El Señor aborrece las ofrendas de los malvados, pero se complace en la oración de los justos (Proverbios 15: 8).
Recientemente, mi hermana Elena solicitó una beca de estudios para una residencia médica; aprobó el competido examen nacional y me pidió que la acompañara a la Ciudad de México para continuar los trámites requeridos: examen de Certificación médica ante la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), examen psicométrico, entrega de documentos en el hospital de la residencia y finalmente el examen médico. El hecho de haberse trasladado de una ciudad al nivel del mar a la Ciudad de México y el estrés hicieron que presentara cifras ligeramente altas de presión arterial. Una doctora de mucha antigüedad en el servicio de medicina del trabajo fue quien la atendió haciéndole el siguiente comentario: «No debería yo estar aquí, mi turno terminó, y todavía tengo que atenderla». Al examinarla le comentó: «Yo en su lugar ya no estudiaría, mire nada más lo alto de su presión arterial». No resolvió nada acerca del examen y le indicó que regresara al día siguiente para comentar el caso con sus jefes; todo hacía suponer que su dictamen seria desfavorable para Elena. Por la noche, al iniciar mis oraciones, le comenté: «Voy a pedirle al Señor que nos ayude, que se haga su voluntad y que te conceda lo que sea lo mejor para ti y tu familia, y acataremos su voluntad». Nos arrodillamos y le suplicamos a Dios que le diera paz al corazón de la doctora que la atendió, pensábamos en que algún pesar debería tener que la hacía sufrir y no disfrutar de su trabajo. A la mañana siguiente, la doctora recibió a Elena muy amablemente, su semblante era otro. Luego le comentó que su mamá estaba enferma, que tenía cáncer, y que atravesaba por una serie de problemas laborales, también se disculpó por su comportamiento del día anterior. Además le preguntó a Elena: «Doctora, ¿qué me hizo usted que anoche no podía conciliar el sueño pensando en usted, y poco después caí en un profundo y reparador sueño que no había tenido en mucho tiempo?» Elena le respondió: «Solamente oramos a Dios por usted». Se despidieron y prometieron volver a verse cuando estudiara en su residencia. Al salir de la oficina de la doctora me contó lo sucedido. Le dije que para Dios no hay imposibles.
Recientemente, mi hermana Elena solicitó una beca de estudios para una residencia médica; aprobó el competido examen nacional y me pidió que la acompañara a la Ciudad de México para continuar los trámites requeridos: examen de Certificación médica ante la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), examen psicométrico, entrega de documentos en el hospital de la residencia y finalmente el examen médico. El hecho de haberse trasladado de una ciudad al nivel del mar a la Ciudad de México y el estrés hicieron que presentara cifras ligeramente altas de presión arterial. Una doctora de mucha antigüedad en el servicio de medicina del trabajo fue quien la atendió haciéndole el siguiente comentario: «No debería yo estar aquí, mi turno terminó, y todavía tengo que atenderla». Al examinarla le comentó: «Yo en su lugar ya no estudiaría, mire nada más lo alto de su presión arterial». No resolvió nada acerca del examen y le indicó que regresara al día siguiente para comentar el caso con sus jefes; todo hacía suponer que su dictamen seria desfavorable para Elena. Por la noche, al iniciar mis oraciones, le comenté: «Voy a pedirle al Señor que nos ayude, que se haga su voluntad y que te conceda lo que sea lo mejor para ti y tu familia, y acataremos su voluntad». Nos arrodillamos y le suplicamos a Dios que le diera paz al corazón de la doctora que la atendió, pensábamos en que algún pesar debería tener que la hacía sufrir y no disfrutar de su trabajo. A la mañana siguiente, la doctora recibió a Elena muy amablemente, su semblante era otro. Luego le comentó que su mamá estaba enferma, que tenía cáncer, y que atravesaba por una serie de problemas laborales, también se disculpó por su comportamiento del día anterior. Además le preguntó a Elena: «Doctora, ¿qué me hizo usted que anoche no podía conciliar el sueño pensando en usted, y poco después caí en un profundo y reparador sueño que no había tenido en mucho tiempo?» Elena le respondió: «Solamente oramos a Dios por usted». Se despidieron y prometieron volver a verse cuando estudiara en su residencia. Al salir de la oficina de la doctora me contó lo sucedido. Le dije que para Dios no hay imposibles.
Luz María Figueroa Zambrano
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor.
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor.
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