jueves, 16 de junio de 2011

ARROGANCIA

Así aconteció que en el día de la batalla no se halló espada ni lanza en mano de ninguno del pueblo que estaba con Saúl y con Jonatán, excepto Saúl y Jonatán su hijo, que las tenían. 1 Samuel 13:22.

Saúl fue el primer rey de Israel. Este joven reunía las características necesarias para ocupar un lugar importante en las Escrituras. Cuando fue llamado al trono, Saúl era "joven y hermoso. Entre los hijos de Israel no había otro más hermoso que él; de hombros arriba sobrepasaba a cualquiera del pueblo" (1 Sam. 9:2). ¡Qué descripción! Joven, bien parecido, y alto. En nuestros días podría decirse que Saúl era un galán.
Después de aceptar el llamamiento divino, Saúl se puso al frente de todo Israel para liberarlo del yugo de las naciones vecinas. Convocó a los israelitas mayores de veinte años para que formaran parte de su ejército, e "hizo guerra a todos sus enemigos en derredor: contra Moab, contra los hijos de Amón, contra Edom, contra los reyes de Soba, y contra los filisteos; y adondequiera que se volvía, era vencedor" (1 Sam. 14:47).
Otra característica notable de los comienzos de su reinado es que su ejército no tenía lanza ni espada, "excepto Saúl y Jonatán su hijo, que las tenían". ¿Te imaginas cómo habrán mirado las mujeres israelitas a ese joven, buen mozo, alto, que se paseaba con una espada en la cintura? ¿Qué habrá sentido Saúl cuando los niños se decían: "mira qué espada lleva el rey"? ¿Qué habrá sentido cuando de cada batalla regresaba victorioso y entre aclamaciones?
Pero la vanidad y el orgullo llegaron a ocupar el primer lugar en su vida, y todos los honores que debían haber sido para Dios, Saúl se los adjudicó. Desobedeció el mandato divino con audacia inaudita, y a partir de entonces perdió el trono y su linaje fue rechazado. Saúl demostró que el Dios que lo había puesto en el trono no tenía más importancia que alguno de sus súbditos.
Es paradójico, pero esa espada, símbolo de la arrogancia de Saúl, fue el instrumento que usó para quitarse la vida.
La humildad, la modestia y la sumisión a Dios deben formar parte del carácter de quien desea triunfar en la vida. Ningún aplauso, ningún título académico, ninguna distinción debiera llevar al que lo posee a abrigar el pecado de la arrogancia gestado en el corazón de Lucifer. Por eso, cuando Dios te conceda progresos en tu vida académica, profesional, familiar o espiritual, procura reconocerlo. Si así lo haces, el éxito será una constante en tu vida.

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuel

No hay comentarios:

Publicar un comentario