Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre. Lucas 21:17
Cuando Jesús dijo: «Amad a vuestros enemigos», dio por sentado que todos tenemos uno o más enemigos. Lamentablemente, es posible que muchos de nuestros enemigos, o tal vez todos ellos, sean nuestra misma comunidad de fe. Esto no ha cambiado desde los tiempos de Jesús pues la persecución que afrenta cada uno de nosotros frecuentemente proviene de aquellos que profesan creer en Dios.
Es doloroso pensar que nuestros enemigos sean los mismos de dentro, nuestro hermanos en la fe. ¿Por qué sucede esto? El origen de esta enemistad puede ser explicado por cosas tales como las incompatibilidades de carácter, cosa que alguien ha comparado con la incompatibilidad entre grupos sanguíneos. Lo cierto es que podemos caer mal a otras personas por el sencillo hecho de no pensar como ellas.
Puede ser que esas personas estén molestas por las bendiciones que el Señor te ha dado y por el buen lugar en el que Dios te tiene en este momento. Tal vez los demás no acepten que ganes un buen sueldo y que ocupes un lugar prestigioso. Otros quizá tengan envidia de algunos de los talentos que posees. Quizá los celos provengan de que tus superiores tengan buena opinión de ti.
Siempre habrá en este mundo algunas personas que te mirarán mal y que estarán molestas por el lugar donde Dios te tiene. Nunca faltaran aquellos que estén celosos y procuren tu mal.
Si gozas de buena reputación, no dudes que faltarán aquellos que procuren dañar tu imagen. Desgraciadamente, tus enemigos nunca entenderán que, en realidad, no es que estén molestos contigo, sino con Dios.
La razón principal por la que tú y yo tenemos uno o más enemigos es porque es la voluntad de Dios. ¿Por qué? Porque eso es precisamente lo que necesitamos. Cuando tenemos enemigos, podemos humillarnos y arrepentirnos al observar su carácter, porque nuestros enemigos son un reflejo de lo que somos. Los enemigos nos demuestran cómo somos nosotros también en realidad. Por ellos, nunca debemos enojarnos con nuestros enemigos, porque pueden ser el instrumento de Dios para cambiar y tocar nuestro corazón para cambiar.
Que tu oración de hoy sea: «Señor, ayúdame a perdonar a mis enemigos, y permíteme abrir mis ojos para ver lo que está mal en mi y ser una persona que suponga una bendición para los demás».
Tomado de la Matutina Siempre Gozosos.
Cuando Jesús dijo: «Amad a vuestros enemigos», dio por sentado que todos tenemos uno o más enemigos. Lamentablemente, es posible que muchos de nuestros enemigos, o tal vez todos ellos, sean nuestra misma comunidad de fe. Esto no ha cambiado desde los tiempos de Jesús pues la persecución que afrenta cada uno de nosotros frecuentemente proviene de aquellos que profesan creer en Dios.
Es doloroso pensar que nuestros enemigos sean los mismos de dentro, nuestro hermanos en la fe. ¿Por qué sucede esto? El origen de esta enemistad puede ser explicado por cosas tales como las incompatibilidades de carácter, cosa que alguien ha comparado con la incompatibilidad entre grupos sanguíneos. Lo cierto es que podemos caer mal a otras personas por el sencillo hecho de no pensar como ellas.
Puede ser que esas personas estén molestas por las bendiciones que el Señor te ha dado y por el buen lugar en el que Dios te tiene en este momento. Tal vez los demás no acepten que ganes un buen sueldo y que ocupes un lugar prestigioso. Otros quizá tengan envidia de algunos de los talentos que posees. Quizá los celos provengan de que tus superiores tengan buena opinión de ti.
Siempre habrá en este mundo algunas personas que te mirarán mal y que estarán molestas por el lugar donde Dios te tiene. Nunca faltaran aquellos que estén celosos y procuren tu mal.
Si gozas de buena reputación, no dudes que faltarán aquellos que procuren dañar tu imagen. Desgraciadamente, tus enemigos nunca entenderán que, en realidad, no es que estén molestos contigo, sino con Dios.
La razón principal por la que tú y yo tenemos uno o más enemigos es porque es la voluntad de Dios. ¿Por qué? Porque eso es precisamente lo que necesitamos. Cuando tenemos enemigos, podemos humillarnos y arrepentirnos al observar su carácter, porque nuestros enemigos son un reflejo de lo que somos. Los enemigos nos demuestran cómo somos nosotros también en realidad. Por ellos, nunca debemos enojarnos con nuestros enemigos, porque pueden ser el instrumento de Dios para cambiar y tocar nuestro corazón para cambiar.
Que tu oración de hoy sea: «Señor, ayúdame a perdonar a mis enemigos, y permíteme abrir mis ojos para ver lo que está mal en mi y ser una persona que suponga una bendición para los demás».
Tomado de la Matutina Siempre Gozosos.
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