«Confiad en Jehová perpetuamente, porque en Jehová, el Señor, está la fortaleza de los siglos» (Isaías 26:4).
En medio de aquel mar agitado por la tempestad, Jesús dormía en la barca de pesca pero la insistencia de sus discípulos lo había despertado. En cambio, él no manifestó ni prisa ni pánico. Sencillamente, se levantó y reprendió al viento y al mar. Lo hizo porque era el Dios de la naturaleza, el Soberano del mundo, el Todopoderoso.
Le resultó sumamente fácil: bastó con que de su boca saliera una sola palabra. Moisés había separado las aguas del Mar Rojo con una vara; Josué detuvo el Jordán con el Arca de la Alianza; Elíseo, con su manto; a Cristo, en cambio, le bastó una palabra para dominar las aguas. Él tiene dominio absoluto sobre toda la creación.
Inmediatamente sobrevino una gran calma. Por lo general, tras una tempestad el agua está tan agitada que tarda un tiempo en calmarse. No obstante, cuando Cristo pronunció la palabra, además de cesar la tempestad, todos sus efectos desaparecieron y el mar recobró la tranquilidad y la calma. Los discípulos estaban atónitos. Conocían bien el mar y jamás habían visto que una tempestad amainara tan rápidamente. Obviamente, era un milagro. Era obra del Señor y, por lo tanto, para ellos era un prodigio.
Los discípulos quedaron impresionados. Se preguntaban quién era Jesús. Cristo era extraordinario.
Todo en él era admirable. Nadie era tan sabio, tan poderoso ni tan agradable como él. ¿Y por qué? Hasta el mar y los vientos lo obedecen. Otros pretenden curar enfermedades, pero él es el único que puede dominar los vientos. Ignoramos los caminos del viento (Juan 3:8), menos aún lo controlamos. Pero Aquel que saca el viento «de su depósito» (Sal. 135:7), una vez fuera, lo encierra «en sus puños» (Prov. 30: 4). Si puede hacer esto, ¿qué no hará?
Jesús puede hacer por nosotros lo mismo que hizo como Dios de la naturaleza. El mismo poder que calmó el mar puede apaciguar nuestros temores (Sal 65:7). Basta una palabra de ese mismo Jesús para que la calma siga a las grandes tormentas del alma dudosa y apesadumbrada. Lo único necesario es que acudamos a él con fe. Basado en Mateo 8: 23-27
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
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