«Salúdense los unos a los otros con un beso de amor fraternal», 1 Pedro 5: 14.Escribe el nombre de los personajes bíblicos a que se refiere cada descripción, para que puedas formar el acróstico.- No mostró cortesía al enojarse con su hermano y se convirtió en el primer asesino.
- Quiso acompañar a su suegra en primera instancia, pero prefirió regresar a su pueblo.
- Jovencita cortés que hasta agua le dio a los camellos.
- El abuelo de Isaac, que salió de Ur de los Caldeos.
- Profeta que mostró respeto al rey Josafat.
- Mujer a quien su cuñada rechazó porque era morena.
- De niño ayudó a su padre a preparar su propio sacrificio.
- Joven que se mostraba amable con el pueblo para quedarse con el reino de su padre.
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La cortesía no siempre la demostramos en casa. A veces se nos olvida que nuestra familia es lo más importante que tenemos y debemos tratarla muy bien.Tomado de meditaciones matinales para menoresConéctate con JesúsPor Noemí Gil Gálvez
Me devuelven mal por bien y odio por amor (Salmos 109:5).Muchas veces nos lamentamos por los golpes que recibimos. Lloramos y nos quejamos, cuestionamos a Dios y le preguntamos por qué. Aunque vivimos en un mundo donde predomina la injusticia, somos alérgicos a que se nos trate injustamente. Sin embargo, a veces somos injustos con los demás, incluso sin darnos cuenta. Por eso nos rebelamos, luchamos y pataleamos, quejándonos a Dios como si fuera el responsable.Si pudiéramos ver cómo Dios toma nota de cada acto hiriente, tendríamos más cuidado al escoger el bando en el que posicionarnos. Si somos criticadas y juzgadas injustamente, no debemos sentirnos por ello las más dignas de lástima, ni tan siquiera víctimas, sino luchadoras que pelean la buena batalla y que vencen gracias a la sangre del Cordero. Dignas de lástima seríamos si nos convirtiésemos en juezas, calumniadoras, mentirosas o chismosas.El autor de nuestro texto de hoy estaba experimentando la injusticia humana, recibiendo lo que no había dado. Debía comprender que cuando el amor es el que nos motiva a dar, no hemos de esperar recibir nada a cambio. Así que. cuando mires al cielo para quejarte por la ingratitud que recibes, considera primero todas estas cosas.No seas nunca portadora del látigo, más bien alégrate porque eres de las que recibes doble porción: el látigo ajeno y el bálsamo divino. En el plan de salvación estaba previsto que alguien traicionaría al Mesías, pero qué lástima para Judas que fuera él. Del mismo modo, en la iglesia siempre habrá personas dispuestas a herir, pero qué triste ser una de ellas.Cuando alguien te lastime con el dardo venenoso de la ingratitud, recuerda que Cristo fue herido por ti. Si sientes que es muy profunda la herida, acude a él y seguramente hallarás fuerzas para seguir y salir victoriosa. No te rindas. Comparte hoy tus experiencias de victoria así como yo he compartido las mías contigo, y verás que el peso que te agobia se aligerará, porque ya no lo cargarás sola, sino que Cristo lo llevará por ti. Sigue amando «a pesar de».El amor sigue besando, aun cuándo está herido.Tomado de meditaciones matutinas para mujeresDe la Mano del SeñorPor Ruth Herrera
He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén. Mateo 28:20.La sociabilidad es una de las cualidades que poseemos los seres humanos y que fue dada por Dios. Nuestro Creador nos diseñó como seres que poseen la capacidad de relacionarse con otros seres similares en el plano espiritual, emocional, mental y físico.Por diversas razones, no todos tienen la virtud de relacionarse bien con otras personas, y este era el caso de uno de mis alumnos en el colegio. Inteligente, despierto e inquieto, no paraba de molestar y perseguir a compañeros y compañeras del aula. En varias situaciones me vi obligado a llamarle la atención para que se tranquilizara y dejara en paz al resto de los alumnos, quienes a veces se sentían incómodos por sus chistes y bromas.A medida que avanzó el año, su rendimiento escolar fue decayendo, así que en una entrevista en mi oficina conversamos largo y tendido por ese motivo. Mi sorpresa fue que al conocerlo y tratarlo personalmente, advertí que el problema real era que se sentía solo y no tenía amigos. Sus padres trabajaban todo el día, así que no tenía con quién conversar en su hogar; sus chistes y bromas solo eran para llamar la atención y sentirse querido por alguien, pero en el aula sentía que nadie era su amigo o amiga. Oramos para que sus calificaciones mejoraran, pero también oramos para que el Señor le quitara ese vacío interior que llamamos soledad.No todos hemos experimentado el sentimiento de soledad, pero es bastante común. Muchas personas desearían tener amigos para poder compartir su vida, para sentirse queridos, comprendidos y acompañados. Desafortunadamente, les toca enfrentar solos todos sus desafíos.A todos ellos, el Amigo de los amigos les dice: "He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo". Cada día y todos los días podemos disponer de la compañía y amistad de Jesús. Cada día tenemos la posibilidad de buscarlo para que nos escuche y atienda nuestros pedidos. Cada día podemos sentir su amor y su cariño como si fuéramos los únicos seres del mundo. La gran promesa de Jesús de estar contigo "hasta el fin del mundo" permanece inalterable hasta el presente, para que la recuerdes en todo momento, especialmente cuando sientas que no tienes amigos. Quizá te digas: "No siento que Jesús esté conmigo", pero déjame decirte que no necesitas sentirlo, debes creerlo, porque ese Jesús que lo prometió se hará presente en tu vida a través de la fe.Tomado de meditaciones matinales para jóvenesEncuentros con JesúsPor David Brizuela
No os hagáis, pues, semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis. Mateo 6:8.Si Dios conoce tus necesidades antes de que le pidas cualquier cosa, ¿por qué necesitas orar? Muchos piensan que la oración tiene, como propósito, informar a Dios acerca de la situación difícil por la que están atravesando; pero, no es así. El propósito principal de la oración es la comunicación con Dios.¿Imaginaste cómo sería la vida si las personas se aproximasen unas a las otras solo para pedirse cosas? Sería un acercamiento egoísta y sin significado. Las personas conversan por el simple placer de conversar; para cultivar el compañerismo, la amistad, y para conocerse mejor.La oración no es otra cosa que conversar con Dios. ¿Sobre qué? ¡Sobre todo! Orar es abrir el corazón a Dios como a un amigo. ¿De qué conversan los amigos? De todo: deportes, noviazgo, cocina, trabajo, automóvil, finanzas; y, a veces, de cosas insignificantes e irrelevantes, solo para pasar tiempo con el amigo.¿Es Jesús, para ti, el mejor amigo? Entonces, ábrele tu corazón. Pasa tiempo con él, a solas. Sepárate de las multitudes y, en tu habitación, exprésale a tu mejor Amigo todo lo que estás sintiendo: tus tristezas, dolores, alegrías, sueños y frustraciones.Al hacer eso, no le estás informando de nada; Jesús ya sabe lo que te está sucediendo. Pero, cuando tú se lo cuentas, algo extraordinario sucede dentro de ti. Al levantarte de tus rodillas, percibes las dificultades desde una perspectiva diferente. El temor, las dudas y la desconfianza desaparecen, y te sientes con valor para enfrentar los embates de la vida.En vez de rumiar tus tristezas y preocupaciones, en soledad, dando lugar a la ansiedad, cuéntale a Jesús lo que te está perturbando. El versículo de hoy aconseja: "No hagáis como ellos" ¿Quiénes son ellos? Quienes no conocen a Jesús. Los que tratan de resolver sus problemas solos, creyendo que la fuerza de voluntad o la disciplina mental son suficientes para salir de las dificultades.Hoy es un nuevo día; ayer ya se fue. Pudo haber sido un ayer lleno de momentos tristes, pero ya es pasado. Abre las ventanas de tu corazón a los nuevos desafíos que la vida te presente. Nada está perdido cuando estás con Jesús. Pero, no salgas sin recordar el consejo del maestro: "No os hagáis, pues, semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis".Tomado de meditaciones matinales para adultosPlenitud en CristoPor Alejandro Bullón