Era muy pequeña cuando nací y he sido pequeña toda mi vida. Incluso después de haber tenido mis dos hijos, perdí el peso que tanto me había tostado subir. Me veo más joven de lo que soy, y a menudo la gente se confunde con mi edad. Mientras escribo esta meditación, trato de convencerme a mí misma de que no suena tan mal lo que les cuento. Sin embargo, la verdad es que nací pequeña en un lugar equivocado del mundo. Nací en la pequeña isla de Haití, y ser pequeña en esa cultura es una señal de pobreza, hambre y necesidad. Sin generalizar, algunos amigos de otras islas me han contado que la gordura es reverenciada en sus países.
De niña me llamaban Piernas Flacas, y ahora, siendo adulta, mi peso es a menudo el tema de conversación. "Nunca engordas"; "Pensé que ya no estabas tan flaca"; o "¿Qué talla usas ahora?" Estos son los comentarios que suelo escuchar de mi familia y mis amigos. Sin embargo, nada se iguala a la manera en que mi madre trató el tema de mi talla. Cuando era niña, ella me alimenta para "poner un poco de carne en esos huesos". También me compraba ropa que era varias veces más grande que mi talla real, y me encantaba usarlas porque me hacían sentir más grande.
Cuando fui adulta, mi madre continuó comprándome ropa grande. La compraba como obsequio, pero luego comencé a sentirme incómoda con esos “obsequios”. ¿Por qué me sentía tan mal? ¿Quería ser grande... o no?
Al contemplar mi vida, me doy cuenta de que yo no elegí nacer así, ni tampoco quise cambiarme a mí misma. Soy más que un cuerpo pequeño e insignificante. ¡Soy una hija del Rey! Él me acepta tal como soy. De hecho, estoy segura de que se deleita en mi tamaño pequeño porque demuestra su creatividad al hacer cada persona tan única como los copos de nieve que caen del cielo. Él me redimió, me liberó del pecado y me llamó hija suya. Como si la salvación no fuera poco, me dio una familia maravillosa, salud y amigos. Todo esto, pero no mi peso, me da motivos para gritar de gozo.
Señor, ayúdame a amar a los demás así como son. Ayúdame también a valorar las cosas que son eternas, y a. aceptar las que son temporales.
De niña me llamaban Piernas Flacas, y ahora, siendo adulta, mi peso es a menudo el tema de conversación. "Nunca engordas"; "Pensé que ya no estabas tan flaca"; o "¿Qué talla usas ahora?" Estos son los comentarios que suelo escuchar de mi familia y mis amigos. Sin embargo, nada se iguala a la manera en que mi madre trató el tema de mi talla. Cuando era niña, ella me alimenta para "poner un poco de carne en esos huesos". También me compraba ropa que era varias veces más grande que mi talla real, y me encantaba usarlas porque me hacían sentir más grande.
Cuando fui adulta, mi madre continuó comprándome ropa grande. La compraba como obsequio, pero luego comencé a sentirme incómoda con esos “obsequios”. ¿Por qué me sentía tan mal? ¿Quería ser grande... o no?
Al contemplar mi vida, me doy cuenta de que yo no elegí nacer así, ni tampoco quise cambiarme a mí misma. Soy más que un cuerpo pequeño e insignificante. ¡Soy una hija del Rey! Él me acepta tal como soy. De hecho, estoy segura de que se deleita en mi tamaño pequeño porque demuestra su creatividad al hacer cada persona tan única como los copos de nieve que caen del cielo. Él me redimió, me liberó del pecado y me llamó hija suya. Como si la salvación no fuera poco, me dio una familia maravillosa, salud y amigos. Todo esto, pero no mi peso, me da motivos para gritar de gozo.
Señor, ayúdame a amar a los demás así como son. Ayúdame también a valorar las cosas que son eternas, y a. aceptar las que son temporales.
Rosejoseph Thomas
Tomado de Meditaciones Matinales para la mujer
Mi Refugio
Autora: Ardis Dick Stenbkken
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