Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y ama a tu prójimo como a ti mismo. Lucas 10: 27
El día en que las torres gemelas fueron destruidas, los Estados Unidos pararon su actividad habitual. De repente nadie pensaba en qué programas de televisión se emitían esa noche. Nadie hizo planes para pasar la velada divirtiéndose en un club nocturno, en un estadio de béisbol o viendo una película en el cine. A nadie le importaba el último chismorreo de Hollywood. En cuestión de minutos, los Estados Unidos suspendieron la búsqueda del placer, la fama y la fortuna. Nadie pensó que se tratase un día más en la escuela o en la oficina. La tragedia nos forzó a pensar en una pregunta: ¿Qué es más importante, cuáles deberían ser nuestras prioridades? De repente, gente que no tenía tiempo para Dios estaba orando. Todos se olvidaron de los pleitos para suprimir la oración en las ceremonias de graduación de los institutos o del movimiento para quitar los Diez Mandamientos de los edificios públicos. Cuando la vida parecía fuera de control la sociedad estaba dispuesta a dar una oportunidad a Dios. La economía se resintió por la pérdida de interés de las personas por ir de compras. Presa del miedo y la tristeza, se dieron cuenta de que comprar más cosas no llenaría el vacío y la inseguridad que sentían. Empezaron a entender lo mucho que les importaban la familia y los amigos. Durante más de seis mil años Dios ha intentado decirnos que solo hay dos cosas a las que vale la pena dedicar tiempo y atención: amarlo a él y amar a los demás. Hizo falta una tragedia nacional para que nos diésemos cuenta. Todas las cosas de este mundo pronto serán destruidas. Las únicas cosas que durarán siempre son Dios y las personas. Ponlos a ellos en primer lugar y el resto de tu vida quedará en el lugar que le corresponde.
Tomado de la Matutina El Viaje Increíble.
El día en que las torres gemelas fueron destruidas, los Estados Unidos pararon su actividad habitual. De repente nadie pensaba en qué programas de televisión se emitían esa noche. Nadie hizo planes para pasar la velada divirtiéndose en un club nocturno, en un estadio de béisbol o viendo una película en el cine. A nadie le importaba el último chismorreo de Hollywood. En cuestión de minutos, los Estados Unidos suspendieron la búsqueda del placer, la fama y la fortuna. Nadie pensó que se tratase un día más en la escuela o en la oficina. La tragedia nos forzó a pensar en una pregunta: ¿Qué es más importante, cuáles deberían ser nuestras prioridades? De repente, gente que no tenía tiempo para Dios estaba orando. Todos se olvidaron de los pleitos para suprimir la oración en las ceremonias de graduación de los institutos o del movimiento para quitar los Diez Mandamientos de los edificios públicos. Cuando la vida parecía fuera de control la sociedad estaba dispuesta a dar una oportunidad a Dios. La economía se resintió por la pérdida de interés de las personas por ir de compras. Presa del miedo y la tristeza, se dieron cuenta de que comprar más cosas no llenaría el vacío y la inseguridad que sentían. Empezaron a entender lo mucho que les importaban la familia y los amigos. Durante más de seis mil años Dios ha intentado decirnos que solo hay dos cosas a las que vale la pena dedicar tiempo y atención: amarlo a él y amar a los demás. Hizo falta una tragedia nacional para que nos diésemos cuenta. Todas las cosas de este mundo pronto serán destruidas. Las únicas cosas que durarán siempre son Dios y las personas. Ponlos a ellos en primer lugar y el resto de tu vida quedará en el lugar que le corresponde.
Tomado de la Matutina El Viaje Increíble.
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