El amor es un acto de fe, y todo lo que sea de poca fe, también será de poco amor. Eric Fromm
Cada primavera, el padre del pintor español Javier Winthuysen pin- taba la fachada de su casa. Y siempre, sin falta, mandaba al pintor a la casa del vecino de enfrente a preguntarle de qué color quería que la pintara. Su filosofía era: “El es quien ha de verla y disfrutarla, así que es natural que yo la pinte a su gusto”.* ¿Natural? Bueno, depende de la “naturaleza” de cada uno. Para la mayoría de la gente, el problema del amor consiste en ser amado, no en amar; en cómo lograr ser dignos de recibir amor. Por esta razón nos esforzamos en caer bien, tener buena imagen, hacer amigos… pero es porque nuestra naturaleza está afectada por el pecado, y por el egocentrismo que lo caracteriza. No es de extrañar que, con este concepto del amor, tan a menudo fracasen nuestras relaciones y se vean frustradas nuestras expectativas.
El concepto bíblico del amor es de naturaleza radicalmente distinta. “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mat. 22:39); leemos. Y este principio depende de una premisa previa: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Mat. 22:37). Es así como la fe y el verdadero amor van inevitablemente de la mano.
La única manera de mostrar amor desinteresado y sin acepción de personas es habiendo conocido primero a Dios, porque “Dios es amor” (1 Juan 4:8), y “todo el que ama es hijo de Dios y conoce a Dios” (1 Juan 4:7). Cuando nuestra naturaleza es convertida, y la naturaleza de Dios ejerce una influencia sobre nuestra manera de pensar y ver la vida, podemos entender realmente el amor.
Nuestro protagonista del relato de hoy tenía clara una cosa: el amor “no busca lo suyo” (1 Cor. 13:5, RV95). Y esta actitud fundamental es aplicable a toda situación. Vivimos para hacer el bien a los demás; simple y llanamente.
“El amor es una actividad, no un afecto pasivo; es un ‘estar continuado’, no un ‘súbito arranque’. En el sentido más general, puede describirse el carácter activo del amor afirmando que amar es fundamentalmente dar, no recibir’’.** Quizá por eso “hay más dicha en dar que en recibir” (Hech. 20:35).
“Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mat. 22:39).
* Anécdota contada por el escritor español Juan Ramón Jiménez en El trabajo gustoso.
** Erich Fromm, El arte de amar, capítulo 2.
Tomado de Lecturas Devocionales para Damas 2016
ANTE TODO, CRISTIANA
Por: Mónica Díaz
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