Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad (1 S. Juan 1:9).
El día del Amor y la Amistad caería seis semanas después de nuestra boda. Yo esperaba esa fecha con mucha ansiedad. Caminé hasta una tienda, y descubrí la idea de una tarjeta que podría realizar yo misma. De esta manera, mi esposo solo gastaría en una tarjeta para mí, y no afectaríamos tanto nuestro presupuesto.
Mi esposo quería comprarme un ramo de flores y un regalo caro, pero sabía que no podíamos hacerlo. Después del trabajo, aquel 14 de febrero, un amigo lo acercó hasta nuestro hogar. Cuando le entregué mi tarjeta, él se dio cuenta de que no me había comprado ninguna; me enojé y le respondí muy mal.
Durante los siguientes años, en el día de San Valentín, mi esposo me daba regalos especiales. Pero cada año mencionaba su fracaso aquel primer día de San Valentín, y cuando se lo contaba a otras personas decía: "Y ella nunca me ha perdonado". Esto me dejaba sorprendida, porque yo lo olvidaba hasta que él lo recordaba nuevamente al año siguiente. Parecía que teníamos los roles invertidos: él lo recordaba y yo lo olvidaba.
Un año, el día de los enamorados caería el mismo día que iría a la oficina de mi esposo para la reunión de personal. Los empleados me dijeron que él les había contado acerca de nuestro primer día del Amor y la Amistad y que había dicho: "Ella nunca me lo ha perdonado". Una vez más quedé sorprendida, porque nuevamente lo había olvidado. Así que les conté a los empleados mi propia versión de la historia: Había estado en mi hogar todo el día mientras mi esposo trabajaba, y cuando no me trajo una tarjeta yo reaccioné como una tonta, respondiendo de manera inmadura y cruel.
De pronto miré a mi esposo, que estaba sentado a mi lado, y le dije: "Creo que eres tú quien no me ha perdonado a mí". Ahora todo tenía sentido. No era él quien necesitaba ser perdonado, sino yo.
Esa tarde hablamos del tema y me dijo que él no había cometido ningún error. Era yo la que había actuado mal, terriblemente mal, y lo había herido tanto que no podía perdonarme. Le pedí perdón, y le dije que la manera de saber que me había perdonado se demostraría en tanto no mencionara el hecho jamás.
Este año ya no lo mencionó, y disfruté el osito de peluche que me regaló.
El día del Amor y la Amistad caería seis semanas después de nuestra boda. Yo esperaba esa fecha con mucha ansiedad. Caminé hasta una tienda, y descubrí la idea de una tarjeta que podría realizar yo misma. De esta manera, mi esposo solo gastaría en una tarjeta para mí, y no afectaríamos tanto nuestro presupuesto.
Mi esposo quería comprarme un ramo de flores y un regalo caro, pero sabía que no podíamos hacerlo. Después del trabajo, aquel 14 de febrero, un amigo lo acercó hasta nuestro hogar. Cuando le entregué mi tarjeta, él se dio cuenta de que no me había comprado ninguna; me enojé y le respondí muy mal.
Durante los siguientes años, en el día de San Valentín, mi esposo me daba regalos especiales. Pero cada año mencionaba su fracaso aquel primer día de San Valentín, y cuando se lo contaba a otras personas decía: "Y ella nunca me ha perdonado". Esto me dejaba sorprendida, porque yo lo olvidaba hasta que él lo recordaba nuevamente al año siguiente. Parecía que teníamos los roles invertidos: él lo recordaba y yo lo olvidaba.
Un año, el día de los enamorados caería el mismo día que iría a la oficina de mi esposo para la reunión de personal. Los empleados me dijeron que él les había contado acerca de nuestro primer día del Amor y la Amistad y que había dicho: "Ella nunca me lo ha perdonado". Una vez más quedé sorprendida, porque nuevamente lo había olvidado. Así que les conté a los empleados mi propia versión de la historia: Había estado en mi hogar todo el día mientras mi esposo trabajaba, y cuando no me trajo una tarjeta yo reaccioné como una tonta, respondiendo de manera inmadura y cruel.
De pronto miré a mi esposo, que estaba sentado a mi lado, y le dije: "Creo que eres tú quien no me ha perdonado a mí". Ahora todo tenía sentido. No era él quien necesitaba ser perdonado, sino yo.
Esa tarde hablamos del tema y me dijo que él no había cometido ningún error. Era yo la que había actuado mal, terriblemente mal, y lo había herido tanto que no podía perdonarme. Le pedí perdón, y le dije que la manera de saber que me había perdonado se demostraría en tanto no mencionara el hecho jamás.
Este año ya no lo mencionó, y disfruté el osito de peluche que me regaló.
Lana Fletcher
Tomado de Meditaciones Matinales para la mujer
Mi Refugio
Autora: Ardis Dick Stenbkken
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