Gente pobre en esta tierra, siempre la habrá; por eso te ordeno que seas generoso con tus hermanos hebreos y con los pobres y necesitados de tu tierra (Deuteronomio 15:11).
Recuerdo cuando llegamos a una nueva iglesia ubicada en un lugar donde hacía mucho frio. Además llovía dos veces por día. Pero ese no era el problema. El verdadero problema es que no había dinero para comprar cobijas. Cierto día mi esposo nos sorprendió con una cobija que adquirió a precio especial prometió que cada mes compraría una den el mismo sitio. ¿Quién sería el afortunado en estrenar la frazada? Todos estuvimos de acuerdo que fuera para nuestro segundo hijo, ya que él la necesitaba más.
Por aquellos días mi esposo visitó la cárcel para compartir el evangelio con los presos. Ese lugar era mucho más frio que el de la ciudad donde vivíamos. Los reclusos le pidieron cobijas para la siguiente vez que los visitara. Así que el siguiente sábado expuso la necesidad ante la pequeña congregación del poblado. Nadie deseaba compartir algo con esas personas. Como mi esposo insistió, un niñito de escasos cuatro años levanto su manita y dijo: «Papi, yo dono mi cobijita». Yo me quedé sorprendida con la respuesta de mi hijo. Pero no me agradó su actitud; como madre prefería que él se quedara con su frazada. No obstante, su conducta ayudó para que otras manos se levantaran y prometieran ayuda para los presos. Al poco tiempo, mi esposo llevó un buen número de frazadas para los menos afortunados.
Años más tarde fuimos trasladados a otra ciudad. Ahí también hacia mucho frio y necesitábamos tres cobijas para enfrentar el crudo invierno. De manera providencial llegaron a casa dos mujeres bondadosas con tres guerras cobijas de lana. Mientras mi esposo y yo nos negábamos a recibirlas, las damas se despidieron con mucho respeto. ¡Pasamos un invierno sin frio! ¡Gracias, Padre bondadoso, no dudo que les triplicaste a esas hijas tuyas por aquel regalo maravilloso!
Recuerdo cuando llegamos a una nueva iglesia ubicada en un lugar donde hacía mucho frio. Además llovía dos veces por día. Pero ese no era el problema. El verdadero problema es que no había dinero para comprar cobijas. Cierto día mi esposo nos sorprendió con una cobija que adquirió a precio especial prometió que cada mes compraría una den el mismo sitio. ¿Quién sería el afortunado en estrenar la frazada? Todos estuvimos de acuerdo que fuera para nuestro segundo hijo, ya que él la necesitaba más.
Por aquellos días mi esposo visitó la cárcel para compartir el evangelio con los presos. Ese lugar era mucho más frio que el de la ciudad donde vivíamos. Los reclusos le pidieron cobijas para la siguiente vez que los visitara. Así que el siguiente sábado expuso la necesidad ante la pequeña congregación del poblado. Nadie deseaba compartir algo con esas personas. Como mi esposo insistió, un niñito de escasos cuatro años levanto su manita y dijo: «Papi, yo dono mi cobijita». Yo me quedé sorprendida con la respuesta de mi hijo. Pero no me agradó su actitud; como madre prefería que él se quedara con su frazada. No obstante, su conducta ayudó para que otras manos se levantaran y prometieran ayuda para los presos. Al poco tiempo, mi esposo llevó un buen número de frazadas para los menos afortunados.
Años más tarde fuimos trasladados a otra ciudad. Ahí también hacia mucho frio y necesitábamos tres cobijas para enfrentar el crudo invierno. De manera providencial llegaron a casa dos mujeres bondadosas con tres guerras cobijas de lana. Mientras mi esposo y yo nos negábamos a recibirlas, las damas se despidieron con mucho respeto. ¡Pasamos un invierno sin frio! ¡Gracias, Padre bondadoso, no dudo que les triplicaste a esas hijas tuyas por aquel regalo maravilloso!
Elizabeth Aguirre de Ramírez
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su Amor.
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su Amor.
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