«Se llamará su nombre “Admirable consejero”, “Dios fuerte”, “Padre eterno”, “Príncipe de paz”». Isaías 9: 6
En el Maestro enviado por Dios, el cielo dio a los seres humanos lo mejor y lo más grande que tenía. Aquel que había estado en los consejos del Altísimo, que había morado en el más íntimo santuario del Eterno, fue escogido para revelar personalmente a la humanidad el conocimiento de Dios.
Por medio de Cristo se había transmitido cada rayo de luz divina que había llegado a nuestro mundo caído. Él fue quien habló a través de todo aquel que en el transcurso de los siglos había sido vocero de la palabra de Dios a la humanidad. Todo lo bueno de las almas más nobles y grandes de la tierra, eran reflejos suyos. La pureza y la bondad de José, la fe, la mansedumbre y la tolerancia de Moisés, la firmeza de Eliseo, la noble integridad y la firmeza de Daniel, el entusiasmo y la abnegación de Pablo, el poder mental y espiritual manifestado en todos estos personajes, y en todos los demás seres humanos que han vivido en esta tierra, no eran más que destellos del esplendor de la gloria de Cristo. En él se halla el ideal perfecto.
Cristo vino al mundo para revelar este ideal como el único y verdadero propósito de nuestros esfuerzos; para mostrar lo que debemos ser; lo que podemos ser si lo recibimos y si permitimos que la divinidad habite en nosotros. Vino a mostrar cómo hemos de ser educados los seres humanos, como hijos e hijas de Dios que somos; cómo hemos de poner en práctica los principios del cielo en esta vida.
Dios concedió su mayor don para responder a la mayor de las necesidades humanas. La luz apareció cuando la oscuridad del mundo era más densa. Hacía mucho que, como resultado de las falsas enseñanzas, las mentes humanas habían sido alejadas de Dios. En los sistemas predominantes de educación, la filosofía humana había sustituido a la revelación divina. En vez de la norma de verdad dada por el cielo, se había aceptado una norma de invención humana. Se habían apartado de la Luz de la vida, para andar a la luz del fuego que ellos mismos habían encendido. […]
El que trata de transformar a la humanidad, debe comprender a la humanidad. Solo por medio de la bondad, la fe y el amor, se pueden alcanzar y ennoblecer a los seres humanos. En esto Cristo constituye el Maestro de los maestros, el único de todos los que haya podido haber en esta tierra que ha sido capaz de comprender verdaderamente el alma humana.— La educación, cap. 8, pp. 67-71.
Tomado de lecturas devocionales para Adultos 2017
DE VUELTA AL HOGAR
Por: Elena G. de White
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