Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado. Mateo 28: 19,20.
La ciudad de Capernaúm era el centro de operaciones del ministerio de Jesús, pero él no permaneció allí. ¿Qué nos enseña esto, a nosotros, discípulos de Jesús? Nos enseña que nuestro propósito como pueblo de Dios no se cumple por el solo hecho de ir al edificio donde se reúne la congregación. La iglesia a la cual asistimos puede tener una numerosa feligresía, pero ese hecho no cumple las demandas de la misión evangélica. La orden del Comandante en jefe, el Cristo resucitado, a sus seguidores es: «Por tanto id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden rodas las cosas que os he mandado» (Mat. 28:19-20). La orden no es «Venir y oír». La orden siempre es «Ir y decir». El templo no es un lugar al cual venimos, sino un lugar del cual salimos.
Mi sorpresa fue grande al encontrar en la iglesia donde crecí a una dama muy conocida. Me llené de asombro porque, durante muchos años, la había conocido como una (irme y muy fundada "testigo de Jehová". Y ahora la encontraba el sábado en la iglesia adventista, como miembro bautizada. Lleno de curiosidad le pregunté: «¿Por qué dejó de ser testigo de Jehová para convertirse en adventista del séptimo día?»
Lo que me respondió me dejó más perplejo aún. «Durante veinte años», me dijo, «deseé bautizarme y no me lo permitieron, mientras no saliera a testificar. Y aquí me bautizaron sin que tenga que ir». La testificación no es un requisito para el bautismo, sino un producto del amor de Cristo en el corazón de aquellos que han sido bautizados del agua y del Espíritu. No obstante, de aquella experiencia, extraigo esta reflexión:
La iglesia no es un establecimiento; es un movimiento. No existe un cristianismo cómodo. Nuestra iglesia debe ser como un fuego, el fuego encendido por Jesucristo, que abrazará al mundo entero. Después de la resurrección de Jesús los discípulos siem¬pre fueron al lugar donde estaba el pueblo. Si formamos parte de la misión divina, si comprendemos cuál es nuestra parte en el plan de Dios, tenemos que ir a nuestras comunidades, a nuestros vecindarios, a todo lugar. Esa es la misión. El evangelio no es algo que disfrutamos, sino una sagrada verdad que compartimos. La misión divina nos pide que vayamos como fue Jesús.
Tomado de la Matutina Siempre Gozosos.
La ciudad de Capernaúm era el centro de operaciones del ministerio de Jesús, pero él no permaneció allí. ¿Qué nos enseña esto, a nosotros, discípulos de Jesús? Nos enseña que nuestro propósito como pueblo de Dios no se cumple por el solo hecho de ir al edificio donde se reúne la congregación. La iglesia a la cual asistimos puede tener una numerosa feligresía, pero ese hecho no cumple las demandas de la misión evangélica. La orden del Comandante en jefe, el Cristo resucitado, a sus seguidores es: «Por tanto id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden rodas las cosas que os he mandado» (Mat. 28:19-20). La orden no es «Venir y oír». La orden siempre es «Ir y decir». El templo no es un lugar al cual venimos, sino un lugar del cual salimos.
Mi sorpresa fue grande al encontrar en la iglesia donde crecí a una dama muy conocida. Me llené de asombro porque, durante muchos años, la había conocido como una (irme y muy fundada "testigo de Jehová". Y ahora la encontraba el sábado en la iglesia adventista, como miembro bautizada. Lleno de curiosidad le pregunté: «¿Por qué dejó de ser testigo de Jehová para convertirse en adventista del séptimo día?»
Lo que me respondió me dejó más perplejo aún. «Durante veinte años», me dijo, «deseé bautizarme y no me lo permitieron, mientras no saliera a testificar. Y aquí me bautizaron sin que tenga que ir». La testificación no es un requisito para el bautismo, sino un producto del amor de Cristo en el corazón de aquellos que han sido bautizados del agua y del Espíritu. No obstante, de aquella experiencia, extraigo esta reflexión:
La iglesia no es un establecimiento; es un movimiento. No existe un cristianismo cómodo. Nuestra iglesia debe ser como un fuego, el fuego encendido por Jesucristo, que abrazará al mundo entero. Después de la resurrección de Jesús los discípulos siem¬pre fueron al lugar donde estaba el pueblo. Si formamos parte de la misión divina, si comprendemos cuál es nuestra parte en el plan de Dios, tenemos que ir a nuestras comunidades, a nuestros vecindarios, a todo lugar. Esa es la misión. El evangelio no es algo que disfrutamos, sino una sagrada verdad que compartimos. La misión divina nos pide que vayamos como fue Jesús.
Tomado de la Matutina Siempre Gozosos.
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