El Señor Todopoderoso me ha dicho al oído: «Muchas casas quedarán desoladas, y no habrá quien habite las grandes mansiones» (Isaías 5:9).
La revista Forbes sitúa a Mukesh Ambani, empresario indio, en el decimonoveno lugar de los multimillonarios del planeta. Pero Ambani es más conocido porque es propietario de la casa-vivienda privada más costosa del mundo: su residencia, Antilia, ha sido valorada en aproximadamente dos mil millones de dólares. Es la mansión de la familia Ambani, que consta solo de cinco miembros. El edificio, que se parece a una serie de cubos superpuestos, aparentemente inspirada por los jardines colgantes de Babilonia, fue diseñada por la empresa norteamericana Perkins&Wills.
Antilia es un ejemplo de la extravagancia de Ambani. Las cifras hablan por sí solas. El edificio tiene 173 metros de alto y 37,000 metros cuadrados de construcción distribuidos en veintisiete pisos. En el estacionamiento pueden acomodarse ciento sesenta automóviles. Tiene tres helipuertos, una sala de cine para cincuenta personas, tres pisos de jardines colgantes... Por supuesto, no podían faltar el gimnasio, el salón de baile y el estudio de yoga. Tiene, además, tres piscinas y nueve ascensores; y se ha declarado que la servidumbre consta de seiscientas personas.
La construcción de Antilia ha estado rodeada de polémica. Las autoridades aeronáuticas indias consideran que sus helipuertos no cumplen con las normas legales y amenazan la tranquilidad del sector. Asimismo, algunos activistas medioambientales han cuestionado el consumo de energía de la construcción, ya que la primera factura de la electricidad alcanzó la suma de 158,000 dólares. No lejos de allí sobreviven familias en condiciones deplorables de pobreza, apretujadas en improvisadas casuchas de cartón, sin agua ni electricidad y alimentándose de la basura.
¿Qué haces con las riquezas que tienes? ¿Las dedicas a crear monumentos a tu propia grandeza mientras que te olvidas de aquellos que están a tu alrededor y aun de Dios? La Biblia dice que Dios «da el poder para hacer las riquezas» (Deut. 8:18).
La pregunta es ¿para qué? ¿Con qué propósito?
Es posible que estés pensando: «No te preocupes por mí. Yo no soy rico». La verdad es, sin embargo, que todos tenemos algún tipo de riqueza, por ejemplo, en tiempo o en talentos y habilidades. ¿Qué haces con ellos? ¿Estás preocupado únicamente por crear monumentos a tu propia grandeza, o beneficiarte a ti mismo, mientras te olvidas de tus semejantes y aun de Dios?
La Biblia dice que esos monumentos, como Antilia, «quedarán desolados». Invierte mejor tus riquezas.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez
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