Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad. 1 Juan 1: 6.
Una de las maneras de andar en las tinieblas es atesorar amargura en nuestros corazones hacia los demás. La amargura crea confusión en nuestra mente y opresión en nuestro corazón. Tal vez digas: «Yo no pertenezco al club de los amargados, porque estoy en comunión con Dios». Pues permíteme decirte que muchos de nosotros no estamos en comunión con Dios, sino que sencillamente presumimos de estarlo. Es un hecho que no podemos tener plena y verdadera comunión con Dios si ni nuestro ser guardamos cualquier tipo de amargura. La amargura no puede ser parte de la vida de los hijos de Dios. Pero, ¿cómo saber si estamos amargados? Sencillo: si aún nos cuesta perdonar o aún hay alguien a quien creemos que no es posible perdonar, entonces todavía hay amargura en nuestra vida. Cuando decidimos no perdonar, podemos pasar horas leyendo la Palabra de Dios, podemos cantar himnos durante el día, podemos pasar interminables horas en oración, pero la verdad es que no estamos teniendo una comunión genuina con nuestro Salvador. Si aún estamos dubitativos de si perdonamos a nuestro ofensor o no, entonces seguimos andando en la oscuridad. Si no podemos perdonar a esa persona que habló mal de nosotros y nos perjudicó, entonces hemos perdido nuestra comunión con el Padre. En el caso de los ministros, podemos seguir predicando y la gente podrá decirnos: «¡Qué sermón más maravilloso! ¡Usted sin duda debe de caminar con Dios!», pero lo cierto es que, si no perdonamos, tales predicaciones serán en vano. La Biblia cataloga de mentirosos a quienes obren así. Jesús enseñó en el Padrenuestro que debemos perdonar a nuestros ofensores. A veces pensamos que perdonar a cierta persona es imposible, especialmente si se trata de alguien de quien nunca pensamos que nos iba a fallar y nos decepcionó enormemente. Cuando recordemos a las personas que nos devolvieron el mal por el bien que les hicimos y nos preguntamos: «¿Aun hay que perdonar a personas tan ingratas?», demos la respuesta bíblica a ese interrogante: ¡Sí! Al hacer esto hay una gran promesa de Dios: cuanto mayor sea la ofensa que tengas que perdonar, más grande será la medida del Espíritu Santo cuando perdones. Echa mano de la ocasión de perdonar hoy la mayor ofensa, la injusticia más grande, y recuerda que, al hacer esto, el Espíritu Santo te ungirá con una mayor unción.
Tomado de la Matutina Siempre Gozosos.
Una de las maneras de andar en las tinieblas es atesorar amargura en nuestros corazones hacia los demás. La amargura crea confusión en nuestra mente y opresión en nuestro corazón. Tal vez digas: «Yo no pertenezco al club de los amargados, porque estoy en comunión con Dios». Pues permíteme decirte que muchos de nosotros no estamos en comunión con Dios, sino que sencillamente presumimos de estarlo. Es un hecho que no podemos tener plena y verdadera comunión con Dios si ni nuestro ser guardamos cualquier tipo de amargura. La amargura no puede ser parte de la vida de los hijos de Dios. Pero, ¿cómo saber si estamos amargados? Sencillo: si aún nos cuesta perdonar o aún hay alguien a quien creemos que no es posible perdonar, entonces todavía hay amargura en nuestra vida. Cuando decidimos no perdonar, podemos pasar horas leyendo la Palabra de Dios, podemos cantar himnos durante el día, podemos pasar interminables horas en oración, pero la verdad es que no estamos teniendo una comunión genuina con nuestro Salvador. Si aún estamos dubitativos de si perdonamos a nuestro ofensor o no, entonces seguimos andando en la oscuridad. Si no podemos perdonar a esa persona que habló mal de nosotros y nos perjudicó, entonces hemos perdido nuestra comunión con el Padre. En el caso de los ministros, podemos seguir predicando y la gente podrá decirnos: «¡Qué sermón más maravilloso! ¡Usted sin duda debe de caminar con Dios!», pero lo cierto es que, si no perdonamos, tales predicaciones serán en vano. La Biblia cataloga de mentirosos a quienes obren así. Jesús enseñó en el Padrenuestro que debemos perdonar a nuestros ofensores. A veces pensamos que perdonar a cierta persona es imposible, especialmente si se trata de alguien de quien nunca pensamos que nos iba a fallar y nos decepcionó enormemente. Cuando recordemos a las personas que nos devolvieron el mal por el bien que les hicimos y nos preguntamos: «¿Aun hay que perdonar a personas tan ingratas?», demos la respuesta bíblica a ese interrogante: ¡Sí! Al hacer esto hay una gran promesa de Dios: cuanto mayor sea la ofensa que tengas que perdonar, más grande será la medida del Espíritu Santo cuando perdones. Echa mano de la ocasión de perdonar hoy la mayor ofensa, la injusticia más grande, y recuerda que, al hacer esto, el Espíritu Santo te ungirá con una mayor unción.
Tomado de la Matutina Siempre Gozosos.
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