Entonces vino un hombre llamado Jairo, que era principal de la sinagoga, y, postrándose a los pies de Jesús, le rogaba que entrase en su casa. Lucas 8:41
La niña tenía doce años de edad y era la luz y la alegría de la casa y del corazón de Jairo, su padre. Jairo era un hombre muy respetado como jefe de la sinagoga. Un día la niña contrajo una extraña enfermedad. Su rebosante salud se fue deteriorando rápidamente. Se puso delgada, pálida y demacrada. Su permanente alegría desapareció. Los mejores médicos de la región, para la desesperación y la angustia de Jairo, fracasaban uno tras otro. Cuando el último de los médicos desahució a la niña, Jairo sintió que su alma también quedaba desahuciada. No podía imaginarse la vida sin la que era la luz de sus ojos. Su corazón de padre sintió que moriría junto a su hija. Precisamente por esos días Jesús había regresado a Capernaúm. Jairo se enteró y, aunque su condición de jefe de la sinagoga no le hacía fácil hablar con alguien sospechoso para los dirigentes espirituales de la nación, fue a buscarlo. Cuando lo vio, se postró a sus pies y, desde el fondo de su desgarrado corazón de padre, sin importarle lo que dijeran quienes lo veían asombrados, le pidió que sanara a su hija. En ese momento, unos mensajeros vinieron y le dijeron: «Tu hija ha muerto». Jairo sintió que una espada gigantesca le atravesaba el corazón. Entonces Jesús le dijo: «No temas; cree solamente y tu niña será salva». Cuando, acompañado de unos discípulos, Jesús entró en la casa de Jairo, contempló el rostro de la niña, que yacía inerte en el lecho. «Está muerta», le dijeron los familiares deshechos en llanto. Jesús dijo: «No, solo duerme». Y los incrédulos se burlaron. Entonces el Maestro se dirigió al lecho donde estaba la niña, y le dijo: «Muchacha, levántate». Jairo comprendió a través de una desgarradora experiencia que hay cosas más importantes en la vida que las riquezas materiales y el reconocimiento social. Ni todas sus riquezas juntas, ni todo su poder, podían devolverle la vida a su hija. Solo el poder de Jesús. Jairo así lo creyó. «Cree solamente», fue todo lo que pidió Jesús, «y tu hija será salva». Cuando estemos frente a cualquier situación, por dolorosa que sea, recordemos las palabras que Jesús le dirigió a Jairo: «Cree». Arrodillémonos delante de Jesús, el dador de la vida y el vencedor de la muerte.
Tomado de la matutina Siempre Gozosos
La niña tenía doce años de edad y era la luz y la alegría de la casa y del corazón de Jairo, su padre. Jairo era un hombre muy respetado como jefe de la sinagoga. Un día la niña contrajo una extraña enfermedad. Su rebosante salud se fue deteriorando rápidamente. Se puso delgada, pálida y demacrada. Su permanente alegría desapareció. Los mejores médicos de la región, para la desesperación y la angustia de Jairo, fracasaban uno tras otro. Cuando el último de los médicos desahució a la niña, Jairo sintió que su alma también quedaba desahuciada. No podía imaginarse la vida sin la que era la luz de sus ojos. Su corazón de padre sintió que moriría junto a su hija. Precisamente por esos días Jesús había regresado a Capernaúm. Jairo se enteró y, aunque su condición de jefe de la sinagoga no le hacía fácil hablar con alguien sospechoso para los dirigentes espirituales de la nación, fue a buscarlo. Cuando lo vio, se postró a sus pies y, desde el fondo de su desgarrado corazón de padre, sin importarle lo que dijeran quienes lo veían asombrados, le pidió que sanara a su hija. En ese momento, unos mensajeros vinieron y le dijeron: «Tu hija ha muerto». Jairo sintió que una espada gigantesca le atravesaba el corazón. Entonces Jesús le dijo: «No temas; cree solamente y tu niña será salva». Cuando, acompañado de unos discípulos, Jesús entró en la casa de Jairo, contempló el rostro de la niña, que yacía inerte en el lecho. «Está muerta», le dijeron los familiares deshechos en llanto. Jesús dijo: «No, solo duerme». Y los incrédulos se burlaron. Entonces el Maestro se dirigió al lecho donde estaba la niña, y le dijo: «Muchacha, levántate». Jairo comprendió a través de una desgarradora experiencia que hay cosas más importantes en la vida que las riquezas materiales y el reconocimiento social. Ni todas sus riquezas juntas, ni todo su poder, podían devolverle la vida a su hija. Solo el poder de Jesús. Jairo así lo creyó. «Cree solamente», fue todo lo que pidió Jesús, «y tu hija será salva». Cuando estemos frente a cualquier situación, por dolorosa que sea, recordemos las palabras que Jesús le dirigió a Jairo: «Cree». Arrodillémonos delante de Jesús, el dador de la vida y el vencedor de la muerte.
Tomado de la matutina Siempre Gozosos
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