Él les dijo: «¿Por qué teméis, hombres de poca fe?» Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza. Y los hombres se maravillaron, diciendo: «¿Qué hombre es este, que aun los vientos y el mar le obedecen?» Mateo 8:26,27
Las olas estaban a punto de volcar la embarcación. La tempestad azotaba sin misericordia aquella barca y aquellos hombres. Bajo un firmamento negro, cruzado de rayos amenazadores, sentían que en cualquier momento perecerían, en medio de la vorágine del mar embravecido.
En la misma barca estaba Jesús, quien, agotado por las intensas actividades de la jornada, dormía profundamente. Al principio, los discípulos, ocupados como estaban en la lucha por mantener a flote la barca ante los embates del mar, no se acordaron de que con ellos viajaba el Hijo de Dios. Sin embargo, cuando todo parecía perdido, cuando la barca ya no podía resistir más, cuando parecía que el mar profundo se los tragaría en cualquier momento, los discípulos se acordaron de Jesús. Con el terror de la muerte reflejado en el rostro y en el tono de la voz, despertaron al Maestro y le dijeron: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!» El Hijo de Dios despertó, reprendió brevemente a sus discípulos por su falta de fe, y ordenó callar y enmudecer a la terrible tempestad. De inmediato, las aguas turbulentas se tranquilizaron. Una suave brisa rizó las serenas aguas del lago. Las estrellas festejaron el milagro de Dios. Los discípulos respiraron aliviados y dijeron asombrados: «¿Qué hombre es este, que aun los vientos y el mar le obedecen?»
Cuando el médico nos da el diagnóstico que nos confirma una terrible enfermedad de un ser querido, cuando el banco nos urge a pagar y nos amenaza con el embargo de la casa, sentimos como si nos atacara una terrible tempestad. El temor atenaza nuestro espíritu y {laqueamos. Con frecuencia, cegados por el temor, perdemos la perspectiva y olvidamos que junto a nosotros está Dios.
La angustia que nos invade es consecuencia de nuestra poca confianza en Jesús. Está junto a nosotros el que es capaz de dominar vientos y mares y calmar cualquier tipo de tempestad que ataque nuestra vida. Ahí está nuestro Salvador, esperando nuestras oraciones para cumplir las promesas que nos ha hecho.
Recuerda que no hay mar embravecido que Jesús no pueda serenar. No existe problema, por difícil que sea, que Jesús no pueda resolver, ni montaña que no pueda hacer desaparecer, ni tinieblas que no pueda disipar. Cuando sientas que las dificultades de la vida te ahogan, ten confianza en Jesús. No te dejará perecer.
Tomado de la Matutina Siempre Gozosos
Las olas estaban a punto de volcar la embarcación. La tempestad azotaba sin misericordia aquella barca y aquellos hombres. Bajo un firmamento negro, cruzado de rayos amenazadores, sentían que en cualquier momento perecerían, en medio de la vorágine del mar embravecido.
En la misma barca estaba Jesús, quien, agotado por las intensas actividades de la jornada, dormía profundamente. Al principio, los discípulos, ocupados como estaban en la lucha por mantener a flote la barca ante los embates del mar, no se acordaron de que con ellos viajaba el Hijo de Dios. Sin embargo, cuando todo parecía perdido, cuando la barca ya no podía resistir más, cuando parecía que el mar profundo se los tragaría en cualquier momento, los discípulos se acordaron de Jesús. Con el terror de la muerte reflejado en el rostro y en el tono de la voz, despertaron al Maestro y le dijeron: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!» El Hijo de Dios despertó, reprendió brevemente a sus discípulos por su falta de fe, y ordenó callar y enmudecer a la terrible tempestad. De inmediato, las aguas turbulentas se tranquilizaron. Una suave brisa rizó las serenas aguas del lago. Las estrellas festejaron el milagro de Dios. Los discípulos respiraron aliviados y dijeron asombrados: «¿Qué hombre es este, que aun los vientos y el mar le obedecen?»
Cuando el médico nos da el diagnóstico que nos confirma una terrible enfermedad de un ser querido, cuando el banco nos urge a pagar y nos amenaza con el embargo de la casa, sentimos como si nos atacara una terrible tempestad. El temor atenaza nuestro espíritu y {laqueamos. Con frecuencia, cegados por el temor, perdemos la perspectiva y olvidamos que junto a nosotros está Dios.
La angustia que nos invade es consecuencia de nuestra poca confianza en Jesús. Está junto a nosotros el que es capaz de dominar vientos y mares y calmar cualquier tipo de tempestad que ataque nuestra vida. Ahí está nuestro Salvador, esperando nuestras oraciones para cumplir las promesas que nos ha hecho.
Recuerda que no hay mar embravecido que Jesús no pueda serenar. No existe problema, por difícil que sea, que Jesús no pueda resolver, ni montaña que no pueda hacer desaparecer, ni tinieblas que no pueda disipar. Cuando sientas que las dificultades de la vida te ahogan, ten confianza en Jesús. No te dejará perecer.
Tomado de la Matutina Siempre Gozosos
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