Pero deseamos que cada uno de ustedes siga mostrando hasta el fin ese mismo entusiasmo, para que se realice completamente su esperanza. No queremos que se vuelvan perezosos. Hebreros 6:11,12.
En tiempos de los predicadores itinerantes, las iglesias estaban muy alejadas unas de otras, y los pastores escasos. Cada semana un pastor tenía que visitar distintas congregaciones. Por eso, para el culto, las iglesias solían tener que confiar en los miembros o en las visitas.
Una mañana de domingo, un orador invitado y su hijo llegaron a la pequeña iglesia. Después de atar el caballo a un árbol, se dirigió a la iglesia donde iba a dar el sermón. Después de la oración final, el predicador salió a despedir a la gente mientras esta se iba a casa.
Cuando hubo terminado, el predicador recordó que no se había recogido ninguna ofrenda. Buscando en el bolsillo, sacó una moneda de diez centavos y lo depositó en el cepillo junto a la puerta de entrada.
Fuera, puso a su hijo sobre el lomo del caballo. Ya estaba a punto de montar cuando el tesorero de la iglesia lo detuvo.
—Pastor, queremos agradecerle que hoy haya venido a darnos un mensaje. Es costumbre de nuestra iglesia que entreguemos al orador todas las ofrendas que se hayan recogido en el cepillo después del culto.
Y con esto, el tesorero le entregó una moneda de diez centavos.
El hijo del hombre miró a su papá y le dijo:
—Papá, si hubieses dado más, te habrían dado más, ¿verdad?
Lo que ponemos en la vida es mucho más de lo que recibimos de ella. Si somos amables, tendremos amigos. Si estudiamos tendremos mejores notas. Si participamos en actividades de la iglesia y de la escuela, sentiremos más que somos parte del grupo. Si buscamos a Dios, lo encontraremos. Durante nuestro viaje increíble, las personas que reciben más de la vida son aquellas que pusieron más.
Tomado de la Matutina El Viaje Increíble.
En tiempos de los predicadores itinerantes, las iglesias estaban muy alejadas unas de otras, y los pastores escasos. Cada semana un pastor tenía que visitar distintas congregaciones. Por eso, para el culto, las iglesias solían tener que confiar en los miembros o en las visitas.
Una mañana de domingo, un orador invitado y su hijo llegaron a la pequeña iglesia. Después de atar el caballo a un árbol, se dirigió a la iglesia donde iba a dar el sermón. Después de la oración final, el predicador salió a despedir a la gente mientras esta se iba a casa.
Cuando hubo terminado, el predicador recordó que no se había recogido ninguna ofrenda. Buscando en el bolsillo, sacó una moneda de diez centavos y lo depositó en el cepillo junto a la puerta de entrada.
Fuera, puso a su hijo sobre el lomo del caballo. Ya estaba a punto de montar cuando el tesorero de la iglesia lo detuvo.
—Pastor, queremos agradecerle que hoy haya venido a darnos un mensaje. Es costumbre de nuestra iglesia que entreguemos al orador todas las ofrendas que se hayan recogido en el cepillo después del culto.
Y con esto, el tesorero le entregó una moneda de diez centavos.
El hijo del hombre miró a su papá y le dijo:
—Papá, si hubieses dado más, te habrían dado más, ¿verdad?
Lo que ponemos en la vida es mucho más de lo que recibimos de ella. Si somos amables, tendremos amigos. Si estudiamos tendremos mejores notas. Si participamos en actividades de la iglesia y de la escuela, sentiremos más que somos parte del grupo. Si buscamos a Dios, lo encontraremos. Durante nuestro viaje increíble, las personas que reciben más de la vida son aquellas que pusieron más.
Tomado de la Matutina El Viaje Increíble.
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