Viendo los hijos de Dios que las hijas de Los hombres eran hermosas, tomaron para sí mujeres, escogiendo entre todas. Génesis 6:2.
Después de que el pecado entró al mundo, los descendientes de Adán se dividieron en dos grupos: los hijos de los hombres (los que rechazaron a Dios, descendientes de Caín) y los hijos de Dios (hombres que siguieron a Dios, descendientes de Set).
La diferencia en la adoración y en el estilo de vida se mantuvo durante muchas generaciones hasta que "los hijos de Dios" vieron "que las hijas de los hombres eran hermosas". Aparentemente, la genética favoreció a los descendientes de Caín y sus mujeres eran más hermosas que las hijas de Set. Así fue que quienes habían decidido seguir y honrar a Dios con su vida, comenzaron a mezclarse con quienes lo habían rechazado.
Tristemente, el atractivo del mal tuvo más efecto que el bien, y de esa unión nacieron hombres que se obstinaron en vivir sin Dios. Gigantes con un intelecto poderosísimo utilizaron sus talentos para enorgullecerse y exaltar al hombre en lugar del Creador. Se introdujo la idolatría y la violencia se propagó rápidamente por el mundo. El relato continúa diciendo que "la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal" (Gen. 6:5). En otras palabras, todo lo que decían y hacían diariamente era contrario a la voluntad de Dios. Esa generación de hombres obligó a Dios a tomar la determinación de destruir el mundo con un diluvio. "Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su corazón" (vers. 6).
El mismo enemigo que obró en los hijos de Dios antes del diluvio para que se apartaran de él, continúa obrando hoy para que los cristianos apostaten de su fe. También hoy existen dos bandos espirituales: los hijos de Dios y los hijos de los hombres. La mezcla entre los seguidores de Dios y los incrédulos, que fue fatal para la generación contemporánea a Noé, continúa teniendo el mismo poder nocivo que tuvo hace seis mil años. No existe unión entre el bien y el mal, y cuando la hay, el mal tiene todas las de ganar. La belleza corporal puede ser una trampa si quien la posee no le entregó su corazón a Jesús, por eso, mira más allá de las apariencias externas. No te dejes encandilar por el atractivo físico, valora el compromiso y el amor a Dios que posee esa persona, y asegúrate que también sea parte del grupo de "los hijos de Dios".
Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuela
Después de que el pecado entró al mundo, los descendientes de Adán se dividieron en dos grupos: los hijos de los hombres (los que rechazaron a Dios, descendientes de Caín) y los hijos de Dios (hombres que siguieron a Dios, descendientes de Set).
La diferencia en la adoración y en el estilo de vida se mantuvo durante muchas generaciones hasta que "los hijos de Dios" vieron "que las hijas de los hombres eran hermosas". Aparentemente, la genética favoreció a los descendientes de Caín y sus mujeres eran más hermosas que las hijas de Set. Así fue que quienes habían decidido seguir y honrar a Dios con su vida, comenzaron a mezclarse con quienes lo habían rechazado.
Tristemente, el atractivo del mal tuvo más efecto que el bien, y de esa unión nacieron hombres que se obstinaron en vivir sin Dios. Gigantes con un intelecto poderosísimo utilizaron sus talentos para enorgullecerse y exaltar al hombre en lugar del Creador. Se introdujo la idolatría y la violencia se propagó rápidamente por el mundo. El relato continúa diciendo que "la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal" (Gen. 6:5). En otras palabras, todo lo que decían y hacían diariamente era contrario a la voluntad de Dios. Esa generación de hombres obligó a Dios a tomar la determinación de destruir el mundo con un diluvio. "Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su corazón" (vers. 6).
El mismo enemigo que obró en los hijos de Dios antes del diluvio para que se apartaran de él, continúa obrando hoy para que los cristianos apostaten de su fe. También hoy existen dos bandos espirituales: los hijos de Dios y los hijos de los hombres. La mezcla entre los seguidores de Dios y los incrédulos, que fue fatal para la generación contemporánea a Noé, continúa teniendo el mismo poder nocivo que tuvo hace seis mil años. No existe unión entre el bien y el mal, y cuando la hay, el mal tiene todas las de ganar. La belleza corporal puede ser una trampa si quien la posee no le entregó su corazón a Jesús, por eso, mira más allá de las apariencias externas. No te dejes encandilar por el atractivo físico, valora el compromiso y el amor a Dios que posee esa persona, y asegúrate que también sea parte del grupo de "los hijos de Dios".
Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
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Por David Brizuela
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