Si puse en el oro mi esperanza, y dije al oro: mi confianza eres tu... esto también sería maldad juzgada; porque habría negado al Dios soberano. Job 31:24, 28.
El oro siempre fue un metal preciado por la humanidad. Desde tiempos remotos, el oro fue utilizado como moneda, para hacer artículos de joyería y en los utensilios del templo. Por su gran valor, es símbolo por excelencia de la riqueza.
En la Biblia hay algunos relatos tristes relacionados con el oro. Uno de ellos fue el que vivió el pueblo israelita cuando Moisés subió a hablar con Dios en el monte Sinaí. Los cuarenta días de espera llevaron al pueblo a la apostasía, y le pidieron a Aarón que les hiciera "dioses" que condujeran al pueblo. Este líder de Israel accedió a la petición y pidió que apartaran "los zarcillos de oro" que estaban en las orejas de las mujeres. Lo más notable es que "todo el pueblo apartó los zarcillos de oro que tenía en sus orejas, y los trajeron a Aarón" (Exo. 32:1-3).
Pero aunque este relato muestra el mal uso del oro que hicieron algunos, otros jamás permitieron corromperse por poseer riquezas. Mientras anduvo errante por las tierras cananeas, Abraham era "riquísimo en ganado, en plata y en oro" (Gen. 13:2); y aunque poseía toda esa riqueza, es llamado "el padre de la fe" por su confianza en Dios. David también fue un rey que además de conquistar numerosos reinos, se enriqueció con los botines obtenidos. Al dejarle a Salomón su "legado" para construir el templo, le dijo: "He aquí yo con grandes esfuerzos he preparado para la casa de Jehová cien mil talentos de oro" (1 Crón. 22:14). David no tenía la obligación de guardar todo ese dinero para Dios, pero lo hizo porque amaba más a Dios que a sus riquezas.
Job poseyó muchísimas riquezas, pero tampoco permitió que esta tentación se convirtiera en pecado. Al relatar su experiencia, nos dice: "Si puse en el oro mi esperanza, y dije al oro: mi confianza eres tú... esto también sería maldad juzgada; porque habría negado al Dios soberano". En su escala de valores, Dios estaba en primer lugar; Dios era el oro de su vida.
Es curioso que en el cielo cada redimido poseerá una corona y un arpa de oro. Además, la ciudad de los salvos, la santa Jerusalén, será de "oro puro, semejante al vidrio limpio", y las calles de la ciudad serán de oro puro, transparente como el vidrio" (Apoc. 21:18, 21). Por eso, vive como Abraham, David y Job, para que los grandes tesoros celestiales lleguen a ser tuyos cuando Cristo vuelva.
Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuel
El oro siempre fue un metal preciado por la humanidad. Desde tiempos remotos, el oro fue utilizado como moneda, para hacer artículos de joyería y en los utensilios del templo. Por su gran valor, es símbolo por excelencia de la riqueza.
En la Biblia hay algunos relatos tristes relacionados con el oro. Uno de ellos fue el que vivió el pueblo israelita cuando Moisés subió a hablar con Dios en el monte Sinaí. Los cuarenta días de espera llevaron al pueblo a la apostasía, y le pidieron a Aarón que les hiciera "dioses" que condujeran al pueblo. Este líder de Israel accedió a la petición y pidió que apartaran "los zarcillos de oro" que estaban en las orejas de las mujeres. Lo más notable es que "todo el pueblo apartó los zarcillos de oro que tenía en sus orejas, y los trajeron a Aarón" (Exo. 32:1-3).
Pero aunque este relato muestra el mal uso del oro que hicieron algunos, otros jamás permitieron corromperse por poseer riquezas. Mientras anduvo errante por las tierras cananeas, Abraham era "riquísimo en ganado, en plata y en oro" (Gen. 13:2); y aunque poseía toda esa riqueza, es llamado "el padre de la fe" por su confianza en Dios. David también fue un rey que además de conquistar numerosos reinos, se enriqueció con los botines obtenidos. Al dejarle a Salomón su "legado" para construir el templo, le dijo: "He aquí yo con grandes esfuerzos he preparado para la casa de Jehová cien mil talentos de oro" (1 Crón. 22:14). David no tenía la obligación de guardar todo ese dinero para Dios, pero lo hizo porque amaba más a Dios que a sus riquezas.
Job poseyó muchísimas riquezas, pero tampoco permitió que esta tentación se convirtiera en pecado. Al relatar su experiencia, nos dice: "Si puse en el oro mi esperanza, y dije al oro: mi confianza eres tú... esto también sería maldad juzgada; porque habría negado al Dios soberano". En su escala de valores, Dios estaba en primer lugar; Dios era el oro de su vida.
Es curioso que en el cielo cada redimido poseerá una corona y un arpa de oro. Además, la ciudad de los salvos, la santa Jerusalén, será de "oro puro, semejante al vidrio limpio", y las calles de la ciudad serán de oro puro, transparente como el vidrio" (Apoc. 21:18, 21). Por eso, vive como Abraham, David y Job, para que los grandes tesoros celestiales lleguen a ser tuyos cuando Cristo vuelva.
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