Así que si el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres (Juan 8: 36).
Para mostrar el hecho de que somos hijos de Dios y libres del poder del mal, el apóstol Pablo usa dos ilustraciones que eran muy importantes en sus días, aunque no tanto en los nuestros. En primer lugar, Pablo enseña la nueva vida que el cristiano vive bajo la gracia de Dios por medio de la liberación de la esclavitud. Esta, casi desconocida en nuestros días como institución social, era el fundamento económico del Imperio Romano en tiempos de Pablo. Pagar a las personas para que trabajaran, no era muy común en aquellos días. Lo usual era tener esclavos que hicieran gratis los trabajos que estaban debajo de la dignidad de un ciudadano. En aquel mundo había dos clases de personas: Los libres y los esclavos. Había leyes estrictas que regían la vida de los siervos. Estos estaban a la entera disposición de sus amos. Aun sus vidas estaban en manos de ellos. Les debían obediencia incondicional, y fuertes castigos aguardaban a los desobedientes. El esclavo no tenía pensamiento propio, era regido por las órdenes de su amo.
En un sentido real, el pecado presente en nuestra naturaleza carnal, era nuestro amo. Le debíamos obediencia. Se enseñoreaba de nosotros. No podíamos hacer otra cosa que seguir sus órdenes. Pero cuando conocimos el evangelio, supimos que había alguien que nos podía emancipar de esa esclavitud terrible: «Gracias a Dios que, aunque antes eran esclavos del pecado, ya se han sometido de corazón a la enseñanza que les fue transmitida. En efecto, ha¬biendo sido liberados del pecado, ahora son ustedes esclavos de la justicia» (Rom. 6: 17, 18).
Según las leyes romanas, los esclavos podían alcanzar la liberación de dos maneras: mediante la voluntad del propio amo, o que alguien pagara el precio de su liberación. Cristo pagó el precio de nuestra libertad, y ya no somos siervos del pecado. Nuestro nuevo amo es Cristo. A él es a quien debemos obedecer.
Tomado de Meditaciones Matinales para Adultos
“El Manto de su Justicia”
Autor: L Eloy Wade C
Para mostrar el hecho de que somos hijos de Dios y libres del poder del mal, el apóstol Pablo usa dos ilustraciones que eran muy importantes en sus días, aunque no tanto en los nuestros. En primer lugar, Pablo enseña la nueva vida que el cristiano vive bajo la gracia de Dios por medio de la liberación de la esclavitud. Esta, casi desconocida en nuestros días como institución social, era el fundamento económico del Imperio Romano en tiempos de Pablo. Pagar a las personas para que trabajaran, no era muy común en aquellos días. Lo usual era tener esclavos que hicieran gratis los trabajos que estaban debajo de la dignidad de un ciudadano. En aquel mundo había dos clases de personas: Los libres y los esclavos. Había leyes estrictas que regían la vida de los siervos. Estos estaban a la entera disposición de sus amos. Aun sus vidas estaban en manos de ellos. Les debían obediencia incondicional, y fuertes castigos aguardaban a los desobedientes. El esclavo no tenía pensamiento propio, era regido por las órdenes de su amo.
En un sentido real, el pecado presente en nuestra naturaleza carnal, era nuestro amo. Le debíamos obediencia. Se enseñoreaba de nosotros. No podíamos hacer otra cosa que seguir sus órdenes. Pero cuando conocimos el evangelio, supimos que había alguien que nos podía emancipar de esa esclavitud terrible: «Gracias a Dios que, aunque antes eran esclavos del pecado, ya se han sometido de corazón a la enseñanza que les fue transmitida. En efecto, ha¬biendo sido liberados del pecado, ahora son ustedes esclavos de la justicia» (Rom. 6: 17, 18).
Según las leyes romanas, los esclavos podían alcanzar la liberación de dos maneras: mediante la voluntad del propio amo, o que alguien pagara el precio de su liberación. Cristo pagó el precio de nuestra libertad, y ya no somos siervos del pecado. Nuestro nuevo amo es Cristo. A él es a quien debemos obedecer.
Tomado de Meditaciones Matinales para Adultos
“El Manto de su Justicia”
Autor: L Eloy Wade C
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