Por lo tanto, hermanos, esfuércense más todavía por asegurarse del llamado de Dios, que fue quien los eligió (2 Pedro 1: 10).
Rendir nuestra voluntad a dios y aceptar las provisiones que ha hecho para nuestra salvación, es lo único que nos toca hacer. Esto consiste en darle a Dios permiso para que actúe en nuestra vida. Cuando lo hacemos, él nos llevará paso a paso a la Canaán celestial. Todo el crédito es suyo. El ser humano solo accede.
Frecuentemente se levanta la pregunta sobre cuál es el papel de la voluntad humana en el plan de salvación. Citamos comúnmente el refrán popular: «Dios dice: "Ayúdate que yo te ayudaré"». Con esto queremos decir que de¬bemos esforzarnos al máximo para ser salvos; y cuando ya no podamos, entonces Dios viene en nuestra ayuda. Para esta mentalidad, la salvación es algo así como tres cuartos de crédito al ser humano y un cuarto de crédito a Dios.
Otros, exagerando una ilustración conocida, dicen que la salvación es como remar un bote de dos remos. En un lado está Dios y en el otro lado el ser humano. Para llegar al puerto de la salvación, tenemos que remar parejo con Dios. Esto parece dar un cincuenta por ciento del mérito a Dios, y el otro cincuenta al hombre. Aunque se le da un poco más de crédito a Dios, todavía es solo la mitad del esfuerzo.
Sin embargo, la salvación es, de principio a fin, una obra de la gracia de Dios. No hay nada que podamos hacer para obtenerla solos o asociados. Ni siquiera la fe, que es el brazo del Omnipotente, es creación nuestra. No contribuimos en nada, salvo en nuestra aceptación de las provisiones de la gracia de Dios. Y eso porque somos seres libres y Dios no nos puede llevar al cielo en contra de nuestra voluntad. Se nos dice: «¿Qué es la justificación por la fe? Es la obra de Dios que abate en el polvo la gloria del hombre, y hace por el hombre lo que él no tiene la capacidad de hacer por sí mismo» (Testimonios para los ministros, p. 464).
Tomado de Meditaciones Matinales para Adultos
“El Manto de su Justicia”
Autor: L Eloy Wade C
Rendir nuestra voluntad a dios y aceptar las provisiones que ha hecho para nuestra salvación, es lo único que nos toca hacer. Esto consiste en darle a Dios permiso para que actúe en nuestra vida. Cuando lo hacemos, él nos llevará paso a paso a la Canaán celestial. Todo el crédito es suyo. El ser humano solo accede.
Frecuentemente se levanta la pregunta sobre cuál es el papel de la voluntad humana en el plan de salvación. Citamos comúnmente el refrán popular: «Dios dice: "Ayúdate que yo te ayudaré"». Con esto queremos decir que de¬bemos esforzarnos al máximo para ser salvos; y cuando ya no podamos, entonces Dios viene en nuestra ayuda. Para esta mentalidad, la salvación es algo así como tres cuartos de crédito al ser humano y un cuarto de crédito a Dios.
Otros, exagerando una ilustración conocida, dicen que la salvación es como remar un bote de dos remos. En un lado está Dios y en el otro lado el ser humano. Para llegar al puerto de la salvación, tenemos que remar parejo con Dios. Esto parece dar un cincuenta por ciento del mérito a Dios, y el otro cincuenta al hombre. Aunque se le da un poco más de crédito a Dios, todavía es solo la mitad del esfuerzo.
Sin embargo, la salvación es, de principio a fin, una obra de la gracia de Dios. No hay nada que podamos hacer para obtenerla solos o asociados. Ni siquiera la fe, que es el brazo del Omnipotente, es creación nuestra. No contribuimos en nada, salvo en nuestra aceptación de las provisiones de la gracia de Dios. Y eso porque somos seres libres y Dios no nos puede llevar al cielo en contra de nuestra voluntad. Se nos dice: «¿Qué es la justificación por la fe? Es la obra de Dios que abate en el polvo la gloria del hombre, y hace por el hombre lo que él no tiene la capacidad de hacer por sí mismo» (Testimonios para los ministros, p. 464).
Tomado de Meditaciones Matinales para Adultos
“El Manto de su Justicia”
Autor: L Eloy Wade C
No hay comentarios:
Publicar un comentario