Aun cuando sea yo anciano y peine canas, no me abandones, oh Dios, hasta que anuncie tu poder a la generación venidera, y dé a conocer tus proezas a los que aún no han nacido (Salmo 71: 18).
El dolor que esta madre experimentaba era silencioso pero le llegaba hasta lo más profundo de su corazón. Su hija había tenido un bebé como madre soltera, se lo había ido a dejar y se había ido a vagar por el mundo de nuevo; un tiempo después apareció otra vez con otro hijo, se lo dejó también y desapareció. No se supo nada de ella durante muchos años.
La muchacha se casó con un militar evangélico. Su esposo la invitaba a buscar a su mamá y le leía la Biblia. Pero su corazón parecía no ablandarse por completo. En el año 2007, la anciana llegó a nuestra iglesia y entró a nuestro grupo de oración. Ella pidió al Señor que le diera la oportunidad de ver a su hija otra vez, y a la semana de orar, el teléfono sonó en su casa. Para sorpresa de ella era su hija, y le dijo: «Quiero ir a verte, dame la oportunidad de ir».
A principios de febrero se dio el reencuentro, el cual estuvo lleno de emociones encontradas entre madre e hija, y a su vez entre esta madre y sus hijos que había dejado. Ella se quedó hasta el mes de mayo y asistió al programa del Día de las Madres que organizó la iglesia; ese día se levantó de su asiento y ofreció unas disculpas públicas a su madre llenas de sinceridad y arrepentimiento. Toda la iglesia se conmovió.
La muchacha regresó a su hogar llevándose a uno de sus hijos, pues el otro decidió quedarse a cuidar a su abuelita. Pero su vida había cambiado al experimentar el perdón de su madre y de sus hijos, y vio en ellos reflejado el amor de Dios y empezó a asistir a la Iglesia Adventista en su lugar de origen. En enero del 2008 la anciana fue a visitar a su hija, y al estar allá, el Señor la llamó al descanso. Fue triste, pero a pesar del tiempo y las heridas, el amor había ganado la batalla y esperan reunirse para siempre en el reino de los cielos.
El dolor que esta madre experimentaba era silencioso pero le llegaba hasta lo más profundo de su corazón. Su hija había tenido un bebé como madre soltera, se lo había ido a dejar y se había ido a vagar por el mundo de nuevo; un tiempo después apareció otra vez con otro hijo, se lo dejó también y desapareció. No se supo nada de ella durante muchos años.
La muchacha se casó con un militar evangélico. Su esposo la invitaba a buscar a su mamá y le leía la Biblia. Pero su corazón parecía no ablandarse por completo. En el año 2007, la anciana llegó a nuestra iglesia y entró a nuestro grupo de oración. Ella pidió al Señor que le diera la oportunidad de ver a su hija otra vez, y a la semana de orar, el teléfono sonó en su casa. Para sorpresa de ella era su hija, y le dijo: «Quiero ir a verte, dame la oportunidad de ir».
A principios de febrero se dio el reencuentro, el cual estuvo lleno de emociones encontradas entre madre e hija, y a su vez entre esta madre y sus hijos que había dejado. Ella se quedó hasta el mes de mayo y asistió al programa del Día de las Madres que organizó la iglesia; ese día se levantó de su asiento y ofreció unas disculpas públicas a su madre llenas de sinceridad y arrepentimiento. Toda la iglesia se conmovió.
La muchacha regresó a su hogar llevándose a uno de sus hijos, pues el otro decidió quedarse a cuidar a su abuelita. Pero su vida había cambiado al experimentar el perdón de su madre y de sus hijos, y vio en ellos reflejado el amor de Dios y empezó a asistir a la Iglesia Adventista en su lugar de origen. En enero del 2008 la anciana fue a visitar a su hija, y al estar allá, el Señor la llamó al descanso. Fue triste, pero a pesar del tiempo y las heridas, el amor había ganado la batalla y esperan reunirse para siempre en el reino de los cielos.
Lila Sansores de Sosa
Tomado de la Matutina Manifestaciones de sus amor
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