Él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados. Efesios 2:1.
Monte Olivo es una pequeña ciudad, en el interior del estado de Carolina del Norte. Una ciudad sin mucho atractivo, simple, llena de sembradíos de frijoles y tabaco. Aquí hay una iglesia hispana, conformada mayormente por guatemaltecos; gente también simple, pero de un corazón del tamaño del mundo. El otro día, almorcé en la casa de uno de ellos, y me contó la historia de su conversión. En aquella época, el ganaba trescientos dólares por semana, y con eso mantenía a la esposa y a los dos pequeños hijos; quiere decir, intentaba mantenerlos porque, además de ser una pequeña cantidad de dinero, lo gastaba todo con los amigos y la bebida.
Un domingo, llegó a casa al anochecer. Había recibido su pago el viernes de tarde, y se había puesto a beber con los amigos hasta el domingo. El lunes de mañana despertó para ir al trabajo: el cuerpo adolorido, el sabor amargo de la derrota en la boca, y la resaca sacudiéndole el alma. Al salir de casa, noto que los hijos y la esposa no tenían que comer. La esposa simplemente lo miraba, y no decía nada; estaba ahí, en un rincón de la sala, como resignada ante esa triste situación. Los niños pequeños, observándolo asustados, como si mirasen a una persona extraña que nada tenía que ver con ellos.
-Pastor -me dijo el muchacho, con los ojos llenos de lágrimas-, no pude resistir más. Sentí como un puñal clavado en mis carnes. ¿Qué estaba haciendo yo con esa mujer y con esos niños? Salí como un loco, corrí por las calles de la ciudad, entre en una iglesia y me entregue a Jesús. Ese día, llegue tarde al trabajo; pero, ese día, mi vida cambió definitivamente. Dios obró un milagro en mi vida.
Almorcé con esa linda familia. ¡Un hogar feliz! Los ojitos de los niños brillaban de emoción, miraban a su padre como si fuese un gran héroe; la esposa también lo miraba con ojos llenos de amor y de admiración. Y yo, a un lado de la mesa, sentía el corazón apretado al ver un milagro más, realizado por Jesús.
Después me fui, andando... pensando en la vida. Alce los ojos al cielo, y me pareció ver el rostro de Jesús preguntándome: "¿Crees que valió la pena haber muerto en la cruz?"
Nada dije. Apenas sonreí, y continúe andando. A lo largo de mi vida, he visto tantos milagros como este. ¿Qué puede hacer el ser humano frente a ese poder? Nada; a no ser someterse y aceptarlo. Por eso, hoy, antes de iniciar tus actividades diarias, recuerda que "él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados".
Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón
Monte Olivo es una pequeña ciudad, en el interior del estado de Carolina del Norte. Una ciudad sin mucho atractivo, simple, llena de sembradíos de frijoles y tabaco. Aquí hay una iglesia hispana, conformada mayormente por guatemaltecos; gente también simple, pero de un corazón del tamaño del mundo. El otro día, almorcé en la casa de uno de ellos, y me contó la historia de su conversión. En aquella época, el ganaba trescientos dólares por semana, y con eso mantenía a la esposa y a los dos pequeños hijos; quiere decir, intentaba mantenerlos porque, además de ser una pequeña cantidad de dinero, lo gastaba todo con los amigos y la bebida.
Un domingo, llegó a casa al anochecer. Había recibido su pago el viernes de tarde, y se había puesto a beber con los amigos hasta el domingo. El lunes de mañana despertó para ir al trabajo: el cuerpo adolorido, el sabor amargo de la derrota en la boca, y la resaca sacudiéndole el alma. Al salir de casa, noto que los hijos y la esposa no tenían que comer. La esposa simplemente lo miraba, y no decía nada; estaba ahí, en un rincón de la sala, como resignada ante esa triste situación. Los niños pequeños, observándolo asustados, como si mirasen a una persona extraña que nada tenía que ver con ellos.
-Pastor -me dijo el muchacho, con los ojos llenos de lágrimas-, no pude resistir más. Sentí como un puñal clavado en mis carnes. ¿Qué estaba haciendo yo con esa mujer y con esos niños? Salí como un loco, corrí por las calles de la ciudad, entre en una iglesia y me entregue a Jesús. Ese día, llegue tarde al trabajo; pero, ese día, mi vida cambió definitivamente. Dios obró un milagro en mi vida.
Almorcé con esa linda familia. ¡Un hogar feliz! Los ojitos de los niños brillaban de emoción, miraban a su padre como si fuese un gran héroe; la esposa también lo miraba con ojos llenos de amor y de admiración. Y yo, a un lado de la mesa, sentía el corazón apretado al ver un milagro más, realizado por Jesús.
Después me fui, andando... pensando en la vida. Alce los ojos al cielo, y me pareció ver el rostro de Jesús preguntándome: "¿Crees que valió la pena haber muerto en la cruz?"
Nada dije. Apenas sonreí, y continúe andando. A lo largo de mi vida, he visto tantos milagros como este. ¿Qué puede hacer el ser humano frente a ese poder? Nada; a no ser someterse y aceptarlo. Por eso, hoy, antes de iniciar tus actividades diarias, recuerda que "él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados".
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