sábado, 26 de marzo de 2011

¡QUÉ PROMESA!

Por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia. 2 Pedro 1:4.

Otoniel ama a Jesús. Se dejó encontrar por el Salvador una noche de delirio, horror y sufrimiento. Lenguas de fuego y de infierno lamían su cuerpo herido, mientras se debatía entre la vida y la muerte, víctima de una sobredosis de cocaína. Sombras informes se acercaban a él, amenazadoras; figuras grotescas, fruto de su imaginación enferma.
En su desesperación, clamó a Jesús. Y recibió la respuesta. Al salir de la clínica de recuperación, era un hombre transformado. Su vida es uno de los grandes testimonios acerca del poder transformador de Jesucristo.
Lo que Otoniel no entiende es por qué continúa sintiendo ganas de hacer cosas malas, si ya está convertido. El versículo de hoy brinda la respuesta para todas las personas que, como Otoniel, tratan de andar en los caminos de Dios, pero descubren que dentro de ellas hay una fuerza extraña, que las empuja hacia el mal.
Pablo declara que hay una "corrupción en el mundo a causa de la concupiscencia". El apóstol se está refiriendo a la naturaleza pecaminosa con la cual todos nacemos después de la entrada del pecado. A esa naturaleza no le gusta andar en los caminos de Dios, y es la fuente de todos los malos deseos.
Lamentablemente, esa naturaleza nos acompañará hasta el día de la venida de Cristo. Solo entonces, "esto mortal, será vestido de inmortalidad y esto corruptible, de incorruptibilidad".
A pesar de eso, la promesa divina es alentadora: él nos librará de este "cuerpo de muerte", y viviremos en paz por toda la eternidad.
Por tanto, no desesperes. Busca a Jesús todos los días. Escóndete en sus brazos; refugíate en sus fuerzas. El enemigo puede venir a ti, con todos los ejércitos de sus ángeles malignos, pero en Jesús estarás seguro.
El hecho de haber fallado ayer no quiere decir que hoy perderás la batalla. Todas las huestes angelicales están atentas a tu decisión. Decidir es tu parte; el resto, déjalo con Jesús. Y recuerda: "Por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia".

Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón

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