Porque tú, Señor, bendices a los justos; cual escudo los rodeas con tu buena voluntad (Salmo 5: 12).
Era una mañana de primavera cuando mi tía Ruth recibió la noticia que su madre se había puesto delicada de salud. Inmediatamente empacó algo de ropa y en compañía de su esposo e hijos emprendió un viaje de ocho horas de camino hasta la casa de su madre. Estuvieron unos días con ella hasta que la abuela se sintió mejor y decidieron que era tiempo de regresar. Cuando llegaron, mi tía pidió las llaves de la casa a su esposo, pero éste no las tenía, tampoco sus hijos, entonces ¿quién fue el que cerró la puerta de la casa cuando salieron? Inmediatamente se dieron cuenta que, con las prisas, habían dejado la puerta de la casa abierta. Todos los vecinos eran gente honorable, pero muchas veces por las noches venían chicos de otras colonias para ver qué podían conseguir fácilmente. La familia inclinó su rostro y suplicó a Dios que le diera la tranquilidad y la confianza de saber que su casa había estado protegida. Al entrar, efectivamente, la puerta estaba abierta, pero nada hacía falta. Revisaron cuidadosamente cada rincón y todo estaba en su lugar. Nuevamente se arrodillaron y agradecieron a Dios por el cuidado de sus pertenencias. Como sucede en los pueblos, inmediatamente llegaron los vecinos a saludar y preguntar cómo les había ido en su viaje y también a contar los últimos acontecimientos del vecindario. Pero lo que ellos realmente deseaban conocer era la identidad de ese buen hombre que mis tíos habían dejado al cuidado de su hogar. Todas las tardes cuando el sol comenzaba a caer, llegaba y se sentaba a la puerta de la casa hasta que amanecía, y cuando los primeros rayos volvían a aparecer, con mucha solicitud cerraba la puerta y se marchaba. Por demás está decir que mis tíos no dejaron ningún velador o guardia en su casa. Pero Dios envió a su ángel cada noche para cuidar sus pertenencias. Mi abuela decía que cuando un bebé reía era porque veía a su ángel. Nunca supe si eso es cierto, lo que te puedo decir es que vi a mi hija muchas veces reír, y sí, sé de muchas maneras que su ángel la libró incluso de la muerte. Los ángeles son reales y no solo cuidan tu integridad física, sino también se preocupan por las pequeñas cosas que a ti te preocupan. Gracias, Señor, por los ángeles.
Era una mañana de primavera cuando mi tía Ruth recibió la noticia que su madre se había puesto delicada de salud. Inmediatamente empacó algo de ropa y en compañía de su esposo e hijos emprendió un viaje de ocho horas de camino hasta la casa de su madre. Estuvieron unos días con ella hasta que la abuela se sintió mejor y decidieron que era tiempo de regresar. Cuando llegaron, mi tía pidió las llaves de la casa a su esposo, pero éste no las tenía, tampoco sus hijos, entonces ¿quién fue el que cerró la puerta de la casa cuando salieron? Inmediatamente se dieron cuenta que, con las prisas, habían dejado la puerta de la casa abierta. Todos los vecinos eran gente honorable, pero muchas veces por las noches venían chicos de otras colonias para ver qué podían conseguir fácilmente. La familia inclinó su rostro y suplicó a Dios que le diera la tranquilidad y la confianza de saber que su casa había estado protegida. Al entrar, efectivamente, la puerta estaba abierta, pero nada hacía falta. Revisaron cuidadosamente cada rincón y todo estaba en su lugar. Nuevamente se arrodillaron y agradecieron a Dios por el cuidado de sus pertenencias. Como sucede en los pueblos, inmediatamente llegaron los vecinos a saludar y preguntar cómo les había ido en su viaje y también a contar los últimos acontecimientos del vecindario. Pero lo que ellos realmente deseaban conocer era la identidad de ese buen hombre que mis tíos habían dejado al cuidado de su hogar. Todas las tardes cuando el sol comenzaba a caer, llegaba y se sentaba a la puerta de la casa hasta que amanecía, y cuando los primeros rayos volvían a aparecer, con mucha solicitud cerraba la puerta y se marchaba. Por demás está decir que mis tíos no dejaron ningún velador o guardia en su casa. Pero Dios envió a su ángel cada noche para cuidar sus pertenencias. Mi abuela decía que cuando un bebé reía era porque veía a su ángel. Nunca supe si eso es cierto, lo que te puedo decir es que vi a mi hija muchas veces reír, y sí, sé de muchas maneras que su ángel la libró incluso de la muerte. Los ángeles son reales y no solo cuidan tu integridad física, sino también se preocupan por las pequeñas cosas que a ti te preocupan. Gracias, Señor, por los ángeles.
Sandra Díaz Rayos
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor