Dijo luego Jehová a Noé: «Entra tú y toda tu casa en el arca; porque a ti he visto justo delante de mí en esta generación». Génesis 7: 1.
Imagínate que eres la única persona fiel que queda en la tierra, el único ser humano que agrada a Dios. Esa es la situación en que se encontraba Noé. Debido a la fidelidad de aquel patriarca, Dios le preparó una manera de huir de una destrucción segura por el diluvio que él enviaría sobre toda la tierra.
La huida de la destrucción fue un plan muy elaborado. Noé construyó un barco bastante largo y ancho, y tan alto como un edificio de cinco plantas. Era una construcción majestuosa, calculada para soportar turbulencias marinas considerables y vientos huracanados. Es posible que aquel barco imponente, construido sin ninguna herramienta moderna, pudiera caber solo en los estadios olímpicos de nuestros días. El arca era de medidas grandes precisamente porque había sido diseñada para que entraran en ella muchas personas, aparte de animales. Sin embargo, en el arca únicamente entraron ocho personas, todas de la familia de Noé, por ser él el único hombre bueno y justo delante de Dios, según lo describe la Biblia.
Ahora imagínate todo lo contrario. Imagínate que eres el único pecador que hay en la tierra. No el pecador más malo, sino el único pecador; nadie más es pecador en este mundo, solo tú. Pues, aun en ese caso, igual que hizo con Noé, Dios también te ofrecería a ti una vía de escape de la destrucción. Y no se trata de ninguna hipótesis. Es algo absolutamente cierto, un hecho histórico. Cuando Dios obró ese portento, no lo hizo con un arca de madera calafateada, sino con su Hijo amado clavado en una cruz.
Nuestro Dios sabía que no somos buenos y que nunca podríamos merecer la salvación. Sin embargo, el Padre eterno se despojó de su único Hijo para dar una solución no solo a los justos como a Noé, sino a pecadores como nosotros. Era tan profundo el amor de Dios que aun si tú hubieses sido el único pecador que había en el mundo, de igual manera él habría mandado a su Hijo para que efectuara, tan solo por ti, un rescate que le costase la vida.
Ser rescatados de nuestros pecados no depende de nuestros propios méritos. La salvación es un regalo del cielo. Por eso, reconociendo que fuimos salvos en algo mucho más precioso que un gran barco, debemos procurar que nuestras buenas obras sean un complemento de la fe que tenemos en la salvación que Jesús logró para nosotros.
Tomado de la Matutina Siempre Gozosos.
Imagínate que eres la única persona fiel que queda en la tierra, el único ser humano que agrada a Dios. Esa es la situación en que se encontraba Noé. Debido a la fidelidad de aquel patriarca, Dios le preparó una manera de huir de una destrucción segura por el diluvio que él enviaría sobre toda la tierra.
La huida de la destrucción fue un plan muy elaborado. Noé construyó un barco bastante largo y ancho, y tan alto como un edificio de cinco plantas. Era una construcción majestuosa, calculada para soportar turbulencias marinas considerables y vientos huracanados. Es posible que aquel barco imponente, construido sin ninguna herramienta moderna, pudiera caber solo en los estadios olímpicos de nuestros días. El arca era de medidas grandes precisamente porque había sido diseñada para que entraran en ella muchas personas, aparte de animales. Sin embargo, en el arca únicamente entraron ocho personas, todas de la familia de Noé, por ser él el único hombre bueno y justo delante de Dios, según lo describe la Biblia.
Ahora imagínate todo lo contrario. Imagínate que eres el único pecador que hay en la tierra. No el pecador más malo, sino el único pecador; nadie más es pecador en este mundo, solo tú. Pues, aun en ese caso, igual que hizo con Noé, Dios también te ofrecería a ti una vía de escape de la destrucción. Y no se trata de ninguna hipótesis. Es algo absolutamente cierto, un hecho histórico. Cuando Dios obró ese portento, no lo hizo con un arca de madera calafateada, sino con su Hijo amado clavado en una cruz.
Nuestro Dios sabía que no somos buenos y que nunca podríamos merecer la salvación. Sin embargo, el Padre eterno se despojó de su único Hijo para dar una solución no solo a los justos como a Noé, sino a pecadores como nosotros. Era tan profundo el amor de Dios que aun si tú hubieses sido el único pecador que había en el mundo, de igual manera él habría mandado a su Hijo para que efectuara, tan solo por ti, un rescate que le costase la vida.
Ser rescatados de nuestros pecados no depende de nuestros propios méritos. La salvación es un regalo del cielo. Por eso, reconociendo que fuimos salvos en algo mucho más precioso que un gran barco, debemos procurar que nuestras buenas obras sean un complemento de la fe que tenemos en la salvación que Jesús logró para nosotros.
Tomado de la Matutina Siempre Gozosos.
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