lunes, 19 de noviembre de 2012

ÚNETE COMO UN HUESO


«No se mantienen firmemente unidos a la Cabeza. Por la acción de esta, todo el cuerpo, sostenido y ajustado mediante las articulaciones y ligamentos, va creciendo como Dios quiere» (Colosenses 1:19.NVI).

Hoy vamos a explorar nuevamente los huesos de nuestro cuerpo. ¿Alguna vez te has preguntado cómo están conectados los huesos entre sí? Bueno, lee el ver-sículo de hoy y tendrás la respuesta. Si has respondido que por los ligamentos, ¡has acertado!
Los ligamentos son unas bandas flexibles, pero muy fuertes, que conectan los huesos entre sí. Estos tienen que ser muy resistentes porque si no los huesos se separarían, pero también flexibles, porque si no caminarías de una manera muy graciosa. Piensa en lo difícil que sería mover los huesos si estos estuvieran pegados de una manera sólida.
A pesar de la gran importancia que tienen los ligamentos, tu cabeza es la parte más importante de tu cuerpo. Allí es donde está tu cerebro, que es el que controla todo. Como cristianos formamos parte del cuerpo de Cristo, que es la iglesia; y debemos permanecer conectados a la cabeza de la iglesia, que es Jesús. Permanece conectado a él, porque él es el único que puede mantenernos unidos.


Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

LA LIMPIEZA DIVINA


Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana. (Isaías 1:18).

Tengo una blusa de seda de color gris. Como es tan liviana, me resulta agradable ponérmela. Sin embargo, no la uso a menudo porque cualquier mancha, por insignificante que sea, se nota de inmediato, incluso una gota de agua. Por ese motivo trato de ser muy cuidadosa cuando la traigo puesta. Pero por más cuidado que ponga me resulta muy difícil terminar el día con la blusa intacta. Sin embargo, me consuela saber que se verá muy bien una vez que la lave.
Esto me lleva a reflexionar sobre la vida del cristiano. Iniciamos el día colocándonos en las manos de Dios y pidiendo su bendición; comenzamos con una hoja en blanco. Sin darnos cuenta, a medida que pasan las horas nos vamos distrayendo y nos alejamos de la presencia de Dios. Quizá algo desagradable nos despoja del gozo con el que iniciamos el día. El pecado nos lanza sus manchas. Pero en la misma forma que la blusa quedará limpia al lavarla, así también podemos acudir a Jesús y pedirle que nos lave con su preciosa sangre.
«La larga y negra lista de nuestros delitos está ante los ojos del Infinito. El registro está completo; ninguna de nuestras ofensas ha sido olvidada. Pero el que oyó las súplicas de sus siervos en lo pasado, oirá la oración de fe y perdonará nuestras transgresiones. Lo ha prometido, y cumplirá su palabra» (Patriarcas y profetas, cap. 18, p. 179).
Acércate a Jesús cada momento, confiesa tus pecados, él está dispuesto a perdonarte. «Todos los que traten de ocultar o excusar sus pecados, y permitan que permanezcan en los libros del cielo inconfesos y sin perdón, serán vencidos por Satanás» (Patriarcas profetas, cap. 18, p. 178).
Comienza el día confesando tus pecados al Señor y aceptando el generoso perdón que te ofrece. Cambia lo que tengas que corregir y luego olvida lo que queda atrás. ¡Prosigamos con esperanza y gozo, dando gracias a Jesús por perdonarnos y aceptarnos como somos!

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Coty de Calderón

¿CONSTRUIR EN UN PUENTE?


He aprendido a contentarme con lo que tengo.  Sé lo que es vivir en la pobreza, y también lo que es vivir en la abundancia. Filipenses 4:11-12.

«Este mundo es solo un puente: debemos pasar por él, pero no construir nuestra casa sobre él». No sé quién dijo estas palabras, pero expresan una gran verdad que Michael R Green ilustra muy bien en el siguiente relato.
Es la historia de un turista que estaba de paso por la ciudad de Varsovia, Polonia. Entonces aprovechó para concertar una cita con un rabino famoso por su sabiduría. Cuando llegó al hogar del rabino, el turista quedó asombrado al notar la sencillez de la casa y el poco mobiliario: una sola habitación con una mesa, una silla, una pequeña cama y muchos libros. No pudiendo ocultar su asombro, preguntó:
—Rabino, ¿dónde están sus muebles? 
—¿Dónde están los suyos? —respondió el rabino. 
—¿Los míos? —respondió sorprendido el turista—. Solo estoy de paso. 
—Pues yo también estoy de paso —replicó el rabino (1,500 Illunstrations for Biblical Preaching [Mil quinientas ilustraciones para la predicación bíblica], p. 238). «De paso». Esta es una manera muy apropiada de describir nuestro lugar en este planeta.
Claro está que no es este el mensaje que trasmiten los comerciales de la televisión. La idea que se nos quiere vender es que necesitamos consumir más, cada vez más. «Cuanto tienes, tanto vales», es el mensaje que nos bombardea a diario. ¿Qué enseñó nuestro Señor al respecto? Exactamente lo contrario: «Cuídense ustedes de toda avaricia —dijo— porque la vida no depende del poseer muchas cosas» (Luc. 12:15). Y como para que no quedara duda alguna en torno a lo que quería decir, contó la parábola del hombre que tuvo la habilidad de acumular bienes materiales pero no la sabiduría para enriquecer su alma con el conocimiento de Dios (ver Luc. 12:16-21). En el relato, Dios lo llama «necio». ¿De qué otra manera se puede calificar a una persona que «construye su casa en un puente»?
Miremos ahora mismo a nuestro alrededor: ¿Cuánto de lo que tenemos podremos llevar al cielo? Al cielo podremos llevar solo nuestro carácter; es decir, solo lo que hemos atesorado en el corazón.
Asegúrate de «adornar tu corazón» más que tu casa; y de construir, no para este mundo, sino para la eternidad.

Padre amado, ayúdame a recordar que mi verdadero hogar está en la patria celestial.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

«VETE Y NO PEQUES MÁS»


«Entonces Jesús le dijo: "Ni yo te condeno; vete y no peques más"» (Juan 8:11).

Aquella mañana Jesús enseñaba en el templo. Interrumpiéndolo, los escribas y los fariseos arrastraron a una mujer hasta el lugar donde él estaba. Allí, delante de todos, le explicaron que la habían sorprendido cometiendo pecado de adulterio. Insistían en que la ley exigía que fuera apedreada y preguntaron a Jesús qué pensaba él que era preciso hacer.
Jesús se agachó y comenzó a escribir en el polvo. Conocía los pecados de quienes la acusaban y los escribió poniéndolos a la vista de todos. Uno tras otro, los culpables dejaron caer la piedra que llevaban en la mano y desaparecieron. Pronto no quedó nadie para acusarla. Y entonces Jesús dijo las hermosas palabras: «Ni yo te condeno». «Esto fue para ella el principio de una nueva vida, una vida de pureza y paz, consagrada a Dios. Al levantar a esta alma caída, Jesús hizo un milagro mayor que al sanar la más grave enfermedad física. Curó la enfermedad espiritual que es para muerte eterna. Esa mujer penitente llegó a ser uno de sus discípulos más fervientes. [...] Jesús conoce las circunstancias particulares de cada alma. Cuanto más grave es la culpa del pecador, tanto más necesita del Salvador. Su corazón rebosante de simpatía y amor divinos se siente atraído ante todo hacia el que está más desesperadamente enredado en los lazos del enemigo. Con su propia sangre firmó Cristo los documentos de emancipación de la humanidad» (El ministerio de curación, cap. 5, P.59).
A menudo, quienes han llevado una vida de pecado dicen que no pueden acudir a Jesús porque son pecadores. Aun así, Jesús los espera. Aquella mañana, al alejarse de Jesús, la mujer sabía por su propia experiencia que, por mucho que nos hayamos apartado de él, Jesús siempre está dispuesto a aceptarnos. Jesús hará por nosotros lo que hizo por aquella mujer. No importa qué pecado hayamos cometido; él nos dice: «Ni yo te condeno; vete y no peques más».  Basado en Juan 8:1-11.

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill