Continuaremos con el relato desde la perspectiva de Josué -inició la madre con el culto.
«Hola, ayer les conté cómo nos organizamos para la toma de Jericó. Estuvimos marchando alrededor de los muros de la ciudad, dando una vuelta cada día. Los habitantes de Jericó nos miraban desde la cima de la muralla; se veía que estaban listos para el combate. Estaban asombrados con nuestras marchas diarias, en las que no se oía nada más que el sonido de las trompetas. Algunos tenían miedo, otros no creían que pudiéramos derribar esa fuerte construcción.
»Por fin llegó el séptimo día. Apenas se sentían los primeros rayos del sol cuando iniciamos la marcha nuevamente de forma ordenada. Ese día caminamos siete veces alrededor de la ciudad, y a los vigilantes de la muralla les llamó la atención que marcháramos otra vez, y otra. ¿Cuántas más?, se preguntaban.
Y, ¿después qué seguirá? A la séptima vuelta, la marcha se detuvo, se escuchó el sonido fuerte de las trompetas, todo el pueblo gritó, la tierra tembló y los muros cayeron ante el asombro y el terror de los ciudadanos de Jericó, que se sentían seguros dentro de ellos. Todos nos dimos cuenta de que nosotros no habíamos ganado la victoria, sino que Dios había luchado en nuestro lugar.
»Los israelitas entramos para tomar posesión de Jericó. La indicación era que nada debíamos tocar ni tomar. Todo fue destruido: las personas, los animales, los hermosos palacios y casas; la riqueza de aquel lugar desapareció, y Jericó fue un lugar maldito.
La maldición caería sobre quien quisiera construirla nuevamente. Vimos con sorpresa de nuevo la mano de Dios con nosotros. Teníamos que continuar conquistando Canaán y sabíamos que no estábamos solos. Tú tampoco estás solo para alcanzar la victoria en este mundo. Confía en que Dios está siempre contigo. No te apartes de su camino».
¿Sabías qué?
Lo que no se podía destruir, como el oro y la plata, iba a ser dedicado a Dios.
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