Sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado.1 Corintios 9: 27
Todos nos encontramos en una carrera. La sociedad nos obliga a vivir en un ambiente de lucha y competición por ser el mejor. Ganar en todo a los demás parece ser el objetivo de todos. Pero en la vida cristiana nunca debemos compararnos con los demás o competir con ellos. La vida eterna es un don para todos, pero nuestro Padre celestial ha preparado premios personalizados para cada uno de nosotros cuando finalmente lleguemos al cielo. ¿Contra quién, entonces, debemos competir en nuestra vida cristiana, según el texto de hoy? ¿Contra quién competimos para que estemos dispuestos a herir nuestros cuerpos para ganar el premio y también para evitar la eliminación? Pablo indica en el versículo para nuestra meditación de hoy que el mayor competidor que tenemos es nuestro propio cuerpo. Por eso dice: «Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre». De ninguna manera dice que debemos golpear nuestro cuerpo, hacer penitencia, hasta quedar morados por una autoflagelación. Lo que dice es que hay una relación entre el cuerpo y el premio. El cuerpo debe ser siervo del Espíritu para ganar la carrera cristiana. No se debe poner en riesgo la carrera porque el cuerpo tenga pereza, o deseos intemperantes o perversos que, si se satisfacen, nos incapaciten para la carrera y nos priven del premio. Una de las razones por las cuales Pablo se esforzaba tanto y estaba dispuesto a poner su cuerpo en servidumbre, negándole la satisfacción de ciertos apetitos y deseos, era porque sentía su responsabilidad. Era apóstol, había predicado a mucha gente; muchos tenía la vista puesta en él. ¡Qué tragedia ser reprobado y perder la carrera cristiana después de tanto esfuerzo! Pablo entendía que sus mayores competidores no eran sus hermanos cristianos, sino sus propios deseos y su propio cuerpo. Igual que Pablo, debemos entender que nuestra mayor conquista debe ser nuestro propio cuerpo. A veces usamos expresiones como: Señor, te amo con todo mi corazón». Dios anhela que eso sea una realidad en la vida de cada uno de sus hijos. Pero para que sea una realidad tenemos que ser disciplinados para llevar a nuestro cuerpo a ser un esclavo dominado por la voz del Espíritu Santo. No debemos olvidar nunca que existe el riesgo de ser eliminados en la carrera cristiana. Los cristianos deberían poner en servidumbre su cuerpo, su tiempo, su vida, para mantenerse en la carrera cristiana y, al final, ganarla.
Tomado de la Matutina Siempre Gozosos.
Todos nos encontramos en una carrera. La sociedad nos obliga a vivir en un ambiente de lucha y competición por ser el mejor. Ganar en todo a los demás parece ser el objetivo de todos. Pero en la vida cristiana nunca debemos compararnos con los demás o competir con ellos. La vida eterna es un don para todos, pero nuestro Padre celestial ha preparado premios personalizados para cada uno de nosotros cuando finalmente lleguemos al cielo. ¿Contra quién, entonces, debemos competir en nuestra vida cristiana, según el texto de hoy? ¿Contra quién competimos para que estemos dispuestos a herir nuestros cuerpos para ganar el premio y también para evitar la eliminación? Pablo indica en el versículo para nuestra meditación de hoy que el mayor competidor que tenemos es nuestro propio cuerpo. Por eso dice: «Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre». De ninguna manera dice que debemos golpear nuestro cuerpo, hacer penitencia, hasta quedar morados por una autoflagelación. Lo que dice es que hay una relación entre el cuerpo y el premio. El cuerpo debe ser siervo del Espíritu para ganar la carrera cristiana. No se debe poner en riesgo la carrera porque el cuerpo tenga pereza, o deseos intemperantes o perversos que, si se satisfacen, nos incapaciten para la carrera y nos priven del premio. Una de las razones por las cuales Pablo se esforzaba tanto y estaba dispuesto a poner su cuerpo en servidumbre, negándole la satisfacción de ciertos apetitos y deseos, era porque sentía su responsabilidad. Era apóstol, había predicado a mucha gente; muchos tenía la vista puesta en él. ¡Qué tragedia ser reprobado y perder la carrera cristiana después de tanto esfuerzo! Pablo entendía que sus mayores competidores no eran sus hermanos cristianos, sino sus propios deseos y su propio cuerpo. Igual que Pablo, debemos entender que nuestra mayor conquista debe ser nuestro propio cuerpo. A veces usamos expresiones como: Señor, te amo con todo mi corazón». Dios anhela que eso sea una realidad en la vida de cada uno de sus hijos. Pero para que sea una realidad tenemos que ser disciplinados para llevar a nuestro cuerpo a ser un esclavo dominado por la voz del Espíritu Santo. No debemos olvidar nunca que existe el riesgo de ser eliminados en la carrera cristiana. Los cristianos deberían poner en servidumbre su cuerpo, su tiempo, su vida, para mantenerse en la carrera cristiana y, al final, ganarla.
Tomado de la Matutina Siempre Gozosos.
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