Nuestra esperanza es la vida eterna, la cual Dios, que no miente, ya había prometido antes de la creación (Tito 1: 2).
¿Quién podría vivir sin tener esperanza alguna? Nadie. No hay ningún plan en nuestras vidas en el cual no tengamos puesta alguna esperanza. Siempre existe un deseo de lograr, obtener o cumplir algo que nos satisfará como personas. Ante las penumbras de la vida, ante la violencia del mundo, ante la desesperación de habitar una tierra corrompida, la esperanza en ese Alguien superior se abre como nuestra opción de vida y el fin del sufrimiento. Ante nuestros ojos está la virtud de esperar confiadamente en que Dios cumplirá lo que ha prometido. ¿Cómo mantener la esperanza? Experimenta una continua dependencia y confianza en Cristo. Solamente en él puedes tener la seguridad de la victoria. Es él quien nos da la certeza de un mundo mejor, de un cielo y una tierra nuevos. Es a través de su vida que vemos la existencia de un mundo perfecto, que existe la resurrección y una vida eterna. Que pertenecemos a un «hogar», al cual estamos próximas a llegar. Únicamente necesitamos apropiarnos de esa «bendita esperanza», y día a día vivir conforme a ella. Mientras nuestras vidas estén lejos del ideal de Dios nos alejaremos de la certeza de su invariable amor. Vendrán dudas. Nos preguntaremos si es verdad lo que creemos y esperamos, o es un cuento más. Entonces, la vida se volverá triste y nuestra esperanza se tornará inalcanzable. El tiempo será nuestro verdugo, las tinieblas taparán la luz, el frío se apoderará del cuerpo, el respirar parecerá acabar y el corazón poco a poco desfallecerá ante los desafíos de la vida. Pero si caminamos con Dios, él tiene el poder de inyectar vida a nuestro ser y llenar la existencia de una bendita esperanza. Con Dios todo puede ser mejor. Cuando hay esperanza puedes hablar con él cara a cara y vislumbrar lo que está más allá de nuestros ojos. Lo crees, lo ves, lo esperas y ciertamente lo tendrás. La esperanza es vida. Es la certeza de saber que el final de Dios siempre es bueno. Esta mañana te invito a orar: «Hoy deseo que en mi corazón abunde la esperanza. Dios, tú eres mi esperanza, ¡en tus manos está mi futuro!»
¿Quién podría vivir sin tener esperanza alguna? Nadie. No hay ningún plan en nuestras vidas en el cual no tengamos puesta alguna esperanza. Siempre existe un deseo de lograr, obtener o cumplir algo que nos satisfará como personas. Ante las penumbras de la vida, ante la violencia del mundo, ante la desesperación de habitar una tierra corrompida, la esperanza en ese Alguien superior se abre como nuestra opción de vida y el fin del sufrimiento. Ante nuestros ojos está la virtud de esperar confiadamente en que Dios cumplirá lo que ha prometido. ¿Cómo mantener la esperanza? Experimenta una continua dependencia y confianza en Cristo. Solamente en él puedes tener la seguridad de la victoria. Es él quien nos da la certeza de un mundo mejor, de un cielo y una tierra nuevos. Es a través de su vida que vemos la existencia de un mundo perfecto, que existe la resurrección y una vida eterna. Que pertenecemos a un «hogar», al cual estamos próximas a llegar. Únicamente necesitamos apropiarnos de esa «bendita esperanza», y día a día vivir conforme a ella. Mientras nuestras vidas estén lejos del ideal de Dios nos alejaremos de la certeza de su invariable amor. Vendrán dudas. Nos preguntaremos si es verdad lo que creemos y esperamos, o es un cuento más. Entonces, la vida se volverá triste y nuestra esperanza se tornará inalcanzable. El tiempo será nuestro verdugo, las tinieblas taparán la luz, el frío se apoderará del cuerpo, el respirar parecerá acabar y el corazón poco a poco desfallecerá ante los desafíos de la vida. Pero si caminamos con Dios, él tiene el poder de inyectar vida a nuestro ser y llenar la existencia de una bendita esperanza. Con Dios todo puede ser mejor. Cuando hay esperanza puedes hablar con él cara a cara y vislumbrar lo que está más allá de nuestros ojos. Lo crees, lo ves, lo esperas y ciertamente lo tendrás. La esperanza es vida. Es la certeza de saber que el final de Dios siempre es bueno. Esta mañana te invito a orar: «Hoy deseo que en mi corazón abunde la esperanza. Dios, tú eres mi esperanza, ¡en tus manos está mi futuro!»
Lorena P. de Fernández
Tomado de la matutina Manifestaciones de su amor
Tomado de la matutina Manifestaciones de su amor