De modo que se toleren unos a otros y se perdonen si alguno tiene queja contra otro. Así como el Señor los perdonó, perdonen también ustedes. Por encima de todo, vístanse de amor, que es el vínculo perfecto (Colosenses 3: 13, 14).
Alguna vez tuviste que pedir perdón? Qué difícil es hacerlo, ¿no es cierto? Requiere armarse de valor para enfrentar una situación que, una misma provocó, porque la boca habló demasiado rápido y la mente se tardó en razonar bien las cosas. Por lo general procuro ser más prudente, pero aquella mañana no fue así. En realidad, pensé que mi comentario era inocente, por lo menos así lo creí. Sin embargo, al otro lado de la línea telefónica mis palabras habían ofendido a mi querida amiga.
¡Cuántas veces hemos escuchado acerca del daño que nuestras palabras pueden hacer! A veces nos damos cuenta en seguida, otras veces no. Esa mañana me di cuenta porque después de colgar el teléfono, mi amiga me volvió a llamar para decirme que no merecía mis palabras y que se sentía muy lastimada. Al oírla me di cuenta que estaba muy afligida y resentida, a tal punto que el llanto le impidió seguir hablando, así que tuvo que colgar el teléfono.
Quise ir a verla, pero decidí no hacerlo para no agrandar el problema. Opté por pensar que se le pasaría el resentimiento, pero sus palabras resonaban en mi mente. Yo la había lastimado. En seguida me puse de rodillas y le pedí perdón a Dios. No había querido hacerle daño. Rogué al Señor que pusiera en mi boca las palabras que subsanaran esa herida y salvaran nuestra amistad. Fui a buscarla para aclarar todo y pedirle perdón. Cuando nos encontramos le pedí que me perdonara. Nos abrazamos y lloramos. Entre lágrimas, palabras y mucho cariño, le volví a pedir perdón.
¡Qué regalo tan hermoso es la amistad y el cariño que entre mujeres disfrutamos! ¿Te has dado cuenta cuan fácil es pedirle perdón a una amiga pero qué difícil resulta a veces practicar ese don con nuestro cónyuge o con un hijo? Te invito a meditar en la oración modelo de nuestro Señor Jesucristo y a no olvidar que si perdonamos, también nosotras somos perdonadas. ¡Qué maravilloso es saber que nuestro Padre celestial se ocupó de darnos el regalo de la amistad y el don de perdonar! Es mi deseo que sepamos siempre perdonar y olvidar. Pero mejor aún, que aprendamos a pedir perdón cuando ofendamos a alguien.
Alguna vez tuviste que pedir perdón? Qué difícil es hacerlo, ¿no es cierto? Requiere armarse de valor para enfrentar una situación que, una misma provocó, porque la boca habló demasiado rápido y la mente se tardó en razonar bien las cosas. Por lo general procuro ser más prudente, pero aquella mañana no fue así. En realidad, pensé que mi comentario era inocente, por lo menos así lo creí. Sin embargo, al otro lado de la línea telefónica mis palabras habían ofendido a mi querida amiga.
¡Cuántas veces hemos escuchado acerca del daño que nuestras palabras pueden hacer! A veces nos damos cuenta en seguida, otras veces no. Esa mañana me di cuenta porque después de colgar el teléfono, mi amiga me volvió a llamar para decirme que no merecía mis palabras y que se sentía muy lastimada. Al oírla me di cuenta que estaba muy afligida y resentida, a tal punto que el llanto le impidió seguir hablando, así que tuvo que colgar el teléfono.
Quise ir a verla, pero decidí no hacerlo para no agrandar el problema. Opté por pensar que se le pasaría el resentimiento, pero sus palabras resonaban en mi mente. Yo la había lastimado. En seguida me puse de rodillas y le pedí perdón a Dios. No había querido hacerle daño. Rogué al Señor que pusiera en mi boca las palabras que subsanaran esa herida y salvaran nuestra amistad. Fui a buscarla para aclarar todo y pedirle perdón. Cuando nos encontramos le pedí que me perdonara. Nos abrazamos y lloramos. Entre lágrimas, palabras y mucho cariño, le volví a pedir perdón.
¡Qué regalo tan hermoso es la amistad y el cariño que entre mujeres disfrutamos! ¿Te has dado cuenta cuan fácil es pedirle perdón a una amiga pero qué difícil resulta a veces practicar ese don con nuestro cónyuge o con un hijo? Te invito a meditar en la oración modelo de nuestro Señor Jesucristo y a no olvidar que si perdonamos, también nosotras somos perdonadas. ¡Qué maravilloso es saber que nuestro Padre celestial se ocupó de darnos el regalo de la amistad y el don de perdonar! Es mi deseo que sepamos siempre perdonar y olvidar. Pero mejor aún, que aprendamos a pedir perdón cuando ofendamos a alguien.
Lucy S. Benítez
Tomado de Manifestaciones de su amor
Tomado de Manifestaciones de su amor