Entonces el señor de la viña dijo: ¿Que, hare? Enviaré a mi hijo amado; quizás, cuando lo vean a él, le tendrán respeto. (Lucas 20:130).
El señor de esta parábola tenía una viña, por la cual había trabajado arduamente durante mucho tiempo. Sin embargo, algo no andaba bien, porque no estaba recogiendo la cosecha que esperaba en función de sus esfuerzos. Así que, no resignándose a perderla, envió a su hijo como embajador de paz para intentar hallar soluciones. ¡Me admira tanto compromiso de parte de Dios!
Esta parábola, contada por Cristo, me hace pensar en nuestra función como madres. Nosotras también tenemos una viña, que son nuestros hijos, a quienes hemos cuidado y alimentado durante años, pero a veces no sabemos que más hacer para que produzcan los frutos que se esperan de ellos. En lugar de abandonarlos a su suerte, escuchamos sus quejas y demandas, aunque, no consigamos nada con ello. Las malas compañías, la vanidad de la vida, la moda, todo parece tener más influencia sobre esas plantas aún verdes que nuestros consejos para su propio bien.
Creo que el dolor más grande que puede experimentar una madre cristiana es ver a su hijo atado por las cadenas del pecado. Si estás pasando por tan devastadora experiencia, te invito hoy a ir a la única solución para tus lágrimas. Dios labro su vina con mucho amor, y también se encontró con la ingratitud y la rebelión por parte de sus hijos. Pero no desistió.
Como seres humanos, a veces sentimos que hemos agotado todos nuestros recursos en favor de nuestros hijos, pero recuerda, Dios va más allá. Él dijo: «Enviaré a mi Hijo». Y eso es exactamente lo que hace contigo. En tu más oscura noche, aparece el para decirte: «Yo salvare a tus hijos, confía en mí. Mi sangre derramada en la cruz del Calvario es suficiente para romper cualquier cadena, por muy fuerte que sea, y traer esa ovejita de vuelta al rebaño.
No te desesperes. Eleva esta sencilla oración al Dios del cielo: «Señor, toma a mis hijos como tuyos y enséname a habitar en paz».
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
El señor de esta parábola tenía una viña, por la cual había trabajado arduamente durante mucho tiempo. Sin embargo, algo no andaba bien, porque no estaba recogiendo la cosecha que esperaba en función de sus esfuerzos. Así que, no resignándose a perderla, envió a su hijo como embajador de paz para intentar hallar soluciones. ¡Me admira tanto compromiso de parte de Dios!
Esta parábola, contada por Cristo, me hace pensar en nuestra función como madres. Nosotras también tenemos una viña, que son nuestros hijos, a quienes hemos cuidado y alimentado durante años, pero a veces no sabemos que más hacer para que produzcan los frutos que se esperan de ellos. En lugar de abandonarlos a su suerte, escuchamos sus quejas y demandas, aunque, no consigamos nada con ello. Las malas compañías, la vanidad de la vida, la moda, todo parece tener más influencia sobre esas plantas aún verdes que nuestros consejos para su propio bien.
Creo que el dolor más grande que puede experimentar una madre cristiana es ver a su hijo atado por las cadenas del pecado. Si estás pasando por tan devastadora experiencia, te invito hoy a ir a la única solución para tus lágrimas. Dios labro su vina con mucho amor, y también se encontró con la ingratitud y la rebelión por parte de sus hijos. Pero no desistió.
Como seres humanos, a veces sentimos que hemos agotado todos nuestros recursos en favor de nuestros hijos, pero recuerda, Dios va más allá. Él dijo: «Enviaré a mi Hijo». Y eso es exactamente lo que hace contigo. En tu más oscura noche, aparece el para decirte: «Yo salvare a tus hijos, confía en mí. Mi sangre derramada en la cruz del Calvario es suficiente para romper cualquier cadena, por muy fuerte que sea, y traer esa ovejita de vuelta al rebaño.
No te desesperes. Eleva esta sencilla oración al Dios del cielo: «Señor, toma a mis hijos como tuyos y enséname a habitar en paz».
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
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