Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas (Mateo 11:28, 29).
En una de las paredes de nuestro comedor tenemos una copia del cuadro de J. Reed de las manos de Jesús titulado: "Venid a mí". Nos lo regaló nuestra hija hace muchos años, pero su ruego nunca decae. No importa desde qué ángulo se lo mire, las manos están extendidas hacia el observador. La mano derecha está curvada, como recalcando la invitación: "Venid". La mano izquierda está extendida, con la palma hacia arriba, como si estuviera dándonos ánimo.
En la vida diaria, llena de trabajo, a menudo observo las manos y recuerdo que él me invita a estar en su presencia. Sin embargo, recientemente comencé a mirar las manos de manera diferente: como manos que dan y reciben. Veo una de las manos abierta y extendida marcada con la cicatriz de un clavo, que nos ofrece perdón, dones, gracia, resistencia y suplir nuestras necesidades. Pienso en las palabras del himno basado en Lamentaciones 3:23: "Grande es tu fidelidad".
La mano derecha está curvada para recibir y atesorar los dones que yo le entrego a él: mi corazón, mis oraciones, mi alabanza y mi vida. Cuanto más visualizo las manos de Cristo invitando, ayudando, dando y recibiendo, tanto más me gozo en mi sentido de pertenencia a él. Creo que aquí se centra nuestra más grande necesidad como seres humanos: saber que pertenecemos a Dios y que él nos ama con todo el corazón. Este es el verdadero descanso. Podemos soportar todas las cosas, no importa cuan cansadas estemos física o emocionalmente, cuando sabemos que él está con nosotras, y nosotras con él.
"Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré ? Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme? [...] Una cosa he demandado a Jehová, esta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo" (Sal. 27:1,4). Cuando entendemos que Cristo da y recibe, entonces nosotras también comenzamos a dar y recibir. Luego encontramos paz para nuestras almas. Jesús, el Manso y Humilde, te invita hoy a llevar su yugo diciéndote:
Venid a mi.
En una de las paredes de nuestro comedor tenemos una copia del cuadro de J. Reed de las manos de Jesús titulado: "Venid a mí". Nos lo regaló nuestra hija hace muchos años, pero su ruego nunca decae. No importa desde qué ángulo se lo mire, las manos están extendidas hacia el observador. La mano derecha está curvada, como recalcando la invitación: "Venid". La mano izquierda está extendida, con la palma hacia arriba, como si estuviera dándonos ánimo.
En la vida diaria, llena de trabajo, a menudo observo las manos y recuerdo que él me invita a estar en su presencia. Sin embargo, recientemente comencé a mirar las manos de manera diferente: como manos que dan y reciben. Veo una de las manos abierta y extendida marcada con la cicatriz de un clavo, que nos ofrece perdón, dones, gracia, resistencia y suplir nuestras necesidades. Pienso en las palabras del himno basado en Lamentaciones 3:23: "Grande es tu fidelidad".
La mano derecha está curvada para recibir y atesorar los dones que yo le entrego a él: mi corazón, mis oraciones, mi alabanza y mi vida. Cuanto más visualizo las manos de Cristo invitando, ayudando, dando y recibiendo, tanto más me gozo en mi sentido de pertenencia a él. Creo que aquí se centra nuestra más grande necesidad como seres humanos: saber que pertenecemos a Dios y que él nos ama con todo el corazón. Este es el verdadero descanso. Podemos soportar todas las cosas, no importa cuan cansadas estemos física o emocionalmente, cuando sabemos que él está con nosotras, y nosotras con él.
"Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré ? Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme? [...] Una cosa he demandado a Jehová, esta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo" (Sal. 27:1,4). Cuando entendemos que Cristo da y recibe, entonces nosotras también comenzamos a dar y recibir. Luego encontramos paz para nuestras almas. Jesús, el Manso y Humilde, te invita hoy a llevar su yugo diciéndote:
Venid a mi.
Lois Rittenhouse Pecce
Tomado de Meditaciones Matinales para la mujer
Mi Refugio
Autora: Ardis Dick Stenbkken
Tomado de Meditaciones Matinales para la mujer
Mi Refugio
Autora: Ardis Dick Stenbkken
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