Javier había llegado para estudiar por primera vez en el colegio adventista, y rápidamente se ganó la simpatía de todos sus compañeros. Era alto, de cabello castaño, casi siempre tenía una sonrisa en el rostro y un aire de serenidad que utilizaba para conquistar velozmente a las damas que le llamaban la atención. Se enamoraba con mucha facilidad, y luchaba por conseguir al objeto de su romance, pero una vez conquistada, sentía que se terminaba el "amor", y se deshacía de ella como pudiera. Desde los quince años había tenido muchas aventuras pasajeras y "novias". Fue a los dieciocho cuando nos conocimos y conversamos al respecto. "Javier ¿cuándo vas a tomar en serio una relación?", le pregunté para iniciar la plática. "La verdad, no lo sé, Capellán. Mi hermano me dijo que la vida está para disfrutarla, para pasarla bien, y eso es lo que hago". Realmente apreciaba mucho a Javier, y me dolía que tuviera esa manera de pensar. Con su comportamiento pasaba por alto los sentimientos y el cariño de las señoritas para sentirse que "disfrutaba de la vida" o que era el "dueño de la situación". "¿Cuál es el problema —me preguntó— con vivir de esa manera? Yo no le hago daño a nadie". El gran problema que Javier no veía era que en su mente se estaban grabando patrones de conducta que lo impulsarían en el futuro a seguir tomando a la ligera el afecto ajeno. Todo adolescente y joven está en proceso de crecimiento y formación, y todo pensamiento, mirada y acción que se practica, forman un esquema mental que luego se torna en un hábito. Lo que hoy puede comenzar como un simple juego, el día de mañana puede transformarse en una costumbre que no será fácil sacar. El patrón de conducta y las actitudes de Javier iba a hacer casi imposible que pudiera mantener una relación sana y estable con una persona del sexo opuesto. ¿Por qué en nuestro mundo se ve como "triunfador" al joven que mantiene ese tipo de relación malsana con otras personas? Las Escrituras nos advierten: "Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará", y la siembra que Javier estaba realizando, en algún momento daría sus frutos. La Palabra de Dios procura advertirnos con el único propósito de que el día de mañana seamos felices con la familia que formemos, y esa siembra comienza hoy con los hábitos que adquirimos. Ten cuidado, permítele a Dios que te guíe en esta etapa de tu formación.
Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuela
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