿Cómo? Acostumbrándote a escuchar la música que te acerca a él, no la que enaltece el egoísmo o resalta las pasiones. No creo que en el cielo se cante ninguna de las canciones que son tan populares en la tierra. Los ángeles tienen que hacer un buen trabajo para que nuestro degradado talento musical pueda ser disfrutado por los oídos del más grande de todos los músicos. Mi pregunta es: ¿Estas dispuesta a escuchar o a interpretar música en la presencia de Dios? ¿Podrá escuchar él lo que tu cantes?
La alabanza del corazón es para Dios, y la que exteriorizas, ¿para quién es?
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera