Mi alma glorifica al Señor(S. Lucas 1: 46).
Si tuviéramos que anotar todo lo que Dios nos ha dado la lista sería interminable. Pero quiero compartir unas razones por las que tengo un corazón agradecido a nuestro Dios. Estábamos llegando al final del curso escolar, la alegría de salir de vacaciones era incontenible. Tendríamos un campamento y de ahí un verano con varias actividades. La noticia nos consternó: el abuelo Faustino estaba grave. Salimos antes de lo planeado. Realmente se veía mal. Fue atendido por especialistas y durante casi tres meses estuvo en terapia intensiva. Las oraciones se elevaron a favor de él en muchas iglesias y hogares de hermanos. Yo lo hacía constantemente. Cada vez que mi papá volvía de visitarlo le preguntaba: «¿Cómo está el abuelo?» Estaba totalmente diferente, su vida era una lucha con la muerte. Lloré sin lograr contener las lágrimas. Seguimos orando: «¡Dios, sana a mi abuelito!»
El verano pasó y empecé un nuevo curso escolar. Una noticia más llegó al hogar: el abuelo Juan estaba enfermo y no sabían qué tenía. ¡No podía ser! Mis dos abuelitos enfermos. Me sentía muy lastimada. «Dios, has sido tan bueno con nosotros, por favor, no permitas que mis abuelitos sigan enfermos». Se acercaba el fin de año. El abuelito Faustino con casi seis meses postrado en cama y el abuelito Juan con tres semanas en el hospital. «¡Qué fin de año tan tiste!», le dije a mi mamá. ¡Cuántas sorpresas me esperaban.
Dios me permitió visitar a mis abuelos, interpretarles sus himnos favoritos en el violín; incluso algunos que nunca había tocado, pero que para ellos eran sus cánticos de esperanza. Disfruté mucho hacerlo. Fue un fin de año diferente: en mi corazón había una enorme gratitud. Dios me había contestado. Mis abuelos estaban bien, los dos en casa, ya no en el hospital. Por eso, tomo las palabras que María exclamara cuando el ángel del Señor se le apareció: «Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador [... ] porque el Poderoso ha hecho grandes cosas por mí. ¡Santo es su nombre! [...]. Hizo proezas con su brazo [...]. Acudió en ayuda de su siervo Israel y, cumpliendo con su promesa a nuestros padres, mostró su misericordia a Abraham y a su descendencia para siempre» (Lúe. 1: 46, 49, 51, 54).
Si tuviéramos que anotar todo lo que Dios nos ha dado la lista sería interminable. Pero quiero compartir unas razones por las que tengo un corazón agradecido a nuestro Dios. Estábamos llegando al final del curso escolar, la alegría de salir de vacaciones era incontenible. Tendríamos un campamento y de ahí un verano con varias actividades. La noticia nos consternó: el abuelo Faustino estaba grave. Salimos antes de lo planeado. Realmente se veía mal. Fue atendido por especialistas y durante casi tres meses estuvo en terapia intensiva. Las oraciones se elevaron a favor de él en muchas iglesias y hogares de hermanos. Yo lo hacía constantemente. Cada vez que mi papá volvía de visitarlo le preguntaba: «¿Cómo está el abuelo?» Estaba totalmente diferente, su vida era una lucha con la muerte. Lloré sin lograr contener las lágrimas. Seguimos orando: «¡Dios, sana a mi abuelito!»
El verano pasó y empecé un nuevo curso escolar. Una noticia más llegó al hogar: el abuelo Juan estaba enfermo y no sabían qué tenía. ¡No podía ser! Mis dos abuelitos enfermos. Me sentía muy lastimada. «Dios, has sido tan bueno con nosotros, por favor, no permitas que mis abuelitos sigan enfermos». Se acercaba el fin de año. El abuelito Faustino con casi seis meses postrado en cama y el abuelito Juan con tres semanas en el hospital. «¡Qué fin de año tan tiste!», le dije a mi mamá. ¡Cuántas sorpresas me esperaban.
Dios me permitió visitar a mis abuelos, interpretarles sus himnos favoritos en el violín; incluso algunos que nunca había tocado, pero que para ellos eran sus cánticos de esperanza. Disfruté mucho hacerlo. Fue un fin de año diferente: en mi corazón había una enorme gratitud. Dios me había contestado. Mis abuelos estaban bien, los dos en casa, ya no en el hospital. Por eso, tomo las palabras que María exclamara cuando el ángel del Señor se le apareció: «Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador [... ] porque el Poderoso ha hecho grandes cosas por mí. ¡Santo es su nombre! [...]. Hizo proezas con su brazo [...]. Acudió en ayuda de su siervo Israel y, cumpliendo con su promesa a nuestros padres, mostró su misericordia a Abraham y a su descendencia para siempre» (Lúe. 1: 46, 49, 51, 54).
ItzelDe los Santos Aguirre
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su Amor.
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su Amor.
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