Estad quietos, y conoced que yo soy Dios; seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra. Salmo 46: 10
Todos tenemos diversas necesidades que esperamos sean satisfechas, circunstancias que anhelamos cambiar con todo el corazón, peligros de los que necesitamos librarnos. La vida es una constante lucha, y cada uno tiene su versión particular del conflicto de los siglos. Ser cristiano es vivir en combate continuo. No obstante, ¿sabes cuál es uno de nuestros mayores problemas? ¿Sabes cuál es uno de los errores más comunes que cometemos los cristianos? El error de no dejar que Dios sea el Dios de nuestras vidas. Por alguna razón, tenemos la tendencia irrefrenable a defendernos nosotros mismos, a librarnos nosotros mismos, y a salvarnos nosotros mismos, funciones todas que le corresponden a nuestro Dios. Simplemente, no le permitimos que cumpla sus funciones oficiales: salvarnos de los problemas humanos y sobrehumanos, terrenales y celestiales, presentes y eternos. ¿Cuál es tu primera reacción cuando tienes un problema? ¿Buscar soluciones? ¿Cuál es tu primera reacción cuando afrontas un peligro? ¿Defenderte? ¿Luchar? Es la reacción natural del ser humano. Y, tristemente, la reacción natural también de muchos de nosotros como cristianos. Fue lo que hizo Jacob cuando luchó con el ángel de Jehová. Había orado pidiendo ayuda y liberación. Dios le envió la ayuda y la liberación que había solicitado, pero, cuando sintió la presencia de Dios, lo tomó por enemigo y comenzó a luchar con desesperación. ¿Por qué no discernió que era Dios el que había llegado y no un enemigo? Porque actuó humanamente. ¡Cuánta desesperación y cuántas lágrimas le costaron no permitirle a Dios que fuera el Dios de su vida! Las instrucciones de Dios eran: « «Estad quietos, y conoced que yo soy Dios; seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra» (Salmo 46:10). ¿Por qué no siguió Jacob las instrucciones de Dios? Por la misma razón que no las seguimos nosotros: porque no tenemos toda la confianza que deberíamos tener en nuestro Señor. ¿Tienes problemas para los que esperas una solución? Como el pueblo de Israel frente al Mar Rojo, ¿necesitas urgentemente una salida? Arrodíllate hoy y di: «Señor, confío en ti. Yo sé que mis intereses son los que más importan a tu corazón. Mis penas, mis enfermedades, mis luchas, son tu prioridad. Ayúdame a estar quieto, y esperar confiadamente tu intervención. Aunque las cosas no salgan como yo espero, mantendré mi mente abierta y mi corazón confiado en que tú sigues dirigiendo mis pasos. Ayúdame a confiar implícitamente en ti».
Tomado de la Matutina Siempre Gozosos.
Todos tenemos diversas necesidades que esperamos sean satisfechas, circunstancias que anhelamos cambiar con todo el corazón, peligros de los que necesitamos librarnos. La vida es una constante lucha, y cada uno tiene su versión particular del conflicto de los siglos. Ser cristiano es vivir en combate continuo. No obstante, ¿sabes cuál es uno de nuestros mayores problemas? ¿Sabes cuál es uno de los errores más comunes que cometemos los cristianos? El error de no dejar que Dios sea el Dios de nuestras vidas. Por alguna razón, tenemos la tendencia irrefrenable a defendernos nosotros mismos, a librarnos nosotros mismos, y a salvarnos nosotros mismos, funciones todas que le corresponden a nuestro Dios. Simplemente, no le permitimos que cumpla sus funciones oficiales: salvarnos de los problemas humanos y sobrehumanos, terrenales y celestiales, presentes y eternos. ¿Cuál es tu primera reacción cuando tienes un problema? ¿Buscar soluciones? ¿Cuál es tu primera reacción cuando afrontas un peligro? ¿Defenderte? ¿Luchar? Es la reacción natural del ser humano. Y, tristemente, la reacción natural también de muchos de nosotros como cristianos. Fue lo que hizo Jacob cuando luchó con el ángel de Jehová. Había orado pidiendo ayuda y liberación. Dios le envió la ayuda y la liberación que había solicitado, pero, cuando sintió la presencia de Dios, lo tomó por enemigo y comenzó a luchar con desesperación. ¿Por qué no discernió que era Dios el que había llegado y no un enemigo? Porque actuó humanamente. ¡Cuánta desesperación y cuántas lágrimas le costaron no permitirle a Dios que fuera el Dios de su vida! Las instrucciones de Dios eran: « «Estad quietos, y conoced que yo soy Dios; seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra» (Salmo 46:10). ¿Por qué no siguió Jacob las instrucciones de Dios? Por la misma razón que no las seguimos nosotros: porque no tenemos toda la confianza que deberíamos tener en nuestro Señor. ¿Tienes problemas para los que esperas una solución? Como el pueblo de Israel frente al Mar Rojo, ¿necesitas urgentemente una salida? Arrodíllate hoy y di: «Señor, confío en ti. Yo sé que mis intereses son los que más importan a tu corazón. Mis penas, mis enfermedades, mis luchas, son tu prioridad. Ayúdame a estar quieto, y esperar confiadamente tu intervención. Aunque las cosas no salgan como yo espero, mantendré mi mente abierta y mi corazón confiado en que tú sigues dirigiendo mis pasos. Ayúdame a confiar implícitamente en ti».
Tomado de la Matutina Siempre Gozosos.
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