Y el Dios de la esperanza os llene de todo gozo y paz en la fe, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo. (Romanos 15:13).
La esperanza, conjuntamente con la fe y el amor, es una de las llamadas virtudes teologales. La esperanza propicia un estado de ánimo en el que se nos presentan como posibles nuestros deseos, anhelos, metas, aspiraciones e ilusiones.
La esperanza está latente en la mayoría de nosotros. Sin embargo, cada día oímos historias tristes de personas que viven «sin esperanza y sin Dios en el mundo» (ver. Efe. 2:12). Cierran las puertas de sus corazones a los llamados del Espíritu Santo para no abrirlas jamás. Sus historias casi siempre culminan en tragedia.
Casi todos hemos vivido alguna vez momentos de! aflicción, pero pensemos que las pruebas, el dolor, el sufrimiento y cualquier situación adversa y desesperante, tienen una razón de ser y un propósito.
Nuestro Dios es un Dios de esperanza. Él inspira esperanza y la imparte a sus hijos. El Señor desea que abundemos en esperanza porque nos ha dado «preciosas y grandísimas promesas» (ver 2 Ped. 1:4) para que tengamos gozo y paz y para que, aferrados a su Espíritu, las disfrutemos anticipadamente.
¡Qué hermoso! ¡Qué saludable es tener una esperanza! Una esperanza viva que no esté fundada en nada humano que pueda fallar. Algo que nos haga soñar con una vida feliz, que nos anime en los días claros en que nos sonría la vida, que nos permita disfrutar plenamente, a pesar del mal y del pecado. Una esperanza que nos impulse a crecer a ascender, a triunfar.
Sin embargo, cuando los días se oscurecen y el dolor y la pena se convierten en nuestros compañeros, se hace aún más necesaria la esperanza que nos ofrece el Señor. Amiga, tenemos un Dios viviente que nos ama y estima tanto, que incluso entregó a su precioso hijo ¡por nuestra Salvación!
Si abrigas esa esperanza que viene de lo alto, cualquier día aciago puede convertirse en soportable; el dolor y la tristeza pueden ser transformados en alivio y consuelo por la alquimia maravillosa de la gloriosa esperanza que únicamente se halla en el Dios que graciosamente la otorga. El mundo la necesita; oremos para que todos podamos tener esa esperanza que imparte gozo y paz.
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Ana Luisa Ramos
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